Se ha quedado incompleto el ANEXO. Me dí cuenta al ver el mensaje del compañero Barlés. Olvido injustificable. Después de marzo del 2006 ha escrito más cosas sobre la tensa relación RAE y los colectivos político-feministas de género.
PATENTE DE CORSO 10.12.06 - Matrimonios de género y otras cosas
Aburre el pimpampúm que se traen algunos tontos –y tontas– del ciruelo con la Real Academia Española, a la que ciertos colectivos, o quienes dicen representarlos, se empeñan en contaminar con la demagogia que tanto renta en política. Dispuestos a imponer sus puntos de vista, impacientes por asegurarse el sostén de una terminología cómplice, algunos ponen el carro delante de los bueyes. En vez de asumir que todo lenguaje es sedimento de siglos y consecuencia de los usos, costumbres e ideologías de una sociedad en evolución, y que es ésta la que poco a poco adopta unos usos y rechaza otros, exigen, por las bravas, que sea el lenguaje violentado, artificial, politizado y manipulado según el interés de cada cual, el que condicione y transforme la realidad social.
Lo malo, e imposible, es que ni siquiera lo pretenden poco a poco, sino en el acto. De un día para otro. Como olvidan, o ignoran, que un lenguaje se hace con la lenta y prolija sedimentación de muchos siglos y hablas, creen poder transformarlo por las buenas, a su antojo, en un año o dos. Por eso presionan de continuo para que instituciones respetables y respetadas, mucho más sabias, doctas y solventes que ellos, asuman sin resistencia tales disparates, a ser posible antes de esta o aquella elección, o para tal y cual próxima legislatura. Y como la osadía hace buenas migas con la ignorancia, no falta ocasión en que alguno de tales bobos indocumentados se atreva a afirmar en público que la RAE es una institución reaccionaria y conservadora, que el diccionario no se ha plegado a sus sugerencias, etcétera.
El proceso se repite, rutinario. Una asociación determinada, el Gobierno o quien sea, consulta a la Real Academia Española si es correcto esto o lo otro. Y la Academia responde, tras estudiarlo sus especialistas, con la autoridad de trescientos años al cuidado de una lengua que tiene once siglos de existencia –más antigua que el francés y el inglés– y proviene del latín que se hablaba en la península ibérica. Como rara vez una consulta motivada por puntuales razones políticas es compatible con la realidad y la tradición lingüística, a menudo el dictamen académico desaconseja tal o cual uso, por incorrecto o absurdo. Pero como lo que suele pedirse a la Docta Casa es respaldo político y no sabiduría, el siguiente acto consiste en una declaración de la asociación, grupo o gremio correspondiente, deplorando el inmovilismo y falta de adecuación a los tiempos modernos de la RAE, que no traga. Y si de una ley o estatuto se trata, el resultado es que los redactores hacen caso omiso de lo que documentada y detalladamente opina la Academia. Prueba ésta de que nadie espera consejo, sino aplauso.
Por ejemplo: «La Academia suele ir por detrás. Es una institución que se mueve lentamente». Eso acaba de manifestar un grupo de derechos homosexuales, lamentando que en el Diccionario Esencial la palabra matrimonio no recoja todavía la unión de dos personas del mismo sexo. Pero es que ésa es precisamente la misión de la Academia: ir detrás y despacio, con el sensato criterio de que sólo palabras con cinco años de uso probado y general tienen solvencia. Conviene saber, además, que hay académicos de la RAE que son homosexuales y recomiendan, como sus compañeros, esperar a que la sociedad hispanohablante –que no sólo es la española…– utilice de forma generalizada, si procede, la nueva y aún poco extendida acepción; pues, pese a lo que algunos querrían, una academia y un diccionario no están sometidos a parlamentos, gobiernos o leyes, sino al uso real de la lengua, como bien demostró la RAE durante el franquismo. Tampoco está de más recordar que las veintidós academias que hacen el diccionario –española, americanas y filipina– coincidieron en que la expresión matrimonio homosexual contiene una contradicción etimológica de la que se informó al Gobierno de España, a petición de éste, cuando redactaba la correspondiente ley. Informe al que, por supuesto, el citado Gobierno no hizo puñetero caso; como tampoco lo hizo cuando, tras consultar sobre la incorrecta violencia de género y proponer la Academia violencia de sexo, violencia contra la mujer o violencia doméstica, cedió a las presiones feministas, imponiendo un disparate lingüístico en el enunciado de esa otra ley. Aunque en materia de disparates, el premio Tonto del Haba del Año lo gana siempre la Junta de Andalucía, especialista en aberraciones antológicas. Y como se acaba la página, de eso hablaremos la semana que viene.
