Desde que salió a la venta «La reina del Sur», que hace el número 17 de los libros de Arturo Pérez Reverte y la séptima de lo que él llama sus «novelas gordas», está vendiendo a razón de diez mil ejemplares diarios. Iba par los 213.500 en el momento de la entrevista. Además esta vez ha tenido críticas estupendas, lo que a este autor de 51 años que se inspiró en un narcocorrido, no deja de preocuparle. Traducido a veinte idiomas, llevado al cine en numerosas ocasiones, Pérez Reverte ha elegido esta vez como personaje principal a una mujer dedicada al narcotráfico, se ha metido en su la piel durante más de dos años y ha alucinado.
— Uno echa a rodar una novela por el mundo y recibe el retorno de los lectores. Son dos años y medio con una historia que la cuidas, la mimas, la lanzas a la vida y esperas que le vaya bien. Es como el que casa una hija. Me parece que esta vez está bien casada. A la gente le gusta y las críticas han sido positivas. Los críticos me han dejado poco margen para enfadarme porque todos la han puesto bien. Hasta se ha dicho que es mí novela más perfecta. Lástima. Siempre digo que un crítico enemigo te mantiene despierto porque no te deja dormir, y a partir de un cierto momento de la vida es bueno tener enemigos, gente que sabes que si resbalas en la bañera van a estar ahí para rematarte. Es algo que te da una saludable vigilancia.
—También
han dicho que era una novela de más riesgo que otras tuyas.
—Lo que quería contar lo conté.
Cada novela es un proceso, una forma de abrir puertas, de ampliar territorio.
Decidí correr unos riesgos que no había corrido antes, abrirme
a unos temas que no había tocado, como el narcotráfico. Es una
novela completamente actual, en la que utilizo un lenguaje mestizo entre
el mejicano y el español, y no sabía cómo iba a salir.
Ahora estoy tranquilo y satisfecho. Salió. Lo que pasa es que cuando
has hecho una novela te olvidas de ella, es como hablar de un amor que tuviste
y ya no te importa.
—¿Cada
nueva novela es el producto de una evolución como autor?
—Sé que es la mejor novela que
podía escribir ahora, que lo he hecho lo mejor que he podido. A medida
que vives te va cambiando el corazón, el punto de vista, mejoras,
aprendes trucos, descartas otros, hay cosas que renuevas. Cada novela es
un paso adelante. Espero que sea mejor que las anteriores, pero decir que
es perfecta me parece excesivo, porque perfecto no es nada. Esta vez la apuesta
era mayor, me salía de los temas habituales, y eso requería
un esfuerzo de trabajo y de cálculo muy intenso. Esta novela refleja
un poco cómo veo el mundo con 51 años.
—¿Cómo
te ha quedado el cuerpo después de dos años y medio pensando
y sintiendo como mujer?
—No todo el rato, afortunadamente. La
protagonista era una mujer, y si fallaba eso fallaba todo. Si esa mujer era
falsa, era ficticia, postiza, poco creíble, la novela se iba completamente
al diablo. Ahí tenía que mojarme mucho. Me fijé un gran
esfuerzo personal, recurrí a mi memoria, al sentido común,
a los libros que había leído, a la gente que había conocido,
a la mujer en general, como madre, como amante, como esposa, como hermana,
como hija, e intente mirar el mundo como lo mira la mujer.
—¿Y
qué viste?
—Que es una faena ser mujer, que es
duro ser mujer en un mundo cuyas reglas las han hecho los hombres o, como
dice Teresa Mendoza, vivir un corrido cuya letra te han escrito otros. Ha
sido muy interesante acercarme a esa forma de ver el mundo que tienen las
mujeres, ver al hombre desde el punto de vista de la mujer, y verme a mí
mismo, los aspectos miserables, los aspectos crueles y los aspectos cobardes
del hombre respecto a la mujer, en la vida, en la sociedad. El hombre como
eterno ganador y la mujer como eterna perdedora, la mujer como soldado en
territorio enemigo siempre.
—¿Todo
eso da buen juego literario?
