Mi verdadera patria es mi infancia
Articulo publicado en el "Magazine Litteraire" en junio de 2000
En estos tiempos de anorexia literaria en que los autores se entretienen en brillantes conversaciones interminables o en flacas requisitorias cínicas, La carta esférica, último libro de Arturo Pérez-Reverte (Premio Mediterráneo) está por encima de la pura provocación. Imagínese una novela de seiscientas páginas, bien construida, estructurada, con una intriga, con un imaginario verdadero, con sus referencias culturales y humorísticas, de vida y de muerte, portadora en suma de un universo y animada por una formidable ambición literaria. Es el libro de un escritor que no reniega de sus lecturas, ni duda, para nuestra gran alegría, en volver a visitar las obras que le han proporcionado el gusto de escribir. Gracias a Conrad y a Homero, a Lesfie Charteris ya Hergé, a Dashiell Hammett y a Stevenson, a Patrick OTriany al maestro de maestros: Alejandro Dumas, Después de La tabla de Flandes, publicada en 1993 por Jean Claude Lattés en la colección «Suspense & Cie», Arturo Pérez-Reverte se ha reafirmado en cada nuevo libro como el más grande escritor vivo en castellano. Encontramos en La carta esférica todos los temas abordados en sus libros anteriores, pero con más amplitud si cabe, más pulso, más dominio: el mar, la búsqueda de tesoros escondidos, el amor absoluto, la aventura, la adversidad, la historia, el pasado, los sueños, una desesperación poderosa trascendida por la necesidad de vencer. Autor de una trama novelesca en la que la eficacia se pone al servicio de la simplicidad: un marinero en tierra, locamente enamorado de una mujer tan peligrosa como bella, sale a la búsqueda de un tesoro perdido; alrededor giran infinidad de personajes que son otras novelas dentro de la novela: Coy el capitán sin barco, Tánger Soto, la intrigante suprema; Nino Palermo, un hombre de negocios oscuros; Horacio Kiskoro, militar violento que se cree un lord inglés. Corso, mercenario de la bibliofilia, escapado de El dub Dumas, etc. sin olvidar los barcos hundidos, las cartas perdidas, los museos polvorientos, las oscuras bibliotecas, las profundidades submarinas. Al alba de¡ siglo xxi, los héroes solidarios dejan paso a los héroes solitarios. Al trazar el retrato de uno de ellos, Arturo Pérez-Reverte nos invita a contemplar sin morbo la parte oscura que cada uno llevamos dentro. La carta esférica es un gran libro metafísico. ¡Qué maravillosa lectura, qué placer renovado el poder sumergirse en nuestros sueños perdidos!
-Usted nació en Cartagena en 1951. ¿Guarda
recuerdos de esa ciudad, de la infancia que pasó allí?
-Cuando construía el personaje de Coy, que aparece en La carta esférica,
deseaba dotarle de una memoria particular Después de pensarlo comprendí
que nunca había utilizado mi propia memoria. Coy tendría la
mía. Regalé a este personaje la memoria de mis primeros dieciocho
años. Coy es como yo, un hombre del mar Mediterráneo. Sus amores,
sus sueños, sus interrogantes son los míos. Él ha visto
lo que yo he visto, ha vivido lo que yo, como yo ha buceado, ha navegado,
se ha paseado horas por el puerto. Coy soy yo.
-La carta esférica es su novela más
autobiográfica?
-No diría tanto, digamos que es mi libro más personal, que
no es lo mismo. Podemos encontrar a veces cosas muy personales que están
reelaboradas por la El doblón del capitán Ahab Arturo Pérez-Reverte
literatura y la ficción. He incluido en este libro mis mejores recuerdos,
mis mejores lecturas, las experiencias más importantes en relación
con el mundo, la vida, el mar y la mujer
-¿Es Coy el personaje al que usted se encuentra más próximo?
