Arturo Pérez-Reverte: conversa con el periodista Félix Linares
Félix Linares: Buenas tardes a todos y gracias por venir.
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Muchísimas gracias a todos ustedes por haberse acercado hasta la Sociedad Filarmónica. Ya veo que hasta nos han puesto un tequila.
Félix Linares: Seguramente será por cumplir con la tradición. En fin, lo que nosotros pretendemos es hacer una cosa intermedia entre la entrevista más o menos convencional y la charla de dos viejos amigos en la barra de un bar, por ejemplo, quizá en Sinaloa, quién sabe. Si me apuran, podría tratarse de las conversaciones en el porche de dos viejos militares coloniales acerca de aquellas cosas que leíamos cuando éramos niños, porque, entre otras cosas, lo que en principio nos une a Arturo y a mí es habernos quemado la vista con una serie de libros de grato recuerdo para los dos y quizá también para ustedes. No obstante, creo que deberíamos empezar por La Reina del Sur.
Arturo Pérez-Reverte: Que es lo que nos motiva.
Félix Linares: Que es lo que nos motiva y lo que nos ha traído hoy aquí. Si te parece voy a empezar utilizando una cita de Borges que tú ya utilizaste como epígrafe; aquello de «¿qué Dios detrás de Dios la trampa empieza?». ¿Dónde comienza La Reina del Sur?
Arturo Pérez-Reverte: Pues comenzó cuando leí con nueve años Los tres mosqueteros, por ejemplo. Quiero decir que el escritor fundamentalmente es un lector que accidentalmente acaba escribiendo. Entonces, toda novela empieza cuando empiezas a leer y a vivir, porque en esa vivencia arrastras contigo unos recuerdos, unas lecturas, un mundo. Ya que viene al caso, la idea de mujer, de la amiga, la niña, la hermana, la madre, la tía, la abuela, comienza a perfilarse desde el primer momento, desde niño, cuando aún miras para arriba. Ahí es donde empieza a fraguarse todo. Después vienen ciertas anécdotas como la que yo viví cuando, en una cantina de Méjico, hace muchos años, tomando con un amigo una botella de un tequila parecido al que hoy nos han servido, oí en una rocola, en una de esas máquinas en las que meten pesos y salen las canciones, un corrido mejicano que cuenta la historia de una traficante llamada Camelia La Tejana. En ese momento fue cuando me di cuenta de que esa canción era la verdadera épica, ya que cuenta una historia maravillosa, con una extraordinaria potencia narrativa, llena de aventura y muerte, en tan sólo tres minutos. ¡Ojalá yo tuviera ese talento! El caso es que me quedé con esa historia de fronteras en la cabeza. Digo lo de fronteras porque yo tengo la teoría, o mejor dicho la certeza, de que nuestro llamado "primer mundo", nuestro mundo de ahora, es un mundo en el que los malos son malos muy aburridos. Es más, ahora cualquier rata de cloaca puede ser mala. Basta con apretar botones, con firmar cheques, con manejar Internet; no arriesgan nada. Cualquier cobarde puede ser malo. Sin embargo, en sitios fronterizos tales como Méjico o como el sur de España el malo todavía necesita valor, coraje, jugársela para serlo. Y si gana, gana. Y si pierde, pierde. Y si pierde, paga. Y es ése el código, el juego que para mí es la última gran épica de nuestra época. Claro que me di cuenta de ello precisamente en esa cantina, con el tequila en la mano, oyendo la canción. Y a raíz de esa experiencia fue, como he dicho, cuando vi una historia maravillosa que maduré y fragüé durante un tiempo hasta que un día escribí la historia de Camelia La Tejana, que es la historia de Teresa Mendoza.
Félix Linares: Pero ¿cómo llegas a esa cantina? Algo te llevaría hasta allí, no sé, quizá el ansia de aventura.
Arturo Pérez-Reverte: Bueno, estábamos en 1990, más o menos, y yo ya era novelista. Lo que ocurre es que todo depende de la vida de uno, y pasé mucho tiempo en esas fronteras, viví mucho tiempo en esos ambientes. Yo trabajaba en países donde había narcotráfico, y de hecho mi agenda está repleta de lo mejor y lo peor de cada casa.
Félix Linares: Entonces será una agenda perseguida. Supongo que alguien daría dinero por ella.
Arturo Pérez-Reverte: Tengo una fotocopia, por si cualquier día la pierdo. La verdad es que resulta muy curiosa: están desde el teléfono de Lola Flores, que ya no se pone al teléfono -al menos cuando la llaman aquí-, hasta los teléfonos de traficantes y prostitutas. De todo lo que como reportero anduve. Entonces, a la hora de hacer esta historia ha sido muy divertido recuperar a los viejos amigos, a los viejos contactos; incluso me he descubierto comportándome otra vez con mis viejos gestos de reportero, aunque no ya con la inocencia de aquellos tiempos, sino con la malicia de quien sabe que todo eso con lo que está trabajando va a ser ficción.
Félix Linares: O sea, que son más de 29 meses, esos 29 meses que tú dices que has pasado con Teresa, lo que lleva acompañándote la sombra de la mejicana, ¿no?
Arturo Pérez-Reverte: Eso han sido los meses de convivencia, tras el momento en que ves pasar a una mujer por tu lado, te deja una imagen en la cabeza, después la vuelves a ver varias veces, te acercas, la miras, la estudias y la ves con el novio, con el marido, con el amante, con los hijos, hasta que un buen día le dices un «hola, buenas» y comienzas a convivir con ella. Es decir, primero fue la observación de lejos y esos 29 meses a los que te refieres han sido precisamente la convivencia. Claro que esta vez el problema ha sido que yo he tenido que contar la historia de una mujer desde dentro, y puesto que yo no soy una mujer ni veo el mundo como tal, no he querido caer en aquello que un autor, un literato, dijo acerca de que todas las mujeres de la literatura universal, incluidas Ofelia, Ana Karenina o Madame Bovary, en realidad son hombres travestidos, esto es, que tras ellas se aprecia al hombre como autor. Entonces, consciente de este peligro, no es que haya querido superar a Shakespeare o a Flaubert, sino que he tratado de evitarlo como buenamente he podido. La verdad es que resulta un asunto bastante complicado, porque imagínate ver como una mujer no ya el mundo, sino la vida, a los hombres, la convivencia, el sexo, la soledad, el dolor, todo ese tipo de cosas; por eso digo que ha sido una experiencia muy singular, a partir de recuerdos, de preguntar, de moverte. La conclusión de todo este proceso es que sigue siendo una faena terrible ser mujer, y más ahora, cuando en nuestra sociedad actual hace otras cosas sin haber renunciado todavía a las responsabilidades genéticas que siente hacia el nido. Es decir, cuando hablo de nido me refiero a que la mayoría de las mujeres de hoy día trabajan y pelean en un mundo de hombres, pero al mismo tiempo no pueden olvidar que han dejado la ropa sin lavar, que el niño estaba con anginas, etc., y ese remordimiento causado por lo que ellas creen que es un incumpliendo de su deber cae en la esquizofrenia.
Félix Linares: Pero Teresa se mueve en un mundo muy diferente a ese que planteas.
Arturo Pérez-Reverte: Lo que pasa es que he tenido que verlo globalmente. Teresa es otra cosa. Hay un concepto que me gusta, del que he hablado alguna vez estos días, y es el del soldado perdido. Yo, cuando era pequeño y traducía a Jenofonte y a Virgilio, porque estudié griego y latín, como se hacía antes...
Félix Linares: Pero en los estudios.
Arturo Pérez-Reverte: Hombre, claro. Por gusto, no.
