Si no te gusta el grafiti, no te importe. El grafiti sólo es el envoltorio. Es como cuando esperas un regalo y el envoltorio es de ErGome con sus triangulitos dorados y viene con esos lazos cruzados imposibles, como garantizando su calidad.
Sería lo mismo que se llamara Sniper y fuera jugador de batallas on line del Call of Duty ghosts. El mejor jugador. El que empezó con un nivel 80, esa fiel infantería que explota bombas, o evitan que salga un vuelo, o se cargue de un tirón a diez enemigos moracos, y avanzan poco a poco de nivel, bombarderos sin piedad enganchados a su pantalla de ordenador, con el micrófono en la oreja –consolador a veces para las madres- hablando un inglés de mascar chicles y tú preguntas, sigilosa:
-¿pero nene, con quién juegas?
- Ahí, con un chaval de Silver City
- ¿Siver qué?
- Calla mamá, que me matan
Cierras la puerta y te dices, -no entiendo nada-.
Pues eso es El Francotirador Paciente. Territorio Reverte. Territorio Reverte puro y duro. El de siempre. El de La Tabla de Flandes, El club Dumas o El Maestro de Esgrima. El de Teresa Mendoza y La Reina del Sur. Incluso, quizá, el de El Pintor de Batallas.
Códigos y reglas para la banda del aerosol. Pero nada nuevo para los viejos del lugar. Lex Varela no inventó nada que ya no hubiera inventado Lucas Corso.
Comprendo que tira para atrás un Reverte maduro, que después de ese tangazo inolvidable, te venga con sprays, tags y grafos en muros imposibles. Empiezas el libro y de repente, aparece Mauricio Bosque y te dices, ¿pero a quién me recuerda este hombre? Es Mauricio, claro, pero podría ser Boris Balkan. Y de pronto, Paco Montegrifo, representante de la casa de subastas Claymore. Uff, respiras hondo y te dices: “estoy en casa”. Incluso cuando llegas a Pachón y piensas aquí está Casimiro Feijoo o Rogelio Tizón. Tranquilidad.
Es como la garantía a seguir leyendo. Y entonces, empieza el ritmo. La trepidante y vertiginosa lectura que no te deja parar hasta llegar al final. Un libro como los de antes, rápidos, cortos, plaf-plaf-plaf. No hay una parte más profunda, ni más farragosa, ni de más difícil comprensión. Al contrario, empieza una carrera donde te pones tus deportivas air max, tu sudadera oscura de felpa y corres por sus páginas como si un foco de luz alumbrara a tu espalda a lo largo de un túnel de metro, dispuesto a meterte entre rejas.
“Chicos duros, con pocas esperanzas, que emitían en su
propia longitud de onda. Carcoma despiadada del mundo viejo, cabeza de playa de una Europa mestiza, bronca diferente. Sin vuelta atrás”.
Ésos, pienso, son los destinatarios de este libro. Y de esta idea de grafiti y arte urbano. Los mismos códigos, las mismas reglas, la misma fiel infantería, la misma honestidad, las certezas, en definitiva, las virtudes de revertilandia. Gente lúcida pero que no saben lo que aún son, porque hablamos de la Segunda Generación de Lectores Revertianos. Por eso pienso que el grafiti es el envoltorio. Daba igual, el andamiaje es el mismo, pero había que hacérselo atractivo a ese nuevo lector joven, que se pasa horas delante del Call of Duty – o lo que sea- que no le mola la esgrima ni el tráfico de libros de viejo.
Atractivo para ellos. Y para nosotros. Quizá por su frescura. Por esas noches de mochila a la espalda, palpitaciones en las sienes, felpas con capucha e incursiones en Entrevías. Esa nueva adrenalina nos ha venido bien a todos, a APR que, a buen seguro, se lo habrá pasado de lujo en el trabajo de campo, a nosotros, los viejos del lugar, que no ha hecho ver un poco de luz en este territorio hostil del que empezamos a estar hartos por los años que llevamos en ellos.
Es como una vuelta a Sinaloa, a Teresita Mendoza y a “Sonó el teléfono y supo que la iban a matar”. Ya nos dimos cuenta en ETdlGV que íbamos, inevitablemente, camino del héroe nostálgico y esto ha sido como un para y corre. “En realidad la melancolía no siempre es un lamento”.
Sin embargo, no hay gallego ni un tanguero que te enamore. Hay una sutil y fina línea de amor, de un amor dulce y a la vez doloroso, que te va dejando a mijititas, poquito a poco, comprendes al héroe cansado que es Alex Varela pero ¿y Lita?. ¿Qué fue de Lita y sus dulces silencios?.
“Aquella mirada rojiza traslucía una extraña felicidad absorta, ensimismada, que yo conocía bien: la había visto en sus ojos cuando nos mirábamos muy de cerca, piel con piel, recobrando el aliento en mitad de un abrazo íntimo. En cuanto a la sonrisa, ésta era inconfundible, muy propia de Lita: abstraída, ingenua, casi inocente. Como la de un niño que mirase atrás en mitad de un juego complicado o difícil, quizá peligroso, en busca de la aprobación de los adultos que observan. Esperando un elogio o una caricia”.
Vas sospechando, tirando de una finísima hebra de hilo hasta que te das de bruces con la historia. Inesperada. Repentina. Insospechada. Y entonces, comprendes que los códigos son los mismos, que podrían fundirse en Diego, Adela, Teresa, Manuel, Menchu, Felipe… en realidad, son todos y es solo uno. Lo que no me queda claro es si ahora, quisiéramos para sí que, llegado el caso que vomiten sobre nuestro sucio corazón, alguien nos quisiera con la misma frialdad y la misma lealtad que demuestra Lex, que es, en realidad, la Francotiradora Paciente.
“Y yo sentí ese reproche de soledad verde, instintiva, más intenso inolvidable que un grito desgarrado, una imprecación o un insulto, fijo en mi espalda incluso cuando me alejé de allí”.
Petisús para EFP.
M.B. |