-No, Alatriste, héroe de Las aventuras de El Capitán Alatriste,
el Caballero de La tabla de Flandes, Corso en El club Dumas (que es también
el nombre de mi barco), son personajes a los que también estoy muy
unido. Pero ciertas áreas de su memoria me son desconocidas, extrañas,
distantes. Recupero sus recuerdos, hago surgir a la superficie aspectos de
su personalidad que yo mismo desconocía. Digamos que Coy vive una
evolución que en muchos aspectos se parece a la mía. No ignoro
nada, ni de su pasado ni de sus motivaciones profundas, no he inventado sus
recuerdos: es lo que yo fui. Pero no soy yo. Nací en una familia de
marinos. Mi tío fue capitán de la Marina Mercante, mis hermanas
están casadas con capitanes de la Marina Mercante. En verdad, todo
mi entorno familiar está muy ligado al mar... Hasta su muerte mi padre
no dejó de hablar del mar, de leer libros relacionados con el tema,
todos sus amigos eran marinos. Hasta esta novela nunca quise poner este universo
tan
íntimo en primer plano.
- ¿Por qué?
- Era demasiado íntimo, demasiado personal. No se enseña la
casa a desconocidos, uno se guarda los secretos de familia. Pero un día
la novela se presenta en tu puerta y comprendes que es tiempo de contar esta
historia. Le confiaré un secreto: en La carta esférica no he
inventado nada. Horacio Kiscoros, el militar torturador ,argentino existe,
como también el maestro cartógrafo, que no es un maestro cartógrafo
sino un amigo, profesor en el museo de Murcia, como el piloto que es uno
de mis mejores amigos. Todos los personajes históricos son reales.
Me encanta establecer relaciones entre todos ellos.
-¿También Tánger Soto?
-Es un personaje imaginario que reúne a todas las mujeres que he conocido.
No hablo sólo de relaciones ocasionales, sino de todas las que han
significado algo para mí: mi madre, mis hermanas, mis tías,
mi hija, mi mujer. Tánger Soto reencarna todas las mujeres de mi memoria.
Es por lo que considero que esta novela tiene muy poco de ficción,
Recompone una realidad única a partir de múltiples realidades
guardadas, conservadas por la memoria.
-Usted dijo un día que la verdadera patria
de un hombre es su infancia, ¿por qué?
-No quiero hablar sólo de la infancia como experiencia, sino como
un eslabón de la cadena que te une a la memoria, a todo el pasado
de tu familia, genético, filosófico, a todo el sustrato del
que uno proviene y se ha hecho, que te hace único tal y como eres
hoy. Este es un camino genealógico que llega a ti mismo. La infancia,
e incluso mejor, el recuerdo de esa infancia, te proporciona la conciencia
de esa cadena ininterrumpida y entonces comprendes por qué esa patria
es tan importante para ti. Las banderas, las patrias, etc., no son más
que sustitutos. La única patria verdadera, la que cuenta, es la infancia
con toda su carga de recuerdos: recuerdos del padre y la madre, de los muertos,
de los ancestros, de los libros, de la historia, la memoria que conduce a
eso que yo soy, he aquí la verdadera tierra que forma al hombre, he
aquí la base a partir de la cual mi ser se convierte en devenir.
-¿Qué pasa con esa infancia en
la edad adulta?
-Ese es el problema. Al crecer te enfrentas a los hechos, los gestos, las
acciones, los pensamientos que no quieres ver, que te hieren, te duelen y
te desesperan lentamente tu patria de la infancia se estropea, se erosiona,
se aleja. Hace falta un poco de tiempo para mirar con lucidez necesaria esa
patria infantil. La distancia, otorgada por el tiempo, es primordial, por
fin permite comprender la importancia de esa infancia.
-¿Escribe para reencontrarse con esa infancia?
-No. Yo sé que esa infancia está definitivamente perdida. Yo
puedo volver a sumergirme gracias a la memoria pero ya no soy la misma persona.
He vivido, he cambiado. Soy otro y el mismo que observa su propia infancia.
No podré jamás recuperar mis inocencias, mis descubrimientos,
mis ingenuidades. Como todos nosotros moriré algún día.
No quiero que la muerte sea una experiencia desagradable, terrible. Deseo
afrontarla con serenidad. Por serenidad entiendo la serenidad de¡ corazón,
la paz personal. Quiero estar sereno, es decir, estar consciente y lúcido.
