Aún no habían acabado de hundirse las últimas naves de Drake (cuya espada adornaba ahora el camarote del Duque de Medinasidonia, el destructor de la escuadra inglesa, que "ignoraba hacia qué lado caía estribor") cuando ya las primeras compañías en desembarcar peleaban al arma blanca en los muelles de Londres para abrir una cabeza de puente donde pudiera desembarcar el grueso del ejército de españoles y tudescos al mando de Farnesio.
Mientras, las naves veteranas de Lepanto, al mando de Recalde, remontaban el Támesis bombardeando ambas orillas para crear el caos en la población civil y dañar y desmoralizar a las fuerzas que se aprestaban a hacer frente a la infantería invasora. Por un instante, los cañones españoles callaron al llegar ante la Torre de Londres, sin saber si bombardearla o no, pues sabían que aún no había acabado el asalto de una compañía de arcabuceros vizcaínos contra la fortaleza; la misma compañía que había rechazado a los beefeaters cuando éstos intentaron una salida: tras verse diezmados por una descarga cerrada, los alabarderos decidieron que preferían resistir heroicamente a esos sucios invasores "dentro" de las murallas. Tras una tensa espera, se dejó oír una fuerte carcajada de Recalde al ver ondear la bandera de la Cruz de Borgoña, el emblema de los Tercios, en lo alto de la Torre, mientras se unían, por encima del Támesis, en boca de los arcabuceros desde la Torre y de los marinos desde los barcos, los mismos gritos, viejos de siglos, que a toda la Europa rubia y protestante, a los indios de América y a los turcos del Mediterráneo, llevaba ya algún tiempo helándoles la sangre:
-¡Viva nuestro rey don Felipe¡ ¡Santiago y cierra España¡
-Majestad...Majestad despertad, hay noticias...
Felipe II, abiertos ya los ojos, sonreía con sus genuinos labios Habsburgo pues, a pesar de las tristes caras que le rodeaban, siempre se creía, como un niño, como el niño triste que sin duda fue, que los sueños y la realidad eran una misma cosa.
-¿Noticias de la Armada? ¿Es nuestra Inglaterra?