PATENTE DE CORSO 17.12.06 - Aceituneros y aceituneras
Les hablaba la semana pasada de cómo una jábega de cantamañanas se pasa por el forro, cuando le conviene, el criterio de la Real Academia Española, imponiendo la corrección política sobre la corrección lingüística. Cada vez que un presunto padre de cualquiera de nuestras muchas patrias o un portavoz de colectivo equis o zeta se ve rebatido en sus monipodios y enjuagues lingüísticos, pone el grito en el cielo diciendo que la Real Academia Española no va al ritmo de los tiempos, que es machista, homófoba y etcétera. Tales soplacirios creen que un diccionario es un mercadillo donde todos pueden trapichear a su aire, de cara al voto tal o la legislatura cual; y que tanto la RAE como la lengua que cuida y registra en su instrumento principal están sujetas a las decisiones de los parlamentos, las leyes o los gobiernos de turno. Pero no es así.
Hace meses, el Parlamento de Galicia exigió al Gobierno la eliminación en el DRAE de algunas variantes peyorativas, usuales en El Salvador y Costa Rica, de la voz gallego. Cuando la Academia respondió que el diccionario no quita o pone variantes, sino que registra el uso real de las palabras en el habla viva de todos los hispanoparlantes, algunos bobos insignes pusieron el grito en el cielo, cual si la RAE fuese responsable de lo que han determinado el tiempo, el uso y las circunstancias históricas, y todo pudiera cambiarse sin más trámite, borrándolo. Poner tal o cual marca, matizar un empleo peyorativo o desusado, omitirlo en un diccionario resumido o esencial, es posible. Eliminarlo del diccionario general, nunca. Sería como quitar las palabras de Cervantes o Quevedo porque, en el contexto de su época, hablaban mal de moros y judíos. También las palabras tienen su propia vida e historia.
Pero, por más que se explique, seguirá ocurriendo. Esta España ombliguera y absurda, envilecida por el más difícil todavía de la cochina política, olvida que una lengua sólo está sometida a sí misma, al conjunto de quienes la hablan y a las gramáticas, ortografías y diccionarios que, elaborados por lingüistas, lexicógrafos y autoridades, la fijan y registran de modo notarial. En contra de lo que algunos suponen, la RAE no crea ni moderniza, sino que estudia y administra la realidad de nuestra lengua con el magisterio de muchos siglos de autoridades y cultura. Y ojo: no es sólo una Academia, sino veintidós instituciones hermanas en España, América y Filipinas, las que cuidan de que esa lengua siga viva y compartida por la extensa comunidad hispana; donde los españoles, por cierto, sólo representamos la décima parte. Consideren el despropósito de quienes pretenden que la ocurrencia coyuntural de un concejal nacionalista de Sigüenza, de una parlamentaria feminista murciana, de un ministro semianalfabeto o de la federación de taxistas gays y lesbianas de Melilla, por muchos parlamentos o gobiernos que la respalden y eleven a rango de ley, sea recogida en el siguiente diccionario y adoptada en el acto por todos quienes hablan y escriben en español. Que España sea un continuo disparate no significa que quinientos millones de hispanohablantes también estén dispuestos a volverse gilipollas.
De todas formas, en eso del disparate mis ídolos son los asesores lingüísticos de la Junta de Andalucía; sin duda la comunidad autónoma que con más entusiasmo practica la farfolla parlanchina. Cualquier lectura de su boletín oficial depara momentos hilarantes, e incluso laxantes. Muy recomendable, si a uno le gusta pasar buenos ratos echando pan a los patos. La última perla corresponde al flamante Estatuto andaluz. Después de consultar con la RAE la oportunidad de utilizar lo de «diputados y diputadas, senadores y senadoras, presidente y presidenta, aceituneros y aceituneras altivos y altivas» y todo eso, y recibir un detallado informe de por qué, además de una imbecilidad, es incorrecto e innecesario –el uso del masculino genérico no responde a discriminación ninguna, sino a la ley lingüística de la economía expresiva–, la comisión constitucional del Congreso de los Diputados y la delegación de parlamentarios andaluces han decidido, naturalmente, prescindir del dictamen académico, por no ajustarse éste al tonillo demagógico que le buscan a la cosa. Y ahí tienen a la Junta de Andalucía, impasible el ademán, dispuesta a cambiar una vez más, por su cuenta y por la cara, la lengua común que veinte siglos de cultura e historia han dado a quinientos millones de personas. Ele. Por la gloria de su madre. Y de su padre.
