La realidad rebosa de históricas inéditas. Basta salir la calle, al campo y a la sierra, y saberlas encontrar. Por ahí aparecerá la voz de personas que son personajes interesantes, que hablan sin conciencia literaria, a partir de la más pura oralidad. Su habla, la cadencia de sus frases, el uso de arcaísmos del español, van dando forma sin saberlo a una cierta visión del mundo, a un sentido de la realidad que sólo es discernible en el habla sonorense o sinaloense, por ejemplo, o en esa dimensión del castellano mexicano que corre por ambos lados de la frontera norte.
No sólo se trata de lo que dan la región y sus personajes, como querría una visión antropológica social, sino de una organización especial del lenguaje que corre a cargo de los nuevos escritores y que no se restringe a un mero reflejo de la realidad social. "El norte de México no es simple geografía: hay en él un devenir muy distinto al que registra la historia del resto del país; una manera de pensar, de actuar, de sentir y de hablar derivadas de ese mismo devenir y de la lucha constante contra el medio y contra la cultura de los gringos, extraña y absorbente", escribe Eduardo Antonio Parra.
También a novelistas venidos de fuera y a ciertos cineastas les cautiva el norte de México. Roberto Bolaño, chileno, ubica una de sus últimas novelas en Ciudad Juárez. El español Arturo Pérez Reverte acaba de concluir, por otra parte, su novela sobre el narcotráfico en México y la ubica, naturalmente, en Sinaloa. En una nota enviada desde Madrid, César Güemez adelanta que el personaje es una mujer, Teresa Mendoza, sinaloense involucrada en avatares narcotraficosos y se aaleja un poco de la acció refugiándose en la costa andaluza y después se vuelve una figura internacional del trafiquín.
El autor de Territorio Comanche y de La carta esférica hizo una investigación de campo en Culiacán y en sus alrededores. Élmer Mendoza lo acompañó y se quedó con muy buena impresión del escritor. Pérez Reverte habló con la gente, recogió los giros de su lenguaje, y algo más importante: que la cultura del narcotráfico (en sentido antropológico) está allí en la región desde los tiempos de los bisabuelos. Se vive una moral distinta a la de las zonas urbanas del resto del país, de la Capital, o de las capitales regionales como Guadalajara y Monterrey. La percepción del novelista, y su expresión resultante de la escritura, se mantiene en una distancia "inocente". No juzga ni se ladea a ninguno de los dos lados de la moral. En la vida cotidiana el narcotráfico es un trabajo como cualquier otro. No hay vergüenza, ni siquiera por caer en la cárcel. No se discrimina como pretendientes a los muchachos que quieren casarse con tus hijas. Se trata de una moral aparte (como la de los políticos, según decía Maquiavelo).
El mundo del narco está allí, como una realidad social objetiva, y el sinaloense se siente dentro de él como en su propia piel, así como "otros lo hacen en torno a las fábricas de automóviles o al cultivo de la vid". Si hay consumo, hay oferta. Muchos se retiran. Se dedican un tiempo al negocio y luego se pasan a poner su empresa o su changarro, porque no es posible pasare la vida a salto de mata y con el Jesús en la boca.
Como tal vez era predecible, el narrador entrevió los primeros signos de estas vidas en los corridos norteños que conoce de memoria y desde su primera juventud. Le impresionó, le dice a Güemes, la capacidad de síntesis de la épica de la droga: la que cantan Los Alegres de Terán y Los Tigres del Norte: su talento para resumir en unos cuentos versos una "historia en tres minutos, el argot propio del tema, la fuerza narrativa". Hizo un corrido de 500 páginas cuyo titulo aún no se sabe.
Y corridos hay muchos que se cantan en las cantinas de Guasave y Mocorito, en Badiraguato y Los Mochis, canciones que no llegan a grabarse en las disqueras comerciales. Se cantan y se los lleva el viento. No hay impresor de compacts que se atreva a grabarlos ni estación de radio que quiera trasmitirlos. Les da miedo. Esos corridos, como dice Luis Astorga, son los noticieros de la región. Y ahí está la literatura, la lírica, la gesta, la épica de la droga. Pérez Reverte, que no da conferencias ni participa en mesas redondas ni actúa como "analista" en la tele, se pasó pues por los escenarios del crimen y de la camaradería. No investigó como el periodista de guerra que fue sino como novelista: recogió ambientes, vio personajes, oyó frases, escuchó un español muy peculiar, la cadencia del castellano sinaloense: el desmadre, el relajo, las parrandas de tres días de tambora y trombón por las calles de Tierra Blanca, el barrio de Culiacán.
Qué chingados, es tu tierra,
no tienes tanto que perder, te la juegas, y hasta te diviertes un rato. Total
vida, ahí te quedas. Si tienes que llevar una carga a Sonoita, pues
le entras y ahí vas pagando, a la Federal de Caminos, al ejército,
a la judicial federal, a la judicial estatal, a la municipal, para todos hay.
La aventura. Una vida de película. Y aparte te diviertes, te vas al
otro lado a comprarte botas de 500 dólares y sombreros de cowboy en
Arizona, como el hombrecito de Marlboro. Y te bajas el miedo con mota o con
coca. Mientras vas pasando los retenes. Todo está arreglado. Todo
mundo está metido en el ajo.
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