Félix Linares: Creía que profesionalmente.
Arturo Pérez-Reverte: No, no. Mi padre decía que eso era parte de la formación de cualquier europeo del mediterráneo y que tenía que estudiar griego y latín, de lo que ahora me alegro muchísimo. Entonces, como te iba diciendo, cuando traducía la Anábasis de Jenofonte y la Eneida de Virgilio, aparecía esto del soldado perdido en territorio enemigo, ese concepto que describe al hombre que sabe que si es vencido no tiene retaguardia a la que retirarse, que se mueve por un mundo hostil, y me ha venido muy bien rescatar la idea para esta historia; sobre todo, teniendo en cuenta que, en mi opinión, la mujer es el último soldado perdido, el último héroe solitario de nuestro tiempo. Quizá porque el hombre tiene un montón de consuelos, una capacidad de autoengaño mayor frente al horror, al dolor, a la soledad y demás, mientras que la mujer tiene esa especie de lucidez genética que le hace ser más consciente de todo. Por eso mismo he tenido tan presente esa imagen del soldado en territorio enemigo, de ese soldado que se mueve por un campo hostil, que intenta encontrar el mar al llegar a casa -hipotético mar o hipotética casa-al escribir la historia de Teresa Mendoza. Hay que considerar que ella se mueve en el mundo del narco, donde los códigos son muy masculinos, más que en otros ámbitos. Ahí reside el contraste. Podía haberla ubicado en la Sociedad Filarmónica, o en Wall Street, o en Viena, o en el mundo de la moda, ya que en todas partes hay lucha, pero en este mundo del narco esa lucha era más evidente sin duda, todos los símbolos eran mucho más acusados, y para mí el escenario era, por tanto, mucho más potente.
Félix Linares: Trataremos de contar lo menos posible, porque deben leer el libro, pero para que se hagan una idea, al comienzo de la novela ella vive en ese mundo no ya ideal, ni mucho menos, aunque sí bastante femenino, y cuando arranca la narración es cuando no sólo debe meterse en el mundo del hombre, sino también comportarse como tal.
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Ella es la típica maruja de 20 años que vive en Sinaloa y es novia de un narco. Lo tiene todo resuelto: telenovelas como Betty, la fea, canciones de Luis Miguel, etc. En fin, una tipa que no se preocupa de nada, que ni lee, ni siente ni padece, que se compra ropa cara y todo eso. Lo que ocurre es que la vida es muy perra, claro, y un día le matan al novio y ella tiene que salir huyendo -una huida que dura unos doce años y cuya carrera nosotros vamos siguiendo-. Entonces, enfrentarse de golpe a la vida, al horror desnudo de lo que es «la puerca vida», como ella dice, es lo que hace que se dé cuenta de dónde está al tiempo que se van descubriendo los mecanismos de supervivencia que posee esta mujer sin ambición ni esperanza (aunque precisamente ahí resida su fuerza, como la de Eneas en Troya, ¿no?). «La única salvación de los vencidos es no esperar salvación alguna», decía Virgilio, y ella, de pronto, lee eso al azar en un libro y se dice: «Anda, está hablando de mí» -como cuando lee El conde de Montecristo-. Todos los libros del mundo están hablando de mí, pero ésa es otra historia. El caso es que ella tiene que sobrevivir en un territorio hostil, enemigo, por lo que su historia es la de una supervivencia y su correspondiente victoria, con todo lo que esta última significa. En toda batalla se gana y se pierde, y la vida es una batalla en la que tienes bajas pero que a la vez te aporta lucidez y te despoja de inocencias; pues bien, todo ese proceso de despojo, toda esa lucha en un territorio, ese largo camino, en definitiva, hacia la soledad de su propio corazón es el camino de Teresa Mendoza.
Félix Linares: ¿No crees que Teresa tiene mucha suerte?
Arturo Pérez-Reverte: Sí, tiene mucha suerte. Hay gente a la que la vida ha golpeado duramente, pero para eso he sido yo quien ha trazado su destino. Entonces, lo hermoso de la literatura es que puedes ser precisamente tú quien dé o quite la suerte. Ella no tiene esperanza alguna, y la vida le da muchos golpes, a cuál más mortal; sin embargo, paradójicamente, cada golpe, al tiempo que le arranca cosas, también la empuja hacia arriba. Cada desgracia la lleva a un estadio superior -quizá porque ella no espera nada-, y de esa paradoja se construye la existencia de Teresa. La verdad es que me divertía esa idea de que la vida es un contrasentido; tal vez porque yo también he tenido mucha suerte -aunque no como Teresa Mendoza- y he podido comprobar que en mis etapas menos confortables, cada golpe sufrido, cada desgracia o cada cosa en la que he vivido inmerso me ha llevado a una situación mejor que la anterior sin yo pretenderlo. Así que, en resumen, le he prestado a Teresa un poco de esa realidad, porque nadie pone lo que no tiene, esto es, a cada personaje le aplicas lo que posees, lo que vives.
Félix Linares: Aprovechando que me lo pones muy fácil para retroceder un poco en tu carrera, ¿entre el periodista y el novelista existe esa situación de Doctor Jekyll y Mr. Hyde o tú vives tan tranquilo?
Arturo Pérez- Reverte: No, no, eso ya se acabó. Sí hubo un tiempo en el que se solapaban, desde 1988, cuando empecé a escribir medio en serio, hasta Sarajevo, y lo cierto es que estaba esquizofrénico. Cuando venía aquí, me ponía a escribir y para nada me acordaba de aquello. Además escribía algo que no tenía nada que ver con ese ambiente. Luego volví, pero me dediqué a Territorio Comanche y por fin dije adiós, me fui. Son dos vidas distintas. Cuando uno tiene ya 50 "tacos" y mira hacia el futuro, y ve más pasado que otra cosa -porque es así y hay que asumirlo-, y ve todos los cadáveres que ha ido dejando atrás, los suyos y los de los otros; esto es, cuando uno camina y va matándose a sí mismo y también va matando gente (mujeres, hombres, amigos) no ya por maldad, sino por indiferencia, por inocencia, por ignorancia, por torpeza o por mil cosas, siente que la vida pasa. Y lo bueno que tiene escribir novelas es que "tranquilizas" a esos cadáveres, te reconcilias con ellos, ya que los hay que efectivamente te producen remordimiento, que te quitan el sueño, que te tiran de los pies por la noche. Lo que quiero decir es que yo no he sido un chico perfecto, en mi vida he hecho muchas cosas malas, y ha habido partes de mí que han muerto y que yo echo de menos, como la inocencia, palabras con mayúscula; entonces, escribir es una forma de reconciliarte, es como aquélla que quería enterrar a su hermano desenterrado y es condenada por su padre a muerte. Era Electra, ¿no?
Félix Linares: Electra.
Arturo Pérez-Reverte: Electra. ¿Electra?
Félix Linares: Digamos que Electra.
Arturo Pérez-Reverte: La verdad es que ahora mismo, con el tequila en la mano, no podría asegurarlo
Félix Linares: Por eso mismo.
Arturo Pérez-Reverte: A lo que me refiero es a que esos cadáveres los tienes sin enterrar y sabes que debes llevártelos, cogerlos, recuperarlos, limpiarlos, lavarlos y enterrarlos como Dios manda, para que descansen y tú descanses con ellos. Así que en esto consiste el trabajo de escribir, y precisamente la parte más agradable de esto de contar historias, de escribir novelas, es que puedes enterrar honrada y dignamente cantidad de cadáveres que tenías a medio enterrar y que a veces te incomodaban mucho.