¿Cómo lograr este estado? Observando el camino recorrido y
volviendo la vista atrás hacia esa vida se puede decir entonces: yo
soy un eslabón de una larga cadena de hombres y mujeres que lucharon
por vivir. Qué profundo alivio comprender que no somos sino seres
en tránsito. En el fondo esto no es tan grave, somos los que pasamos
el testigo. Así, para mí escribir es menos una nostalgia de
la infancia que una aceptación de esta última, la parte inocente
de una vida que acabará algún dia. Me siento heredero. Cuando
me entran ganas de matar, pienso en todos los que han matado antes que yo,
en la Edad Media, en el Renacimiento, por ambición, por celos, por
yo qué sé qué otras razones. Cuando hago el amor, me
imagino las parejas que me han precedido, que también han gozado y
amado. ¡Qué cadena más fuerte! Si no el horror de la
vida, este burdel interminable, esas traiciones, esas cobardías me
llevarían a una desesperanza tan grande que no sé cómo
podría enfrentarme seriamente a la muerte. No se puede morir uno desesperado.
-¿Es lo que ha presenciado mientras fue
reportero de guerra para la televisión española?
-He visto morir tanta gente desesperada! He visto morir hombres que gritaban,
que lloraban, que enmudecían, héroes, cobardes, algunos con
las tripas dentro y otros con las tripas fuera. Sé por experiencia
que la muerte es un momento particular de la vida. No quiero morir como alguno
de esos hombres que he visto tan de cerca, quiero morir como mi padre, mi
abuelo y algunos otros: con dignidad. Por eso necesito la paz y la serenidad.
¿Quién puede ayudarme a preparar este momento? El mar, la lectura...
y también la escritura.
-¿Por eso usted dice con frecuencia que
es un escritor accidental?
-Exactamente. Yo no tengo ninguna ambición literaria. He sido escritor
por accidente, no por vocación. No busco escribir una obra maestra
que pase a la historia de la literatura mundial. Escribo porque me ayuda
a vivir y a morir. Para mí escribir es tan importante como mirar un
cuadro, abrir un libro, tomar una copa con un amigo, ceñir el barco
al viento, no sacrificaré jamás un amor, una amistad, una vida,
mi salud en nombre de la escritura.
-¿Podría vivir sin escribir?
-Creo que sí. Podría vivir sin escribir, pero ciertamente no
sin leer. Leer es muy importante, para ser francos diría que la escritura
es esencial para mí, pero puntualmente. En algunos momentos de la
vida de escritor se tiene la impresión que una fuerza te empuja a
escribir, que tienes cosas que comunicar y que sería una lástima
guardarlas para uno. Una extraña fuerza interior te empuja a sacar
lo que esta dentro de ti. Escribir, en ese preciso instante, deviene una
necesidad que no puedes frenar. Te dices, quizá equivocadamente, que
ese sueño, ese deseo, tal recuerdo de la infancia no deben desaparecer
contigo, que debes conservarlos escribiendo. Hacerlo participe a los otros
que se llaman “lectores”. Pero quién sabe si esos impulsos no se agotan
en una, tres, diez novelas …
- La valentía, el honor perdido, el valor,
el fracaso son temas muy importantes en su obra.
- Sí. Nada tienen que ver con el patriotismo. Se trata de un problema
estrictamente personal. Odio a los cristianos que se han dejado matar en
los circos romanos sin pelear. La lucha justifica la existencia del hombre.
Un hombre que no lucha no es un hombre. Uno adquiere su dignidad enfrentándose
a la enfermedad, al horror, a la soledad, a la estupidez. El hombre tiene
la obligación moral de pelear contra todas las cosas negativas con
las que la vida le rodea. La vida me ha hecho abandonar muchas cosas salvo
el respecto por el valor. Entiendo por valor esa facultad humana de poder
decir no, de negarse a rendirse, de luchar hasta el final por las convicciones.
Luchar igualmente, sabiendo que en tu fusil ya no quedan cartuchos. La única
verdadera virtud es el combate por la dignidad.
