Dato para revertólogos. Fue sentado a la terraza del Café Bar Andalucía en Cádiz, la primera vez que Arturo Pérez-Reverte habló de escribir una novela sobre narcotráfico.
En aras de la precisión total, eran las tres y media de la tarde del 25 de enero de l996 y el escritor estaba en la ciudad, para presentar su por entonces último libro “La piel del tambor”.
En las distancias cortas, Reverte es aún más peligroso que por la tele. Conversa ameno fluido y cautiva al oyente. Es culto peligrosamente culto.
Sus reflexiones delatan largas horas de estudio, vida intensa y aventuras peculiares. No era pues raro que “El Bulto” (un ex púgil medio sonado y quien inspiró al escritor el personaje de “El Potro del Mantelete”) le escuchara arrobado.
Revérte platicaba sobre “Los
Tigres del Norte”, un grupo de ex mariachis especializados en corridos sobre
narcotraficantes. Con voz suave, el escritor apuntó la primera estrofa
de “La banda del carro rojo” uno de sus temas más pópulares:
“Dicen que venían del Sur
en un carro colorado
Traían cien kitos de coca
iban con rumbo a Chicago...”.
Calló Reverte, de pronto. Miró al vacio; luegó al «Bulto» y musitó: “tal vez, alguien debería escribir una novela sobre el tráfico de drogas, aquí, en el Estrecho de Gibraltar. Contar cómo se preparan los alijos, cómo se pasan, las persecuciones, el flujo de dinero negro, los ajustes de cuentas
El antiguo boxeador asintió
en silencio. Le resultaba bastante fácil asentir que háblar
y el tema le parecía atractivo y cercano.
La idea inicial de Pérez-Reverte
era interconectar ambos lados, del. contrabando de drogas. Una narración
en la cual el lector viviese la tensión, el miedo, la fatiga y el flujo
salvaje de adrenalina, tanto a bordo de las planeadoras de los contrabandistas,
como de las turbos y los helicópteros aduaneros. El antes, el durante
y el después de un pase de drogas.
Pasarían tres años, empero, antes que Reverte pusiera manos a la obra. La idea inicial ya había experimentado un cambio radical. La prótagonista era una mujer: Teresa Mendoza Chávez, Mexicana. La hembra más dura y que brilló con luz propia, a ambos lados del Atlántico, en el machista y torvo mundo de los narcos.
En julio del 2000, -varios amigos de Pérez-Reverte dedicados a singulares menesteres a ambas orillas del Estrecho, recibieron llamadás del escritor. El teléfono celular del autor de estas líneas figuraba entre los comunicados. “Chaval, una pregunta: ¿cómo era la copla que cantaba Juanita Reina haciendo de Lola la Piconera, en la peli de Luis Lucía...?”
—“Arturo, deberías dejar el peyote. Además son las nueve de la mañana”, fue la respuesta inicial.
—“No, sin coñas. Es para la nueva novela. Por cierto, voy a meter a Javier Collado como personaje...”
Solté una carcajada malévola y me descangallé sobre el escalón de un portal de la calle Rey de los Niños de la Barriada del Mar de Barbate. A Javi —tímido hasta los solenoides— iba a gustarle tanto la idea.
Acordamos una cita para cuatro semanas después, que desbarató el éxito arrollador que alcanzaron sus novelas en EE.UU.
Las pesquisas de Reverte sobre la “Reina del Sur” toparon de salida con una férrea oposición: la desconfianza de los “narcos” sinaloenses. El escritor refiere en la novela como se las apañó para allanárlas. Omite un detalle. El traficante que le introdujo ante sus colegas de Culiacán, le explicó muy gráficamente lo que pasaría sise las daba de listo.
“Mirele don y pues le provoca nuestra música, le digo. ¿Conoce él corrido “Setenta plomos de a siete”? Pues se andarán escasos, con los que les van a meter a usted y a mí, si chinga a mis cuates”.
En junio de 2001. Reverte convocó al “clan del Sur” en Algeciras. Pedía asesoría con los pasajes del libro que se desarrollaban en el campo de Gibraltar y en Cádiz.
Oscar Lobato, Arturo
Pérez-Reverte y Javier Collado
Trabajador incansable, llegó con los deberes ya hechos. Traía una ruta preparada sobre la persecución de los de Aduanas a Santi Fisterra y Teresa Mendoza.
Empezó a relatarla era perfecta. Alguien le interrumpió, curioso: “¿Tu no andarás pasando droga en tus ratos libres?”.
Chema Beceiro y su dotación de la “hachejota” aduanera de Algeciras le brindaron la experiencia de las persecuciones navales a tumba abierta y los secretos a alta velocidad. Javier Collado y las huestes del “Argos” le llevaron de caza nocturna en el helicóptero. José Luis Domínguez, el observador naval de la aeronave le mostró como se salta del “molinillo” a una planeadora a 50 nudos de velocidad.
Tras cada misión nocturna, Arturo permanecía luego varias horas escribiendo en la habitación del hotel. Cuando pidió, humilde, una revisión técnica de lo escrito, sólo había un fallo: la posición de las palanca del acelerador no era la correcta en una “phantom”.
Se percató Javier Collado, quien además de helicópteros, pilota lanchas de alta velocidad y fue campeón de España de ultraligeros (voló 100 kilómetros con toda la gasolina que cabía en un vaso de duralex como único combustible) Arturo recibió entonces una lección práctica por parte de los mecánicos navales de Aduanas y del propio Collado.
Las secuencias de la persecución han quedado estremecedoras, técnicamente impecables y absolutamente reales.
Arturo Peréz-Reverte
explicando una maniobra
Cón la reciente publicación de la novela han aflorado los primeros y encendidos debates sobre si Teresa Mendozá existe o es invención de Reverte total o parcial. En noviembre de 2001, este reportero leyó los capítulos entonces escritos de la novela y le planteó directamente esa cuestión.
Arturo sonrió. Estaba sentado en esa misma tumbona desde la cual mira, con serena ironía, a los lectores de su página “El Semanal” y que se ubica en el jardín posterior de su vivienda.
—“Chaval, si te fijas bien. Tu mismo encontrarás respuesta a esa pregunta, en cuanto tengas el libro en tus manos”.
Pude hacerme con la novela el jueves. Me quedé petrificado y quienes aguardaban para comprarla, debieron darme por lelo completo.
La cubierta muestra un velador con una botella de tequila, dos bolsas de perico, una cuchilla de afeitar y dos “tiros” de farlopa, listos para el consumo. También hay una pistola y una fotografía rota.
El arma no es ni la Colt Doble Aguila del Güero Dávila, ni la SigSauer que Arturo atribuye a la “Mexicana”. Reconocí la pistola y a la mujer de la foto. Me estremecí.
Entonces “sonó el teléfono
y supo que la iba a matar”.
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