Mis pasos eran pausados, había
recorrido toda la eslora sín encontrar el mínimo resquició
de humanidad. Me sentía solo, abandonado, como un bagabundo sín
su cobijo. Intenté recuperar algunos utensilios, de los camarotes
vacios, pero fué inutil. El temporal había dejado incomunicado
el espació interior del barco. Mi suerte estava hechada. Era un
naufrago a la deriva. Un marinero sín destino, manco de emociones.
Mis pensamientos me llevaron junto a mi padre, un hombre fornido y beligerante que admiraba por su melancolía. El pasado y el presente que combinación más peligrosa. Los murmullos parecían reales, el hamable hombre corría hacía mi con una pelota en los pies, el campo era verde, las risas se desataban a mi alrededor. Gruñó para tirarme al suelo con su cuerpo, yo reía y reía, y el me recordaba que para jugar a futbol como los grandes hay que vivirlo, y no pasarse el día soñando en cruceros y grandes viajes, como mi amado Marco Polo. El sol me seguía de cerca, permanecí pegado al mastil de proa esperando mi suerte. Fijé la mirada en un pequeño utensilio de color naranja, no acertava en responder su procedencía.El siguiente movimiento me acercó a él, un botecito plástico se posó en mis manos. Liberandó una batalla para abrirlo conseguí ver su contenido, miles de estrellas, parecía el cielo. Tapé y mire al dorso, en una envejecida etiqueta cantaba sus versos algún antiguo vocal oriental.
Sentí el fortúnio y me
liberé de la soledad. Destapé de nuevo el pequeño
cilindro para seguir viviendo la intensidad del hallazgo. Por más
que quisiera no podía dejar de sentir el deseo de indagar. Fugaces
pasaban, constelaciones enteras veía, un magnífico espectáculo
digno de dioses. Me recordaba algo, un cielo en un espacio tan pequeño.
El filoso mundo que se anteponía a mis pensamientos era felicidad
pura, en su esencía. Entre la miel de los astros y el brillo de
sus destellos divisé el movimiento de una transparéncia.
Jon Atin, Abril de 2001