—Creo que el personaje funciona, aunque
eso lo tienen que decir los lectores, o en este caso mejor las lectoras. El
hombre es mucho más plano, más elemental, es sota, caballo y
rey, es lujuria, es odio, es venganza... La mujer tiene mucha más riqueza,
libra batallas todos los días y cada batalla que pierde ya nunca más
la recupera a diferencia del hombre que tiene un montón de formas
de recuperarse porque él hizo las reglas. Hay unos matices de heroicidad
y de épica muy interesantes. La mujer es él último héroe
creíble que queda. El mundo de la mujer es muy duro, es muy desolador
ser mujer y ser derrotada, porque no tienes más costuras, más
retaguardias. Los hombres construimos una serie de coartadas, de analgésicos
sociales o de autoengaños, que nos permiten soportar mejor el dolor,
la derrota y la soledad.
—¿Es
verdad que el origen de todo fue un narcocorrido?
—Uno de los elementos que utilice para
construirla fue el narcocorrido, y todo narcocorrido es una exaltación
del narco. La protagonista viene de una familia muy humilde, que no tiene
nada. El narco no se hace narco por vicio, se hace porque quiere mejorar de
condición, como ocurre en Barbate o en La Línea. No hay ningún
fondo moral, ni puedo hacer una novela para denunciar. Describo un mundo
con unos personajes, no juzgo a esos personajes. Lo describo desde la óptica
de una mujer que sabe que a la policía se la compra, que a los jueces
se les corrompe, que al que no se le compra se le mata. Lo del narco es un
accidente, pero un accidente con muchas posibilidades narrativas. Meterte
dentro de una mujer cuando mata, pelea, lucha, odia, sobrevive, es una experiencia
muy fuerte. Ha sido divertido, ilustrativo y enriquecedor. Ahora sé
cosas sobre la mujer que si las hubiese sabido con 20 años me hubiesen
sido muy útiles. Una novela es una forma de aprender tan buena como
otra cualquiera.
—De «La
carta esférica» hubo gente que dijo que le sobraban cien páginas.
—A una novela no le sobra nunca nada.
Cada escritor amuebla el mundo con sus novelas como le sale de los cojones,
porque es su territorio. Hace lo que quiere, y a mí esta vez me apetecía
contar el mundo con 550 páginas. Hay placeres personales, ritmos,
amigos, guiños, a los que no puedes renunciar. Me gusta que ese mundo
crezca y se bifurque y se multiplique. Para mí una novela es vivir,
comer, conocer, tener vidas que nunca tuve, ajustar cuentas, matar a tíos
que nunca pude matar, conseguir mujeres que nunca pude conseguir. Todo eso
es un mundo muy complejo que intento meter en una novela que es la más
compleja que he escrito nunca, pero eso no tiene que notarlo el lector, que
ha de moverse por la historia fluídamente y correr con ella. Quiero
que al lector quede una forma de ver el mundo, que algo en su forma de ver
el mundo haya cambiado después de leerla. No es mi objetivo que digan:
Qué bien escribe Reverte!
—¿Tus
novelas siempre huelen a cine?
—No pienso en la adaptación cinematográfica
pero sé que la van a hacer en cine de todas formas. Cuando escribí
«El maestro de esgrima» o «La tabla de Flandes» también
lo sabía, pero te doy mi palabra de honor de que no pienso ni en actores
ni en actrices cuando hago una novela. Los personajes están allí
y yo me los creo y los vivo, y la gente se los cree porque son muy visuales.
Mis novelas son muy visuales y siempre hay alguien que piensa que en ellas
hay una película, pero debajo queda una historia que no es tan fácil
de llevar al cine, y es lo que siempre falla. Les quitas esa historia y no
queda más que una peripecia. Las películas son mediocres porque
sólo es la peripecia lo que cuentan. Salvo El maestro de esgrima o
Cachito las demás me han parecido mediocres todas. El cine es un apéndice
divertido, pero no me siento para nada vinculado moralmente al resultado de
las películas. No reconozco mis novelas en las películas.
J. R. GARCÍA BERTOLÍN para "Cartelera Turia". Valencia.
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