- Usted pretende que el mundo se divide entre
stendhalianos y flaubertianos, ¿por qué?
- Yo soy titinófilo y stendhaliano. He leído La cartuja de
Parma a los trece años, y después me he quedado unido a este
autor que me hablaba de mis ancestros. Recuerdo con extrema precisión
las estanterías de la biblioteca en las que se alineaban los libros
de Flaubert, Balzac y Stendhal. Abrí Stendhal y mi vida cambió.
Fue un puro azar, podría haber empezado por Flaubert, pero estaba
colocado en una estantería más arriba. Un día llegué
a casa de un amigo que tenía Le Sceptre d'Ottokar, fue como una revelación.
la trama, el humor, la lengua, esa línea clara, ese dibujo tan preciso:
mi sentido alsaciano Mi orden quedó impresionado. Estaba fascinado.
En España el día de tu santo es más importante que el
de tu cumpleaños. Me daban dinero y yo corría a comprarme un
Tintín. Me estremezco todavía con emoción por el olor
a papel nuevo y a tinta fresca de los álbumes de Tintín, ¡que
placer! Regalaría hoy los derechos de autor de dos de mis novelas
por poder recuperar esa sensación olfativa exacta que evoco ahora...
Los álbumes de Tintín eran la aventura, el mar, los tesoros,
los viajes. El club Dumas son de hecho tres libros en uno. El tesoro de Rakham
el Rojo, son tres barcos, tres pergaminos que reunidos hacen un pergamino
y un barco. Hergé ha estado muy presente en mi vida. He sido reportero
como Tintín, marinero como el capitán Haddock. Mis ediciones
originales de Tintín en la versión española son para
mí un auténtico tesoro. Si un día ocurriese un incendio
en mi casa, no salvaría ni El Quijote, ni La, montaña mágica,
dos libros muy queridos, sino mis álbumes de Tintín.
-Olvida a Alejandro Dumas, su autor favorito.
-Dumas es un fabulador extraordinario, fuente inagotable de historias para
los demás. El lugar de Dumas en la literatura mundial no me importa
nada. Es para mí, escritor, un desencadenante fundamental, que inmediatamente
me ha permitido colocar en el mismo plano el placer de leer y la literatura,
de cruzar la historia, aunque esté revisada y reconstruida. Dumas
ha sido para mí como una inmensa cantera de mármol sobre la
que puedo tallar los escalones que me permiten avanzar en la vida, una referencia
absoluta, una posibilidad de comprender el mundo. La presencia de Milady
es constante, tanto en mi vida como en mi obra. Todos mis personajes femeninos
recuerdan a Milady. Es mi dulce obsesión. La amistad, los compañeros,
he buscado siempre los Porthos, los Aramis. Mi padre fue un Athos maravilloso.
Dumas me proporcionó un código social, el código del
honor, la moral. Es un poco como mi Corán, mi Biblia: mi sentido de
la vida y de la muerte. El conde de Montecristo es la novela de las novelas,
el libro de los libros. No lo olvide, Dumas fue traducido en España
por uno de nuestros más grandes escritores: Benito Pérez Galdós.
-¿En qué momento decide escribir?
-Un chico que lee mucho siempre escribe un poco, pero yo no he tenido jamás
verdadera ambición literaria. Comencé muy tarde,- a los treinta
y cinco años, un día después de tantos años dé
lector, miras hacia atrás y comprendes que posees una historia que
tienes que contar. Publicas un libro entre la indiferencia general, después
un segundo y el tercero -La tabla de Flandes- se convierte en un best-seller.
Todo es extraño, incontrolable...
-¿Su primer libro se titulaba El húsar,
verdad?
-Es la historia de un joven oficial de Napoleón durante la guerra
de España. El 4 de abril de 1977 me encontraba con los soldados de
la guerrilla de Eritrea. Ahí estaban mil doscientos hombres acosados
y machacados por la aviación cubana. Al llegar a la frontera sudanesa
no quedábamos más de trescientos... Sin comida, con disenteria,
los muertos, la selva profunda, un horror. Volví a Eritrea ocho años
después y me vi en sueños correr por la selva, en compañía
de los guerrilleros, con la muerte detrás. El húsar es la historia
de un hombre que descubre que la guerra poco tiene que ver con el heroísmo.
