Tal
frente de su mesnada
de lanzas y ballesteros
cabalga en corcel brioso
Don Manrique de Toledo.
De su cota reluciente
devuelve al sol los reflejos
y su penacho de plumas
ondea sobre su yelmo.
Del arzón de su caballo
pende el escudo de acero
y con su diestra sujeta
la lanza de agudo hierro.
Va en busca de su enemigo
el fementido Don Tello
señor de vidas y haciendas
y hechos de bandolero.
Llegado a la fortaleza
para su corcel en seco
y alzándose con los estribos
les grita con voz de trueno:
“Oidme los del castillo
y escúchame tú, Don Tello,
vil bastardo, mal nacido
sin honor de caballero.
Sal de detrás de esos muros
y aquí solo, en campo abierto,
a muerte te desafío
si eres hombre para ello
y si no sales te juro
por esta cruz de mi pecho
que derribaré esos muros
hasta los mismos cimientos
dejando solo una almena
para colgarte del cuello
y arrastraré tu pendón
por el polvo de los suelos”.
No pudo seguir hablando
pues un alevoso arquero
con una alevosa flecha
le derribó por el suelo.
Y así bañado con su sangre
la muerte halló, cara al cielo
en medio de su mesnada
Don Manrique de Toledo.