Félix Linares: Pero no has renunciado del todo. Ahí está tu página semanal.
Arturo Pérez-Reverte: Eso no es periodismo.
Félix Linares: Pero es muy diferente de tus novelas.
Arturo Pérez-Reverte: Eso es un ajuste de cuentas semanal con mis amigos, con la vida, con lo que no me gusta. Es casi una especie de desahogo, es casi una broma. Hay días que me siento a escribir riéndome yo solo.
Félix Linares: Te dices: «¡Voy a por éste!».
Arturo Pérez-Reverte: Exacto. Eso es una especie de amor, de juego, pero nunca periodismo. El periodismo es una cosa muy rigurosa. Lo que tú haces o lo que yo hacía cuando era reportero es un periodismo de verdad, serio, como el que hace mucha gente; sin embargo, lo mío es una especie de ejercicio personal con el que cierta gente me concede el honor de reírse al compartirlo o, por el contrario, se indigna.
Félix Linares: Ahí está la fama que tienes de incluir muchos tacos, aunque yo puedo asegurarle a la gente que piensa que aquí no los utilizas porque estás sobre un escenario que no los dices nunca.
Arturo Pérez-Reverte: Hombre, alguna vez los digo, como todo el mundo, pero no, yo no soy un tipo mal hablado. De hecho, mi madre me daba unas collejas tremendas cuando era pequeño si decía alguno. Lo que pasa es que ese artículo es un estilo de contar las cosas, por lo que el taco puede ser un recurso expresivo, un refuerzo, un acto de indignación, un montón de cosas. Ahora, en mi vida normal no ando por ahí hablando de esa manera, aunque mi madre me echa unas broncas espantosas. Las amigas le dicen: «¿Cómo consientes que tu hijo hable así?», a lo que ella responde: «Pero si mi hijo tiene 50 años».
Félix Linares: A tu madre también le dijeron que te habías separado cuando escribiste aquel artículo en el que decías que habías dejado de convivir con una mujer con la que llevabas 29 meses.
Arturo Pérez-Reverte: Es que el lector es muy primitivo. Sí, efectivamente le llamaron un día y le dijeron: «Oye, no sabía que tu hijo se había separado».
Félix Linares: No es que haya que recorrer toda tu carrera, pero ¿tú empiezas haciendo novelas históricas por influencia de tus lecturas anteriores, porque verdaderamente te gusta o porque quieres cambiar la historia y decir algunas cosas sobre ella?
Arturo Pérez-Reverte: Pues la verdad es que no lo sé. Pienso que más bien se debe a que a uno le apetece contar historias. Tengamos en cuenta que yo soy un escritor que se forma con la novela del XIX. Es más, forma parte de mis tres referencias literarias fundamentales, que son los latinos y los griegos, que estudié de pequeño, el Siglo de Oro, con el que mi padre me machacó cuando tenía doce años porque le encantaba y me hizo compartirlo, y, efectivamente, la literatura europea del XIX, sobre todo, la francesa, la rusa y la inglesa. Y esta última referencia en especial es la gran novela, la novela de verdad que cualquier novelista debe tener como base aunque después se la cargue, aunque después mate a los padres, a los abuelos, a Víctor Hugo y a quien quiera. Por eso mis primeras incursiones literarias discurren por los cauces galdosianos, stendhalianos, balzaquianos y tolstoianos, que son mi referencia.
Félix Linares: De ahí también el que escribas novelas tan gruesas.
Arturo Pérez-Reverte: Sí, es cierto. Además es como realmente me encuentro a gusto. ¿Sabes qué pasa? Que yo escribo para estar a gusto, yo no sufro escribiendo. Es más, pienso que quien sufre debería cambiar de oficio porque se ha equivocado de profesión. Para mí, escribir es prolongar una situación placentera. Yo no sé si con la siguiente novela voy a estar a gusto o no, entonces, si la historia de Teresa Mendoza me gusta y estoy bien con ella, cuanto más gruesa sea, mejor, siempre dentro de unos límites editables, claro está. Por eso me gustan las historias largas. De hecho, yo creo que cualquier lector de verdad al que la historia le guste preferirá que ésta sea larga.
Félix Linares: Porque lee mucho tiempo.
Arturo Pérez-Reverte: Claro, porque cuando leo una historia y estoy a gusto con ella me siento triste, abandonado y frustrado al acabarla. Me gusta que tenga recorrido y familiarizarme con ella. He leído del orden de unas cuatro o cinco veces La montaña mágica, por ejemplo, novela que me encantó desde el principio precisamente porque es muy larga. La termino y la empiezo otra vez. Es una novela que he estado leyendo toda mi vida.
Félix Linares: Al pronto, no diríamos que es una de tus novelas favoritas, porque está ciertamente en las antípodas de lo que tú haces.
Arturo Pérez-Reverte: Ya. Pero ¿eso qué tiene que ver?
Félix Linares: Yo creo que el autor tiene derecho a tener sus propias opiniones sobre la obra. Ayer anduvimos discutiendo acerca de cuáles eran los mayores riesgos que habías corrido y hablabas de La piel del tambor como de un quiebro importante en tu carrera.
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Con esta novela he corrido mucho riesgo. Decían que era un éxito cantado, pero no fue así, y mi editora bien lo sabe.
Félix Linares: Sin embargo, creo que los mayores riesgos los corres con La carta esférica. A mí me parece que es un capricho de Arturo Pérez-Reverte y un tremendo abismo que saltar, porque tú vienes del mundo del periodismo, de una escritura viril, por decirlo de alguna forma...
Arturo Pérez-Reverte: En el sentido noble del término.
Félix Linares: En el sentido noble del término.
Arturo Pérez-Reverte: También hay un sentido infame del mismo.
Félix Linares: Olvidémoslo. El caso es que te tienes que encontrar con algo frente a lo que tienes que desnudarte -y perdona el término-, cosa que a ti te da mucho pudor, me temo.
Arturo Pérez-Reverte: Sí.
Félix Linares: Entonces, ¿cómo lo haces?
Arturo Pérez-Reverte: ¿Sabes
qué sucede? El mar fue durante mucho tiempo mi vida oculta, mientras
que el periodismo formaba parte de mi vida legítima. El mar era mi
fascinación, la amante con la que esperaba irme cuando mi legítima
muriera de vieja, por enfermedad o porque yo la asesinara. Pero ocurrió
que me fui haciendo mayor y que me fui acercando más a todo, por lo
que la mar estaba cada vez más presente en mi vida, y un buen día
decidí que debía escribir sobre ella. Sabía que era
un riesgo, porque una novela sobre el mar tan técnica, tan náutica,
con tantas referencias marinas, podía no llegar a cierto tipo de lector,
y de hecho ha habido gente a la que no le ha gustado; sin embargo, también
es cierto que con ella he ganado a otros lectores -esto es lo bueno: que
ganas y pierdes cada vez que te arriesgas-. El caso es que, efectivamente,
ésa fue la primera vez en la que me salí del territorio en
el que me había estado moviendo. Llegué al borde del éxito,
por decirlo de alguna forma, arriesgué para comprobar qué pasaba
y resultó bien, aunque podía haber resultado mal.
Y lo mismo ocurre con esta novela, con
la que también me he arriesgado, a pesar de que aún sea un poco
pronto para saber cómo resultará -quizá me haya salido
mal y yo no lo sepa-. Su lenguaje es ciertamente complicado y con respecto
a la historia aquí ya no hay cuadros, ni misterios, ni música
de Bach ni cosas de ésas, sino un relato actual, duro, crudo, muy
violento, muy cruel, muy áspero, contado con un lenguaje adecuado,
porque, al menos para mí, éste siempre debe estar al servicio
de la historia, y no al revés. Por todo ello creo que he corrido más
riesgos con esta novela que con La carta esférica.
