Suelo acudir a las bibliotecas cuando quiero leer un libro. Muchas veces acudo a su encuentro porque otros lectores me han hablado bien de él. Otras veces se cruza en mi camino inesperadamente, apareciendo a la vuelta de cualquier esquina. Me gusta apreciar, algunas veces, señales que han dejado otros cuando se han sumergido en la piel de sus páginas: algún subrayado, algún comentario, alguna tipo de papel para señalar una página, que no hablan del caracter del libro pero sí de otros ojos que se han detenido durante un tiempo en su cuerpo, como si fuera importante que me informaran, de alguna manera de las manos que lo han poseído. Es curioso pero no siento ningún celo. Es como si apreciara notar de alguna forma que ese libro ha vivido. Como una amante efímera me acerco a él, lo trato con cariño, lo mimo, escucho sus secretos, lo llevo de viaje o me acompaña, comparto con él horas de día y de noche, y durante un tiempo vivo y me acuesto con el olor de sus páginas. Cuando termina nuestra relación (a veces el tiempo no mata lo que esconde) y lo devuelvo en realidad no me importa que otros compartan su cuerpo. Incluso me gusta pensar que hará felices a otros, o no, tampoco estoy seguro. En cualquier caso los momento compartidos serán sólo míos y me impregnan de una forma como no lo hará con nadie.
Si lo merece, intento compartirlo con mis amistades, a veces regalándolo, o con otros lectores, como si fuera un perfume increíble que cambia de olor con cada nueva luz que lo distingue al abrirlo, esperando, si es un buen libro, que abra las voluntades de los que lo reciben como hizo con la mía.
Cuando me regalan un buen libro una especie de gozoso cosquilleo me recorre la espalda, una especie de imán lo ata a mis dedos, primero porque es un regalo que alguien lo hace con afecto y cariño, y segundo porque entrega una parte íntima de él o de ella (o así lo interpreto) que guardo en el cofre de mis sentimientos.
Espero, con un libro nuevo (lo compre, me lo regalen o me lo presten) que cuando caiga entre mis manos y escuche sus silencios me haga parecer más generoso de lo que soy, mejor persona, más humano, mejor amante en su lecho, más agradecido, es decir, que nuestra relación me haga parecer mejor de lo que soy, que me enriquezca como lector y como persona, y con este deseo se duerma en mis brazos hasta que una nueva claridad lo devuelva a mis sentidos o lo mantenga entre mis más afortunados recuerdos.
Sí, quisiera estar hablando de Asedio.
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La verdad desnuda nos parece invisible, no sabemos dónde está. Sólo cuando se muestra rodeada de apariencias comenzamos a percibirla. Y cuanto más se adorna con ellas más definida la contemplamos. |