La guerra es la muerte, las mutilaciones, la desesperación, el terror
cotidiano.
-Usted ha sido reportero de guerra. Cámara
al hombro ha recorrido El Salvador, Mozambique, Nicaragua, Las Malvinas,
Rumania, etc. Ha cubierto la guerra M Golfo, el conflicto de Yugoslavia.
¿Cómo se ha pasado del reportaje a la literatura?
-Podría haber escrito novelas tipo John le Carré, novelas así,
pero no me interesó. La experiencia periodística ha sido sin
embargo muy importante para mí. He aprendido a usar lo mejor posible
la documentación, a extraer de los archivos inmediatamente los más
representativo. Un método, una técnica de saber cómo
analizar rápidamente. Cuando voy a México para trabajar en
mi próximo libro no soy tanto un escritor como un periodista que lleva
una investigación para encontrar cueste lo que cueste lo que busca.
Este oficio me ha dado las claves en cuanto al funcionamiento del mundo del
público, del lector. Como decimos en español: “Cómo
manternerlos en vilo”. Este es el segundo punto. La literatura, perdóneme
esta metáfora bélica, es un campo de batalla. Coloco aquí
la metralleta, allá el campo de minas, los soldados se irán
por este lado más bien que el otro. Yo, el escritor, espero la lector
en un puesto estratégico en vez de en otro. Le llevo donde yo quiero;
le tiendo una emboscada. La estategia cuando escribo me viene directamente
del periodismo. Igual que la búsqueda de un buen título, de
un buen lema, del suspense, de mantener la tensión o relajarla. En
fin, si fui un buen periodista es porque antes y durante leí muchísimo.
Es la ficción la que me ha proporcionado las claves de la realidad
y no al contrario. Por retomar el ejemplo de El Húsasr, fue porque
había leído a Dumas y saqué enseñanzas de estas
lecturas que pude contar sobre la guerrilla de Eritrea. A menudo me dicen:
“¡Se ve que eres periodista, se palpa en tus novelas!”. Muy al contrario.
En fin, la tercera lección aprendida a lo largo de mi carrera de periodista
es tener una determinada visión sobre el mundo y la vida. Coy, Alatriste,
Corso son como son porque yo soy como soy. No han ido a la guerra como yo,
pero tienen una trayectoria paralela. La pérdida de cosas, la evaporación
progresiva de las ilusiones, la necesidad de reunir lo que queda de la vida
después de un bombardeo para construir un lugar donde protegerse o
defenderse, ese es el propósito principal de mis libros. Mirando tantas
revoluciones hechas y perdidas, es hora de encontrar la dignidad con los
restos del naufragio y construir una pequeña balsa para sobrevivir.
-Es una visión pesimista de la vida...
-Naturalmente. Tras haber visto tan de cerca todo el horror del mundo podía
haberme convertido en un cínico. Ha sido mi mochila llena de libros
la que me ha salvado de la desesperación y me ha permitido conservar
algo de humanidad. Sin la literatura, mi corazón se hubiera podido
secar, como a tantos periodistas con los que me he cruzado. Sin la literatura
quizá me habría suicidado... La literatura ha sido mi refugio,
que me ha dejado descansar, tomar la distancia necesaria, la madurez para
resistir el golpe y seguir vivo...
-¿Por qué razón abandonó
la carrera de periodista?
-Como periodista he tenido tres etapas. En los primeros tiempos fui un mercenario
honrado. Sentí muy pronto que podría convertirme en uno deshonesto.
Porque siendo reportero de guerra te encuentras más preocupado por
la hora de tu retrasmisión que por lo que pasa delante de tus ojos.