Félix Linares: ¿Sí?
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Se trata de una mujer, y si no me sale bien, son 450 páginas de error.
Félix Linares: Es que en La carta esférica casi tienes, por primera vez, un personaje femenino importantísimo al que además tienes que acercarte desde la perspectiva del personaje masculino, y eso es complicado. Aquí, en cambio, puedes hacer lo que quieras con tu protagonista.
Arturo Pérez-Reverte: Pues yo no estoy de acuerdo -tampoco vamos a estar de acuerdo en todo, ¿no?-. Yo creo que La carta esférica era más fácil porque Tánger Soto es un misterio, y cuando es un misterio que no hay que desvelar das vueltas alrededor. Ella es la mujer guapa y misteriosa de la fiesta, esa mujer que ves, a la que sigues y sobre la que puedes imaginar cualquier cosa sin riesgo alguno porque no vas a hablar con ella. Pero si te acercas y logras que te mire a ti, que converse contigo y llevártela al huerto, ahí la relación es diferente, porque descubres lo que es la mujer. Entonces, con Tánger Soto sucede que queda fuera y que el lector puede imaginarla como quiera; sin embargo, aquí yo no me podía equivocar, ya que desde el momento en que yo entro en Teresa Mendoza y cuento el mundo de una mujer, si éste resultar falso, impostado e incluso desenmascara al hombre travestido significa que no soy capaz de contar esa historia desde dentro, que realmente no soy capaz de ver el mundo como una mujer, y aquí reside ese riesgo. De hecho, si las mujeres rechazan al personaje de Teresa porque no se lo creen esta novela se va al diablo.
Félix Linares: Sí, eso es cierto. En cuanto a esa perspectiva de riesgo, es cierto que lo hay, pero yo me refería a él desde el punto de vista de la escritura.
Arturo Pérez-Reverte: Hombre, en ese sentido, el riesgo ha sido técnico, ya que la verdad es que tenía un problema: contar la historia de un personaje femenino, más bien inculto, mejicano, que viene a España y que en doce años se hace razonablemente culto, elegante y sobre todo poderoso. Así que hacer creíble ese proceso, elaborar un proceso de aprendizaje que el lector viera posible, en definitiva, fue muy complicado, sin duda.
Félix Linares: En mi opinión,
el factor clave es que salga en la portada del Hola.
Arturo Pérez-Reverte: Claro. Y además
que salga en la portada del Hola entre las diez o las veinte mujeres más
elegantes de España. Eso, qué duda cabe, requería un
lenguaje determinado. El narrador es español, entonces, pasar del
español al mejicano, el juego lingüístico de usar el mejicano
inculto e irlo convirtiendo en culto poco a poco hasta que pasa al español
fue un trabajo muy duro que después el lector no debe notar. Si efectivamente
así sucede, lo has conseguido, y si por el contrario se para y dice:
«¡Ay!, qué bien está esta página»,
la fastidiaste.
Félix Linares: Es verdad.
Arturo Pérez-Reverte: Yo estoy convencido. No en vano, los mejores estilos, lenguajes o estructuras son aquellos de los que el lector no es consciente. Cuando ha leído la novela de un tirón y la sensación que le queda es que se lo ha pasado bien, eso quiere decir que la cosa ha funcionado.
Félix Linares: Pues entonces la fastidiaste en la página 300, porque yo me paré un par de veces para decir: «¿Qué ha puesto éste aquí?».
Arturo Pérez-Reverte: Nadie es perfecto. Conseguir esa facilidad de contextualización, esto es, usar palabras mejicanas sin poner debajo lo que significan porque el mismo lector, por el contexto de la frase, puede deducir su sentido, no es casual. En Alatriste, por ejemplo, lo complicado fue usar el lenguaje del XVII y que resultara creíble; no obstante, a mí me sirvió como experiencia previa. El caso es que este trabajo de carpintería, de artesanía profesional, ha sido agotador, lo más difícil, y mi miedo era que incluso un mejicano, que ésa es otra, dijera: «Este gachupín viene aquí ¿y qué se cree?, ¿que es Malcolm Lowry? ¡A hacer puñetas!». Claro, porque la novela se está leyendo también en Méjico, y eso es un riesgo, aunque hasta ahora ha pasado el examen, cosa que yo tampoco sabía. Entonces, el peligro está ahí, y lo demás es secundario.
Félix Linares: Sí, porque además, en esto, hay otra dificultad añadida de la que quizá no te has percatado. Aquí tenemos una versión estereotipada del hablar mejicano que pasa por Cantinflas, los híjoles y compañía, y al final tus palabras le salen al lector con ese particular acento.
Arturo Pérez-Reverte: Pero es que cuando yo fui a Méjico dije: «¡Anda, si hablan como Cantinflas!». La verdad es que fue toda una sorpresa para mí, me quedé a cuadros. Claro que debemos tener en cuenta que el éxito de Cantinflas reside justamente en que hablaba como el pueblo. Ahí está la cuestión, o «el detalle», como diría él. Por supuesto que tampoco podía abusar de eso, porque luego lo iban a leer un español, un colombiano, un argentino, y había que traducir la novela al polaco, al hebreo, al israelí y al japonés, así que ha sido un trabajo muy duro y sobre todo muy angustioso, y hasta que no la han leído amigos mejicanos y me han dicho que parece escrita por un mejicano o amigos españoles que me han dicho que parece escrita por un español -cosa que no ha sucedido hasta hace poco-, he tenido la natural inquietud de aquél que no sabe lo que ha hecho.
Félix Linares: Tú hiciste allí buenos amigos.
Arturo Pérez-Reverte: Amigos de verdad.
Félix Linares: Con el compromiso de tratarles bien, ¿no?
Arturo Pérez-Reverte: Claro. Es que yo no quería denunciar el narco ni documentar nada, simplemente quería contar la historia de una mujer; en concreto, el viaje al corazón de una mujer que podía ser de aquí o de allí. Entonces, elegí el mundo del narco por lo que he mencionado antes. Pero para darle credibilidad, puesto que no hay museos o bibliotecas del narco, a diferencia de lo ocurrido con otras novelas, tuve que irme a los lugares donde se desarrolla. Yo tiré de agenda, de amigos, como ya he explicado, y me fui a Marruecos y también a Méjico; a Sinaloa, que es un narco-estado. Con esto no quiero decir que todos los mejicanos sean narcotraficantes, mas cierto es que el narco tiene allí mucho peso en la vida, en la cultura, en la economía, en todo. Por eso entré como periodista, con simpatía, sonriendo, con dinero. Así, poco a poco, me fui enredando en esa vida. Tomé muchos tequilas, claro, porque en Méjico el tequila funciona siempre, es mano de santo. Después pagué muchas copas, porque tomar una copa en Sinaloa con narcotraficantes significa 2.000 dólares de factura; entonces, cuando me tocaba a mí, me salía confeti de la banda magnética de la American Express. Claro que en aquellos momentos me decía que ya se lo colocaría a mis editores, así que, aunque ellos no lo saben aún, van a pagarlo. ¡Hombre que si lo van a pagar! De hecho, ya se lo he colocado, porque les he cobrado una pasta por la novela.
Félix Linares: Gastos de representación.