PATENTE DE CORSO 31.12.06 - Miguel Hernández era un falócrata
Mi viejo amigo Barlés, intrépido navegante cibernético, acaba de felicitarme las fiestas con un excepcional documento de creación propia, donde demuestra que el poeta Miguel Hernández, fascista notorio, sucio machista donde los haya, hombre reaccionario y partidario del lenguaje falócrata, sexista y casposo –de no haber muerto a tiempo en una cárcel sería hoy, supongo, académico de la RAE–, habría mejorado mucho su Vientos del pueblo si hubiera tenido la decencia lingüística de escribirlo según lo que exigen el Instituto de la Mujer, las feministas galopantes, el Gobierno español, la Junta de Andalucía entre otras muchas juntas, y sus brillantes asesores filólogos y filólogas. Quod erat demostrandum: «Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta. Los bueyes y las bueyas doblan la frente, / impotentemente mansa, / delante de los castigos: / los leones y las leonas la levantan / y al mismo tiempo castigan / con su clamorosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes y bueyas, / que soy de un pueblo que embargan / yacimientos de leones y leonas, / desfiladeros de águilas y águilos / y cordilleras de toros y vacas / con el orgullo en el asta. / Nunca medraron los bueyes y bueyas / en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo / sobre el cuello de esta raza? / ¿Quién ha puesto al huracán / jamás ni yugos ni trabas, / ni quién al rayo detuvo / prisionero en una jaula? Asturianos y asturianas de braveza, / vascos y vascas de piedra blindada, / valencianos y valencianas de alegría / y castellanos y castellanas de alma, / labrados y labradas como la tierra / y airosos y airosas como las alas; / andaluces y andaluzas de relámpagos, / nacidos y nacidas entre guitarras / y forjados y forjadas en los yunques / torrenciales de las lágrimas; / extremeños y extremeñas de centeno, / gallegos y gallegas de lluvia y calma, / catalanes y catalanas de firmeza, / aragoneses y aragonesas de casta, / murcianos y murcianas de dinamita / frutalmente propagada, / leoneses, leonesas, navarros, navarras, dueños y dueñas / del hambre, el sudor y el hacha, / reyes y reinas de la minería, / señores y señoras de la labranza. / Hombres y mujeres que entre las raíces, / como raíces gallardas, / vais de la vida a la muerte, / vais de la nada a la nada: / yugos os quieren poner / gentes y gentas de la hierba mala, / yugos que habéis de dejar / rotos sobre sus espaldas. / Crepúsculo de los bueyes y bueyas / está despuntando el alba. Los bueyes y bueyas mueren vestidos y vestidas / de humildad y olor de cuadra: / las águilas y los águilos, los leones y leonas / y los toros y las vacas de arrogancia, / y detrás de ellos, el cielo / ni se enturbia ni se acaba. / La agonía de los bueyes y bueyas / tiene pequeña la cara, / la del animal varón, hembra u homosexual / toda la creación agranda. Si me muero, que me muera / con la cabeza muy alta. / Muerto o muerta y veinte veces muerto o muerta, / la boca contra la grama, / tendré apretados los dientes / y decidida la barba y las cejas depiladas o sin depilar. Cantando espero a la muerte, / que hay ruiseñores y ruiseñoras que cantan / encima de los fusiles / y en medio de las batallas».
Y sí, la verdad. Una vez matizado que las bueyas no existen, pero si hace falta se inventan como tantas otras cosas y santas pascuas, hay que reconocer que esta versión del poema, pasada por el filtro de la España de 2007 que tenemos en puertas, desfalocratiza mucho al tal Hernández. Tanto es así, que va siendo hora de plantearse, también, una revisión del Quijote –para machista y antiguo, Cervantes– adecuada a la cosa: «En un lugar de la nación de Castilla-La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo, aunque lo mismo podía haberse tratado de una hidalga, de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín o rocina flaco o flaca y galgo o galga corredor o corredora. Una olla de algo más vaca o toro que carnero o carnera (véase bueyas), salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino o palomina de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...».
Creo que es todo. Hasta hoy. Disculpa Barlés.
Gracias Salva.
Gracias Arturo.
Gracias feministas. |