Hay cosas que haces y que no deberias de haber hecho y otras que deberias
de haber hecho y no has hecho. Para ser franco conmigo mismo, tengo que reconocer
que vivo con ciertos fantasmas, sucesos de los que no estoy particularmente
orgulloso. Me solía salvar buscando determinadas justificaciones:
estaba cumpliendo con una tarea peligrosa, haciendo un trabajo útil.
lentamente el periodismo se ha convertido en otra cosa. La guerra del Golfo
fue la guerra espectáculo. Se necesitaba una imagen sensacional, fuera
de lo común, un choque, un scoop, poco importaba la verdad, la realidad,
la honestidad del reportaje. Hacía falta una mujer violada, un criatura
desfigurada, un anciano agonizante... Resumiendo, pude morir en Beirut a
los veinte años, creyendo que el periodismo era muy importante para
la civilización; en El Salvador, con treinta, cuando me ganaba la
vida arriesgándome diariamente; en Sarajevo, con cuarenta y cinco,
para conseguir un punto de audiencia suplementario al telediario de las 20
horas. Es el contenido de mi libro Territorio comanche. Si se lee atentamente
este libro se comprende enseguida por qué no quería ya dedicarme
a esta profesión.
-La Historia ocupa una lugar muy importante en
su obra. ¿Se siente usted como Dumas, que reconocía que violaba
a la Historia pero para hacerle niños bellos?
-Hay dos razones para ello: por puro placer, y porque la historia ha tenido
en mi educación siempre un lugar fundamental. Mis abuelos, mis padres
siempre estuvieron convencidos de que tenía a mis espaldas tres mil
años de historia de la humanidad. Es fundamental esta condición
de heredero. La España de Franco fue evidentemente negativa, vergonzosa,
pero este periodo transitorio de su historia no debía ocultar un pasado
brillante que me pertenecía como al resto de los españoles.
No debía avergonzarme de esta memoria que no era sólo española
sino también europea, romana, latina, que era también Marruecos,
y América. El Islam y la Biblia. Pertenecía a un mundo antiguo,
muy antiguo,. respetable y maravilloso. Era un hombre del sur, muy superior
al hombre del norte. Para mis padres, Goethe, Schiller, los anglosajones
pertenecían al mundo de los bárbaros. Es excesivo evidentemente,
pero en esta creencia me eduqué. De niño el mundo americano
no me impresionaba en absoluto: el whisky, los cowboys, los coches americanos,
Nueva York, todo eso no me daba ni frío ni calor.
-Ha sido submarínista. ¿Era para
buscar esa humanidad ancestral de la que desciende usted?
-Cuando buceaba en búsqueda de un ánfora para algún
coleccionista desconocido o para obsequiar a alguna novia, no cometía
ningún robo, no tenía remordimientos. Ese ánfora me
pertenecía, era mía. Formaba parte de mi patrimonio genético.
Fue mi tatarabuelo quien la había tirado al agua. Por eso mismo soy
marino. Vivo mucho en mi barco, pero nunca he sentido ninguna necesidad de
cruzar el Atlántico o el Pacífico. ¿Por qué tendría
que hacerlo? Soy marinero porque Ulises lo era. Navego por el Mediterráneo
porque para mí navegar no es una aventura, es estar en casa, quedarme
en mi terreno, recorrer mi mundo y mi historia.
-¿Por eso prefiere el Ulises de Homero
al de Joyce?
-¡Claro que sí y no es broma! En fin, ¿qué puede
saber un jodido irlandés de Ulises? ¿Qué hay en su memoria,
en sus ojos, en su piel que tenga relación con Ulises? Yo sí
sé quién es Ulises, Porque le he visto trampear en los puertos
para robar a un turista americano. Le he visto echar la red al mar. Le he
visto calafatear su barco, reír, llorar. He crecido a su vera. Ulises
fue el que violó a mi tatarabuela y se casó con la tía
de mi tatarabuela. Ulises forma parte de mi familia.
-¿Ulises forma parte de su memoria porque
nació usted en Cartagena?
-Soy consciente de esta gran suerte. Mi hija Carlota, que nació en
Madrid, que adora Italia, Francia, Grecia, tiene una patria: Cartagena, la
ciudad que posee el alma del Mediterráneo. El puerto de Cartagena
ha jugado en mi vida un papel decisivo. De crío no iba a clase para
ver los barcos que arribaban, los pescadores que volvían de alta mar.