Arturo Pérez-Reverte: Es que realmente ha sido así, porque yo me fui allí pagándome el viaje, los hoteles y todo lo demás. No en vano, para eso valen las novelas, para poder hacer estas cosas, para tener la libertad de hacer lo que tú quieres. Lo cierto es que la experiencia ha sido muy divertida, ya que a pesar de ser gente muy peligrosa también es gente que tiene unos códigos, algo que me interesa mucho habida cuenta de que mientras todo es más legal en España y más ilegal en Méjico, en ésta todo es más moral que en aquélla. Es decir, allí existe la dignidad. Por supuesto que también hay perfectos hijos de puta -siento usar una palabra tan dura-, redondos, compactos, «imporos», como diría Parménides, pero otros no lo son; entonces es curioso ver, a diferencia del mundo en el que vivimos, en el mundo de corbata y cuello blanco en el que todo se compra y se vende, en el que nada se respeta con dinero, cómo en esos mundos fronterizos la gente tiene una serie de códigos que respeta por razones de supervivencia. De hecho, toda la minoría, los marginales, tiene sus propios códigos, sus instrucciones de navegación, por lo que moverme en este mundo, tomándome copas con los pistoleros de bigotes, emborrachándome con ellos, cantando, dejando que me contaran su vida, sus historias, sus relaciones, ha sido una experiencia muy interesante. Sobre todo porque estaba allí arriba no ya como reportero, porque no tenía que contar la verdad, sino como un tipo que tenía libertad absoluta para saquear, manipular, robar, apropiarse, torcer, retorcer, mistificar. Eso es lo hermoso de la literatura, que puedes elaborar tu propia visión del mundo, de los hechos, y eso es lo que he ganado, por eso ya no quiero ser otra vez reportero.
Félix Linares: ¿Acabaste cantando corridos?
Arturo Pérez-Reverte: Acabé viviendo corridos. Lo cierto es que allí hice amigos de verdad, amigos carnales, que dicen, hasta el punto de que un día, en una cantina, cuando estábamos borrachos de tequila hasta las patas, entró un grupo norteño a cantar un corrido y de repente me di cuenta de que estaban hablando de mí. ¡Me habían dedicado un corrido y me lo habían regalado! Me hizo mucha ilusión, casi lloré. Es más, imagínate a todos aquellos tipos tan grandotes, con bigotes, llorando. Fue muy divertido. Ésa es la vida allí, y en realidad uno vive para tener esos recuerdos.
Félix Linares: Como antes apuntabas, alguien puede pensar que, ¡caramba!, moralmente el personaje central es rechazable. ¿Tú lo salvas?
Arturo Pérez-Reverte: No, no la salvo. Teresa Mendoza no entiende de moral, es un personaje amoral, pero ¿por qué había de serlo? ¿Son más morales un tiburón de Wall Street o un político? Es la misma historia. Lo que sucede es que ella tiene valor porque da la cara, porque se la juega, no como otros. Claro que debemos tener en cuenta que narro el mundo desde el punto de vista de un narcotraficante, entonces, éste no es el mundo que conocemos. Para ella, la policía, el gobierno, los políticos, son gente a la que se tiene que corromper, comprar, sobornar o matar. Ése es, por tanto, el mundo que yo observo. Ahora, en la novela no hay ni buenos ni malos.
Félix Linares: Sí la salvas en el sentido de que la elevas desde su primigenia situación de analfabetismo a lo que para ti es tan importante, que es el acceso a la cultura a través de la literatura.
Arturo Pérez-Reverte: Según lo que me contó una amiga presidiaria, el libro más leído por las reclusas es El conde de Montecristo. ¿Por qué? Porque se sienten realizadas y proyectadas, como lectores de verdad que son. Se dan cuenta de que ese libro habla de ellas. Entonces, me hice eco de esta historia y cuando Teresa va a la cárcel -eso sí podemos contarlo- una compañera le hace leer dicha obra. De pronto, ella se ve reflejada y eso le impulsa a leer otros libros, dándose cuenta de que todos son ella. Así descubre que los libros son la proyección de uno mismo y una puerta para conocer el mundo y comprenderlo, por eso se vuelve lectora. Además, eso es lo que justifica que ella cambie de condición y que consiguientemente se le abran muchas puertas.
Félix Linares: Lo que pasa es que eso sí que resulta casi lo más increíble de la novela.
Arturo Pérez-Reverte: No, ¿por qué?
Félix Linares: ¿De verdad existe gente así? Una cosa es que lean El conde de Montecristo y algunas otras novelas semejantes en la cárcel, y otra muy distinta que luego, cuando salen... Bueno, tú sabes, tú controlas mejor.
Arturo Pérez-Reverte: ¿Me estás diciendo que te has creído la novela?
Félix Linares: ¿Eh? No, no. En la novela salen Teresa Mendoza y Patty, y leen, pero...
Arturo Pérez-Reverte: Sólo contéstame a una pregunta: ¿puede haber ocurrido?
Félix Linares: Claro.
Arturo Pérez-Reverte: Me vale.
Félix Linares: No, hombre, claro, por supuesto.
Arturo Pérez-Reverte: Yo no niego que pueda ser un caso de cada 1.000, pero eso es lo que me importa.
Félix Linares: Lo que yo quería decir es que tú le concedes el mayor de tus galardones. Es decir, lo que para ti es lo más importante se lo das a ella.
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Le hago lectora, porque es que yo tengo la certeza personal de que el mundo no se puede comprender sin los libros, de que a aquél que no lee le falta una parte, un punto de vista, una forma de entender el mundo. Un mundo que nunca va a poder entender de verdad sin los libros, porque todo lo que te pasa ya ha pasado, todo lo que te ocurre ya ha ocurrido, todo lo que sueñas, vives, matas, luchas, ha ocurrido ya y está en los libros. Entonces, quien tiene el privilegio de asomarse a un libro y entrar en él ve que ahí, si no soluciones, hay mecanismos para asumir lo que es, y eso es lo importante. Y yo le doto a Teresa Mendoza de esa capacidad. Ella es una tipa muy inteligente, lo que pasa es que no lo sabe. Es una tipa con virtudes en bruto, y el año y medio que se pasa en la cárcel, reflexionando, junto con la vida en general que lleva, le hace ir avanzando e ir desarrollando esa capacidad innata.
Félix Linares: Ya a escala personal, con respecto al asunto de la literatura, ¿tú sigues buscando respuestas en ella?
Arturo Pérez-Reverte: Claro. Por eso sigo leyendo.
Félix Linares: ¿No las tienes? Puedes leer simplemente por placer.
