Así que, lleno de angustia pero paciente como - según le había oído alguna vez al mismo Alatriste - debía serlo todo hombre de armas, apoyé la espalda en la pared hasta confundirme con la oscuridad, y me dispuse a esperar. Confieso que tenía frío y tenía miedo. Pero yo era hijo de Lope Balboa, soldado del rey, muerto en Flandes. Y no podía abandonar al amigo de mi padre.
El Capitán Alatriste, Capítulo VII. La rúa del Prado
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Crecer es lo que hacemos después de equivocarnos |