Era una atmósfera extraordinaria con todos esos marineros borrachos,
mal hablados, las prostitutas de labios pintados, todos esos idiomas, todos
esos olores, esos colores. En los puertos encuentras dos tipos de personas.
Los que se quedan sentados, que miran y que nunca osarán tomar un
barco y partir. La segunda categoría se compone de los que deciden
levar el ancla.
-¿Y usted pertenecía a este segundo
tipo?
-Evidentemente sí. Pero fueron los libros los que me impulsaron a
partir, fueron los libros los que me proporcionaron el gusto por la aventura.
Sin la biblioteca de mi abuelo puede ser que hubiera sido como alguno de
mis amigos, arquitecto o ingeniero, y hubiera navegado los domingos en mi
barquito... La lectura me ha enseñado que el puerto es la puerta de
salida a un mundo desconocido que yo deseaba exploran
-Volvamos a su relación con la Historia.
Usted la falsifica pero de una manera que casi podemos calificar de «razonable».
-De otra forma sería un pastiche y no me interesa, Esta actitud me
viene de Dumas evidentemente. La Historia te obliga al placer sutil de la
lectura, de la documentación, de la búsqueda. Por otra parte
el escritor puede jugar con ella, falsifiarla, cambiarla, perturbarla, Soy
homo faber, homo sapiens, pero sobre todo homo ludens. Me encanta jugar,
me meto en el libro que estoy leyendo y encuentro mi sitio entre los personajes.
Mi desafío como escritor consiste en utilizar elementos reales, que
no tienen relación entre ellos, colocarme en el medio y hacerles jugar
unos con otros. Richefleu, Luis XII, Ana de Austria... he aquí los
elementos que la Historia oficial pone en un primer plano. El genio de Dumas
consiste en encontrar un elemento de ficción que los relacione entre
ellos y convertirlo en el elemento principal, el verdadero motor del relato.
Los tres mosqueteros de la novela de Dumas son más reales que Richelieu.
Pero tampoco se trata de hacer cualquier cosa. En La carta esférica
todos los personajes son reales. La ficción sólo interviene
en el nivel de las relaciones que establezco entre los diferentes elementos
«reales».
-En la Historia, tal como usted la concibe, el
pasado está permanentemente relacionado con el presente y el futuro.
-Tengo la profunda convicción de que no puede entenderse nada de nuestro
presente ni de nuestro futuro si desconocemos nuestro pasado, si no colocamos
nuestra visión presente en una perspectiva esencialmente histórica.
La Historia es como una poderosa luz que ilumina nuestro presente.
-Ha publicado en La Vanguardia de Barcelona,
en 1999, un artículo que -es lo mínimo se puede decir- no ha
pasado desapercibido. Defiende usted una suerte de tradición novelesca
europea contraria a los productos literarios venidos del otro lado del Atlántico,
valorados por la cifra más alta, la televisión, el cine, una
especie de igualar por lo bajo. Para este criterio de edición, ¿se
excluye el tener en cuenta una tradición literaria nacional?
-Estar en la lista de los bestsellers no significa pertenecer a un género
literario. Respeto ¿ Ken Follet como a cualquiera, pero lo que yo
escríbo no tiene nada que ver con ese género de literatura.
He aprendido mucho leyendo ciertos best-sellers de los años 50 y 60,
pero mis libros no tienen nada en común con esta literatura desechable,
yo no fabrico kleenex. Mi literatura se apoya en una imaginación que
cuenta con tres milenios de historia narrativa, sobre sólidas referencias
culturales, en una palabra, sobre una memoria colectiva que es la de la vieja
Europa. No quiero para nada romper esta memoria, si no por el contrario ayudarla
a sobrevivir como ella me ayuda a vivir, No soy, un huérfano recién
llegado de May Flower: soy, lo repito, un viejo europeo del sur, un mediterráneo.
El drama de la literatura europea actual es que no bebe en estas maravillosas
raíces ancestrales. Se prefiere la literatura egotista, minimalista,
exangüe, replegada en ella misma sin entusiasmo, sin ambición.
Gerard de Cortanze. Magazine
Litteraire. junio de 2000.
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