Arturo Pérez-Reverte: ¿Sabes qué pasa? Que además del placer de leer, que es otra cosa, hay algo muy importante para mí: yo me voy a morir, como el resto de los mortales, y la verdad es que a lo largo de mi vida ya me ha tocado ver morir a mucha de la gente que ha seguido camino conmigo, jóvenes o viejos, de las maneras más diversas, gritando, resignados, con las tripas fuera, con las tripas dentro. Entonces, yo siempre he dicho que quisiera morir sin gritar; cuando me llegue el momento de morir, quiero hacerlo en silencio, como Mariano, como Paco, como Mohamed, como Fernando, como aquellos que murieron bien, como mi abuelo, como mi padre, tranquilos, diciéndose que es lo que ha tocado. ¿Y por qué quiero morir así? Por estética, por dignidad, o como quieras llamarlo, y opino que leer y escribir es la mejor forma de asegurarme esa serenidad. En definitiva, es una forma de asumir que voy a morir, que envejeceré, que tengo canas, que perderé el pelo, que ya ninguna chica me sonreirá -bueno, ya no me sonríen, o a duras penas-, que un día ya no podré tirar de la liza del barco y tendré que quedarme en tierra. Lo cierto es que leer y comprobar a cuánta gente le ha llegado la muerte antes te hace plantearte: «Sí, me voy a morir. ¿Y qué?». De hecho, esto es algo que llevo en la sangre, porque cuando era pequeño y decía aquello de «me duele» mi padre contestaba: «Sólo es dolor. A mucha gente le dolió antes que a ti. Tampoco es tan importante». Pues bien, a eso es a lo que me refiero. En conclusión, lo fundamental es asumir que soy un ser humano con sus miserias, con su decadencia, aunque también con sus momentos de gloria juvenil, y para ello necesito rodearme de paz, serenidad, aceptación, algo que sólo me dan los libros, los que leo y los que escribo -por eso me dedico a esto-. ¿Qué ocurre? Que ahora leo libros que ya había leído; releo más que leo. Ya hay muy pocos libros que me interesen, y los que me interesan ya los leí. Tú sabes que hoy día hay muy pocas sorpresas, entonces, por cada sorpresa, hay diez libros que releo, sobre todo si son clásicos latinos, que me gustan mucho. Sí es cierto que esos libros antiguos los leí cuando era joven y por tanto de manera diferente, porque mi corazón era distinto, así que leerlos ahora, con los años, con la experiencia, con la lucidez que te da el tiempo, es un ejercicio personal muy placentero y sobre todo muy instructivo. Podría decir que todavía leo para aprender, para aprender a morir, claro está, durante los 5, 10 ó 15 años que me queden. Eso es para mí la literatura.
Félix Linares: ¿Has llegado ya a los 50?
Arturo Pérez-Reverte: Sí. Los hice en noviembre.
Félix Linares: Sabes el chiste, ¿no? Aquél que dice que si a partir de los 50 no te duele nada cuando te levantas es que estás muerto.
Arturo Pérez-Reverte: Pues a mí ya me va doliendo, y lo noto porque cuando era reportero me podía coger una borrachera de muerte, quemaba un burdel de Beirut, por ejemplo, y al día siguiente por la mañana estaba trabajando tan tranquilo. Ahora, en cambio, me tomo dos copas y al día siguiente por la mañana estoy que no me tengo y por la noche me despierto. Son los años.
Félix Linares: Por cierto que, hablando de la muerte, hay diferentes formas de enfrentarse a ella en La Reina del Sur.
Arturo Pérez-Reverte: Sí, he procurado que eso estuviera muy claro.
Félix Linares: Hay una aceptación por parte de algunos y hay una rebelión consistente en una petición, en un «por favor, por favor...».
Arturo Pérez-Reverte: Sí señor. Muy bien apuntado.
Félix Linares: Cada uno se muere de diferente manera.
Arturo Pérez-Reverte: Sí. En realidad, la novela también es un tratado sobre la muerte; de hecho, podría haberse titulado Varias formas de morir. Además, ella sabe distinguir muy bien cada una de esas formas. Con respecto a lo de esos calcetines en el suelo, por ejemplo, ningún hombre merece morir en calcetines. Es ese tipo de cosas. Quizá para mí la muerte es algo muy presente; soy mediterráneo y estoy harto de ver cementerios blancos, de haber merendado de pequeño encima de las tumbas de mis abuelos el día de los difuntos y de comprobar que había marinos que no volvían tras los días de temporal. Y ese concepto de la muerte como compañía, como presencia, se agudizó con la vida que llevé después, que me ayudó a comprender sin dramatismo que está ahí. De hecho, lo tengo tan asumido que cuando me fui a navegar antes de terminar la novela le dije a Amaya, mi editora: «Ahí tienes el disquete, y si me pasa algo, aunque está sin corregir, puedes publicarlo». Incluso la manía de dejar los cajones en orden antes de irme la tengo desde que era jovencito, desde que me iba con la mochila, por el trabajo que hacía. Es decir, siempre tengo todo ordenado, tanto si me voy a Cartagena en coche como si viajo a cualquier otro lugar. Además me gusta que sea así. En definitiva, creo que es bueno para el ser humano saber que es mortal. A mí, desde luego, se me quedó en la cabeza aquello de cuando el general romano mataba a 10.000 enemigos y volvía a Roma triunfante pero siempre había un esclavo para recordarle que era mortal, y desde entonces tengo continuamente presente que yo también lo soy. Cosa que, por cierto, en vez de entristecerme me hace disfrutar más de la vida. Ahora mismo estoy aquí, con un tequila en la mano y una novela que está funcionando, y me parece que es estupendo. Mañana ya veremos. Es como cuando hay una mujer guapa que te mira y te dice que le caes bien; pues has triunfado, y eso no te lo va a quitar nadie. Ésa es una forma de vivir que he adquirido desde muy joven porque entonces ya sabía que mañana podía no tenerlo, lo que me ha permitido disfrutar de todo lo que he vivido y hacer un balance muy positivo. Y eso se lo debo a la muerte, a pesar de que vivimos en un mundo en el que no es políticamente correcta. Los viejecitos tienen que morirse en el hospital, tras el biombo. Eso que me decían de pequeño de «el abuelo se ha muerto. Venga, dale un beso» se ha perdido, pero estaba muy bien. Tengo hasta la sensación en la boca de la piel de mis abuelos, y eso es bueno porque te recuerda la fragilidad. Ahora, en cambio, llevamos el asunto de manera que nadie se dé cuenta. Un chaval va con el coche a toda pastilla porque se cree inmortal, y es la propia sociedad la que se lo inculca. Cree que nunca va a morir, que va a ser guapo toda su vida, y eso es muy malo porque nos hace estúpidos, ignorantes y sobre todo más vulnerables, porque no sabemos por dónde nos viene la estocada. Yo, sin embargo, siempre he tenido el privilegio de vivir con la certeza de que me voy a morir.
Félix Linares: Tuviste la información antes que otros. Martin Amis, en La información, dice que llega sobre los 40 años, aproximadamente.
Arturo Pérez-Reverte: Sí, la tuve antes. Yo me sabía mortal antes. Yo sé cómo son las tripas de un hombre porque las he visto en el suelo; son metros y metros y metros, un montón de tripa del que sale un humillo porque está caliente y le sale vapor. Así que cuando tienes oportunidad de ver y oler cosas como ésa es bueno saber que existe.
Félix Linares: ¿Y eso no te ha hecho escéptico?
Arturo Pérez-Reverte: Me ha hecho escéptico en muchas cosas, sí.
Félix Linares: Totalmente escéptico.
Arturo Pérez-Reverte: No, totalmente no. Sobre todo me ha hecho rencoroso y agresivo frente a ciertos discursos políticos, eso ya de entrada, porque sé que conducen a tripas desparramadas por el suelo, y ese camino es muy peligroso. Pero aparte de esto, aunque efectivamente sí me ha hecho escéptico en otras cosas, al mismo tiempo me ha hecho valorar lo verdaderamente importante, la amistad, la lealtad, esas cosas de las que está hecha la vida normal de la gente buena y normal, que tiene una familia, un amor -lo que dure-, unos hijos. Lo demás son milongas.
Félix Linares: Arundhati Roy, en un artículo sobre el peligro de guerra entre India y Pakistán, terminaba diciendo: «¿Por qué les aguantamos?».
Arturo Pérez-Reverte: Así es.
Félix Linares: ¿Hay forma?
Arturo Pérez-Reverte: Sí, hay forma, claro que hay forma, pero no quiero entrar en ese tema porque me caliento y mañana salimos en los periódicos.
Félix Linares: Entonces lo dejamos. Y por volver a lo nuestro, me gustaría señalar que tratas bien hasta a los malos de tus novelas.
