Llegué hace 24 horas de un viaje algo azaroso, y hasta ahora no había podido escribir estas líneas.
Durante las nueve horas que duró el viaje de ida, me zampé el libro de una tacada. Sin prisas. Óscar me ha obligado a volver a leer. Me explico. Tras unos pocos años escaneando lecturas, por mor de unos estudios mal digeridos, no había vuelto a disfrutar de una lectura como se disfruta de un buen vino, o de una buena compañía.
Pero antes de ese momento de gloriosa lectura, tuve otro, la presentación de su libro. La charla de Óscar es como un envoltorio de lujo, donde ningún detalle sobra y, a la postre, te das cuenta de que has sido una privilegiada pudiendo asistir a ella. Él no necesita que nadie lo presente. Se sobra y se basta. Y hasta me atrevería a decir que cualquiera, sobra.
Se nota el trabajo riguroso, el mimo con que ha tratado a los personajes. La realidad que presenta ante tus ojos, en el libro y en la charla que, si no fuera porque dirige él la orquesta, te haría abjurar de pertenecer al género humano. Porque Óscar es, pese a todo lo que sabe sobre la parte oscura de la vida, incapaz de violentar el alma de sus lectores. No nos trata como a justitos de entendederas que hay que llevar de la mano porque no dan más de sí. Al contrario, te abre una puerta y, con un guiño desde el otro lado, te dice: Aquí nada es lo que parece, pero yo de ti, aceptaría el reto. Pasa.
Yo, repito, he sido una privilegiada asistiendo a la presentación. Y como quiera de Óscar no es ubicuo, quizá no sería mala idea que mi querido Óscar se plantease la idea de colgarla en algún sitio de su gusto, una vez acabadas las presentaciones. No digo que ahora, ni dentro de algunos meses. Pero sí en el momento oportuno. Yo volvería a darme el gustazo de verla.
Comprad el libro, hacedme caso y, si es posible, leéroslo en un sitio tranquilo. No porque no se pueda leer en el vagón de un metro, sino porque os aseguro que os vais a pasar de parada. Lo advierto de antemano.
Los dos protagonistas son sorprendentes, de puro bien trabajados, tanto, que enseguida lo que más te interesa es lo que les pasa. Y eso sucede cuando te crees a los personajes. A Óscar no le hace falta describirlos al detalle. Le basta con crearlos al detalle. Y empiezan a pasar cosas.
Reconozco que tengo debilidad por los personajes malvados y poderosos de Óscar. Me los creo tanto, que mucho me temo que son más reales de lo que desearía. La ambición, el amor desmesurado por el lujo privado, que da aún más miedo que el provinciano placer de alardear ante los demás, acompañan a algún que otro personaje que me temo Óscar ha conocido muy de cerca.
Por cierto, hay algún guiño por el que tendré que preguntarle a nuestro Lobato, porque esta novela está tan bien hecha que tiene antes, durante y después.
Tengo que confesar que cada vez que veía en el Hola alguna presunta señora con un pedrolo del tamaño de la catedral de Palma, arrugaba la nariz ante tamaña ordinariez. Sólo Óscar podía hacerme cambiar de opinión (no sobre las señoras en cuestión), sino sobre los diamantes, y como lucen de solemnes y misteriosos en los cuadros de El Prado.
Y aquí me paro porque no es una novela para destriparla. Ni ella ni Óscar merecen tamaña traición.
Estoy convencida de que servirá para que muchos vuelvan a disfrutar de nuestro Óscar y otros tantos lo descubran, para su uso y disfrute.
Gracias, Óscar. Ese hueco te lo has ganado a pulso.
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"Tras mala navegación, el puerto sabe mejor" |