Arturo Pérez-Reverte: Es que para mí no hay buenos ni malos, el único malo de verdad es aquel que no se arriesga nunca, aquel que mata por persona interpuesta o que se beneficia del que mata. Para mí, el malo es el que mata con Internet -y hablo de matar en sentido figurado o real-, el de cuello blanco, el cobarde, la rata de cloaca que en este tiempo sí puede hacerlo pero que en las cavernas no podía, cuando Mariano salía con la lanza a cazar al brontosaurio y le echaba narices, y se la jugaba, porque Mariano tenía lo que hay que tener. Ahí está la diferencia. Ahora, como digo, cualquier rata de cloaca que tenga dinero, medios o influencias perfectamente puede hacer lo mismo que Mariano pero sin jugarse nada. Puede comerse la chuleta de brontosaurio poco hecha encima de una mesa del Goizeko Kabi y no se juega nada, y eso es lo que me parece imperdonable, porque yo creo que arriesgarse, poner de su parte, la posibilidad de perder, es, en definitiva, lo que le da dignidad al hombre. Uno puede mentir y sobre todo puede comprar cualquier cosa con dinero, salvo el valor y la dignidad. Cuando la vida está en peligro ya no hay dinero que valga, y yo lo he comprobado. He visto a ciertos tipos correr como ratas, pedir misericordia de rodillas para poner a salvo el pellejo, a mí mismo me rogaron, arrastrándose, que les sacara en mi coche. ¿Por qué? Porque la dignidad personal, como digo, no se puede comprar con dinero; por eso es la única virtud que de verdad respeto. Esta mañana he estado viendo un documental sobre la Guerra Civil y me he acordado de unas imágenes de la liberación de Madrid en las que se ve a los nacionales que entran en la capital y reparten pan blanco mientras una muchedumbre les persigue. Todos menos un viejecito muy correcto en la forma de vestir, flaco, con bigote, que permanece fuera del tumulto esperando a ver si le cae un pan porque no se atreve a meterse en él. Pues bien, eso es la dignidad: tener tanta hambre como todos pero decidir no empujar a mujeres y niños para comer algo. Decir: «Si me cae, bien, y si no, me quedo sin comer», aunque parezca una tontería, es aplicable a muchas cosas, y a eso es a lo que me refiero cuando hablo de valor y de dignidad personal, únicas virtudes que en este mundo miserable donde todo se puede comprar y vender respeto.
Félix Linares: A propósito del asunto de los calcetines, ni el más miserable de tus novelas puede morir con ellos puestos.
Arturo Pérez-Reverte: Claro. Pero es que en realidad hay muchos miserables que no tienen la culpa de serlo. La vida es muy perra, entonces, por mucho que el valor y la dignidad sean fundamentales, si tú tienes cinco hijos a los que tienes que dar de comer como a los pajarillos del nido, aunque tu jefe siempre sea el malo, no le puedes mandar a hacer puñetas, porque si no a ver quién va a alimentar a Aitor, o a Gorka. Ésa es la puñetera trampa de la vida. Siempre te atrapan por ahí y te hacen vulnerable. Así que cuando retrato a los miserables siempre me digo que quizá lo sean porque las circunstancias les obligan a serlo. Es decir, siempre les trato con piedad, aunque no sé si es la palabra oportuna, siempre trato de reflejar que no hay cosas blancas ni negras. Ahora, cuando hay un miserable perfecto, absoluto, si puedo le escupo a los ojos.
Félix Linares: Vayamos con la estructura de la novela, que es verdaderamente diferente a lo que tú habías hecho antes. En principio, es la primera novela que no tiene anclajes en el pasado, ¿no?, porque según todos tus libros anteriores, o bien ocurren en el pasado o bien hay una referencia que lleva a los protagonistas a él. ¿Qué te ha sucedido aquí?
Arturo Pérez-Reverte: En efecto, creo que es la única, y el motivo es que esta vez no necesitaba utilizar el pasado. Esta vez, teniendo en cuenta que una novela es un conjunto de cosas al servicio de una idea, la historia que quería contar no tenía precedentes, lo que supone un peligro porque quizá pierda a los lectores a los que les gusta el pasado.
Félix Linares: ¿De verdad crees que un autor pierde lectores?
Arturo Pérez-Reverte: No sé.
Creo que llega un momento en el que tienes un territorio propio que el lector
que te sigue sabe que es tuyo, y si te sigue es porque le gusta ese territorio;
entonces, te puedes permitir ciertas incursiones, ampliaciones, pero nunca
puedes abandonar la base de partida. Siempre debe haber un hilo conductor
entre tus novelas, por muy diferentes que sean, que una las primeras con
las últimas. Al menos yo, como lector, siento que eso sucede con otros
autores, al tiempo que imagino que lo mismo pasará conmigo.
La verdad es que ésta es una novela
revertiana, muy revertiana. Los personajes son típicamente míos,
incluida ella. Y si bien es cierto que cambian el escenario, el mundo y por
tanto el lenguaje, más bien lo hago por no aburrirme. De hecho, yo
ya he dicho muchas veces que escribo siempre la misma novela; cambio el corazón,
el punto de vista, el territorio, sí, pero es siempre la misma novela.
Esos cambios los hago por no caer en la monotonía, lo acabo de decir,
y porque no necesito dar con la fórmula para escribir una más,
y otra, y otra y otra. Yo ya tengo lo que quería tener: una casa,
libros, un velero, que es mi único lujo, y poco más. O sea,
que ya me da igual, y si hago novelas es porque me apetece, porque me siento
bien con esas historias, porque soy feliz, en definitiva. Sería ridículo,
entonces, estar fabricando "churros" por año.
Félix Linares: Si asumes que todas
tus novelas son revertianas ¿por qué te niegas a aceptar que
esa especie de narrador que aparece circunstancialmente en la novela eres
tú?
Arturo Pérez-Reverte: Por muchas razones. Primero, porque no soy yo, porque es la novela, es ficción, y nada de lo que hay dentro es verdad. En esta novela salen muchos nombres propios que existen en la vida real, mas una vez en la novela son personajes de ficción, porque me lo invento todo, porque manipulo y porque soy yo pero en realidad podía no ser yo, podía ser cualquiera. Tan sólo es un punto de vista, es alguien que cuenta, un narrador. ¿Sabes qué sucede? Que cuando escribo una novela lo primero que hago es una estructura muy definida, muy clara, muy precisa, para poder montar o ensamblar en ella. Mis novelas son muy complejas, aparentemente sencillas pero complejas, y para que haya una armonía y el lector fluya por ellas, hay que dotarles de una estructura subyacente que las sostenga. Esta vez, en cambio, no tenía una estructura clara, así que cuando empecé a viajar para recopilar datos que me sirvieran para crear la ambientación de la novela, me di cuenta de que mi misma gestión, ese mi mismo viaje, valía como estructura del texto. Entonces, pensé que si iba a hacer un trabajo ¿por qué no utilizar mis entrevistas, mis conversaciones, mis viajes, como cañamazo para tejer en torno a él?
Félix Linares: Luego eres tú.
Arturo Pérez-Reverte: Soy yo, sí, porque es un tipo que ha sido reportero y que es escritor, pero nada más. Quiero decir que no me hago responsable ni me solidarizo con nada; ninguno de sus puntos de vista tienen por qué ser míos. A lo mejor coincide que lo son, pero no tienen por qué serlo.
Félix Linares: Entonces, quizá eso venga de la época de Territorio Comanche, ¿no?, de la que también decías que era una obra de ficción.
Arturo Pérez-Reverte: Territorio Comanche es autobiográfico. Todo lo que aparece en ese libro, salvo el nombre del protagonista, es real. Eso sí que es un pedazo de mi vida absolutamente traspuesto, y además estoy muy contento con ese libro. Yo quería irme del periodismo porque estaba cansado de hablar de Sarajevo mientras aquí se zapeaba con el fútbol, harto de ver a Solana riéndose en los telediarios, entonces decidí largarme, abandonar la profesión; sin embargo, antes quise que supierais cómo lo veía, qué había detrás de la cámara, qué era lo que no os había contado e incluso qué estaba pensando sobre vosotros, sobre el espectador, así como sobre mí mismo, y por eso escribí ese libro. En definitiva, fue una especie de testamento, de despedida del periodismo, y realmente es el libro del que estoy más orgulloso, quizá porque es el más sincero que nunca he escrito.
Félix Linares: Incluso con la
edición quisiste marcar la diferencia, porque tú eres un autor
fiel a Alfaguara y en este caso el libro lo publicaste con otra editorial.
Arturo Pérez-Reverte: Bueno, no
veas el rebote que se cogieron. Uno de los privilegios de un autor de éxito,
como dice mi editora, es que a veces puedes hacer esas faenas, y no pasa nada.
La verdad es que me propuse que ese libro no tuviera nada que ver con el
resto de mis novelas, quería que quedara muy claro que era otra cosa,
y por eso lo publicó un amigo mío. Además lo escribí
en unas dos semanas, quince días, más o menos.
Félix Linares: Más víscera que mente.
Arturo Pérez-Reverte: Absolutamente víscera. Ni calculé las consecuencias. Claro que tampoco imaginé que iba a ser lo que fue, que se iban a publicar 60 ediciones, o que me iban a venir con el libro unos chicos de la facultad, como me sucedió el otro día en Barcelona. Para mí se trataba de un desahogo personal que, según lo que yo pensaba, sería un libro marginal. Nunca imagine que iba a tener tanto éxito ni que se iba a montar el jaleo que después se montó.
Félix Linares: O sea que tanto trabajo para elaborar las estructuras de libros como El Club Dumas o La Tabla de Flandes y de repente, el que escribes a bote pronto es el que...
Arturo Pérez-Reverte: Para que veas lo que es la vida.
Félix Linares: Bueno, no. Con El Club Dumas ya te habías convertido en una estrella, con perdón.
Arturo Pérez-Reverte: Hombre, sí es cierto que ya no me jugaba nada porque mi nombre ya funcionaba. Ya sabía que podía vivir de la literatura, entonces renuncié a una antigüedad, a una pasta que me hubieran tenido que pagar, etc., ya que la verdad es que me daba igual. Estaba harto de la tele y por eso me fui. No me gustaba nada Televisión Española, no me gustaban mis espectadores, estaba harto de contar inútilmente una guerra que había contado 200 veces. Yo siempre me acuerdo del día en que cayó una bomba en un barrio de Sarajevo y le reventó a un chiquillo pequeño. Márquez estaba conmigo y por una vez en su vida filmó un poco y después se puso a ayudar al crío. Lo metimos en el coche y lo llevamos al hospital. Conducía Márquez. Íbamos por la ciudad a toda pastilla. Llevaba al chiquillo encima, que estaba sangrando por todos lados y me puso perdido. Yo le decía: «No te duermas», evitaba a toda costa que se durmiera. Pero se nos murió y llegamos al hospital con él muerto; entonces, allí lo dejamos. Márquez, como hacía siempre, filmó impasible y cuando se quedó solo se apoyó en la pared con la cámara, fumando un cigarrillo, callado. Volvimos al hotel y no había agua para lavarnos, así que estuve tres días con la camisa manchada de sangre. Me acuerdo de que la llevaba hasta en las uñas, que estaban largas porque no tenía cortaúñas. Pues bien, por esas mismas fechas, en Madrid, salía Solana por la tele diciendo que no pasaba nada; por eso lo odio tanto. Te doy mi palabra de honor si te digo que no tengo nada personal contra Solana, ni siquiera políticamente, pero es que el tío estaba negociando en Sarajevo dándole besos a Milosevich. Entonces, como yo le veía sonriendo mientras todo aquello pasaba, llegué a odiar su sonrisa. Además simbolizaba justamente lo que me hizo aborrecer el periodismo, lo que me hizo vomitar por dentro y decidir que se había acabado, que todo era una mierda y que no tenía sentido seguir metido en aquello. ¿Para qué iba a soñar? Todo se terminó, y abandoné el periodismo porque, entre otras cosas, me di cuenta de que 21 años haciendo lo mismo para nada eran más que suficiente. Era hora de que se encargaran otros que todavía tenían fe, aunque yo sabía que no iba a cambiar nada, que estábamos haciendo el gilipollas y que acabaríamos todos muertos (de hecho, en esa guerra mataron a 56 compañeros, 12 de los cuales eran amigos míos). ¿Qué sucede? Que con 20 años te matan por tus sueños, por la aventura; con 30 años, por la profesión. Pero con 40 años ¿para qué me van a matar? ¿Para que Solana se ría y diga que no pasa nada? Por eso le tengo tirria al pobre hombre, que tampoco me ha hecho nunca nada. Quizá se pregunte por qué simboliza tantas cosas horribles para mí, pero es que ahí estaba, dándole besos en la boca a Milosevich -que, por cierto, mira dónde está ahora-.
Félix Linares: Bueno, como no queda mucho tiempo, no te vas a marchar de aquí sin hablarnos un poco de Alatriste, ése que a lo mejor es Arturo Pérez-Reverte.
Arturo Pérez-Reverte: No, no soy yo porque, entre otras cosas, yo nunca mataría por dinero. Quizá sí por otras cosas, pero no por dinero. Lo que sí es cierto es que, salvando todas las distancias históricas, personales, morales y demás, porque yo tengo otros códigos, Alatriste ve el mundo como yo lo veo. Efectivamente, es el personaje que más se parece a mí por su forma de mirar, por su manera de ver más de lo que quiere ver, que por otra parte es muy española. Coincidimos en ver igual este país, este lugar llamado España, este callejón, esta plaza pública en la que nos hemos juntado históricamente tanta gente diferente, de lenguas y razas distintas. Un lugar que siempre ha estado gobernado, hasta la saciedad, por curas fanáticos e hijos de puta, por reyes incapaces, miserables y cobardes, y por ministros corruptos y canallas que siempre nos han tenido a todos enfrentados, analfabetizados, encadenados, puteados, siempre ocultos, bajo la losa que nos pisa el cuello. Así ve España Alatriste y así la veo yo también, y ésa es, en realidad, mi manera de ver el mundo y la vida en general.
Félix Linares: Aunque su carácter es muy diferente, ya que él es un hombre aplastado.
Arturo Pérez-Reverte: No tiene nada que ver. Él es un tipo que maneja silencios y yo soy callado -ahora hablo porque si no ¿quién iba a hablar?-. Es decir, en la vida normal no soy nada hablador, mis amigos lo saben. De hecho, me gusta navegar porque puedo estar 20 días sin abrir la boca para nada. No obstante, sí es cierto que esa visión dolorosísima de lo que es el lugar que llamamos España la comparto. España me produce una desazón y una incomodidad terribles, así como una falta de esperanza espantosa. Es un país insolidario y cainita, y siempre caemos en los mismos errores. Por cierto que este año le he dicho a mi asesor fiscal que no le ponga la cruz a la Iglesia.
Félix Linares: Bien. Aprovechando el aplauso, creo que lo podemos dejar aquí. Muchas gracias a todos.
Arturo Pérez-Reverte: Sí.
Muchísimas gracias.
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