Hasta hace poco tiempo colgaban sobre mi pecho dos cruces. Me he quitado una de ellas; pequeña, humilde, de madera de un marrón ennegrecido por el uso. Me la he quitado, pues he de cumplir con un voto que me he impuesto: He de tirarla al mar, ya que colgada de mi cuello ya no significa nada, porque cada vez tengo menos fé en dioses y en hombres, y porque que creo que el Dios católico y romano me ha estafado.
Mi amigo Juan ha muerto, y se ha ido dejándonos a todos los que le queríamos solos y tristes, se ha ido demasiado pronto. Dios me ha engañado porque no se le ha llevado de frente, cara a cara, sino por detrás a traición, con una derrame cerebral por simplemente agacharse a atarse un maldito zapato, y ahora estoy triste, furioso y estafado porque se le ha llevado, porque de la pila de tiñalpas, cabrones e hijoputas que hay provocando guerras, hambre, destrucción...., en este mundo y que con más justicia se habrían ganado el derecho a morirse, el Dios justo, benevolente y sabio se ha llevado a una buena persona, a uno de las mejores; a un auténtico hombre en el más amplio sentido de la palabra al que le quedaban muchas historias que contarme y que me honraba con su afecto y amistad.
Mi amigo Juan era un marinero con mayúsculas, uno de tantos que hay en los puertos del Cantábrico con el cigarrillo entre los labios, pelo blanco, barriga pronunciada y piel morena curtida por el sol, que ya no era piel sino verdadero cuero, con unas manos callosas, duras y fuertes. El no era muy alto, pero tenia la altivez de un hombre que se sabe honrado, que no le debe nada a nadie, de un hombre que se ha hecho a sí mismo, saliendo día tras día a pescar y siendo un fiel alumno de la mar que da la vida y da la muerte, de la mar de sus amores y de sus odios, de la mar de sus alegrías y de sus tristezas de la mar de sus éxitos y de sus fracasos; fiel consejera y mortal arpía. Un marinero que como tantos del Cantábrico era de origen humilde, sencillo, generoso, de ademanes impetuosos y broncos, atrevido, bromista y siempre con el juramento en la boca, que las ha visto de todos los colores cuando este mar, su mar les indicaba que no eran bien recibidos, que se ha mojado, ha pasado calor, sustos, frío, alegrías y desdichas junto a sus compañeros para traer un jornal a casa y no como los meapilas de diseño que solo salen a regatear en sus caros yates en verano y con buen tiempo para fardar delante de sus amigos, salir en las revistas y que no tienen ni pajolera idea de lo que es arriesgar la vida día a día para mantener a los suyos.
Era un marinero que aún después de pasar media vida viviendo en la mar y estar jubilado seguía yendo a pescar en un pequeño bote a motor todos los días, aún a riesgo de las regañinas que le daba a menudo su mujer porque la mar lo era todo para él, era toda su vida, su pasión, en tierra se sentía enjaulado, no conocía otra vida que la mar y además le gustaba.
Nunca podré remediar que no tuve el honor de navegar con él pero le quería y le seguiré queriendo y recordando e intentaré siempre honrar su memoria. Echaré de menos sus explicaciones y aventuras sobre navegación y pesca, sus descripciones de lugares que posiblemente yo nunca visite, como los puertos de Lequeitio, Ondairribia, La Rochelle, o los bancos de pesca de Gran Sol o el Golfo de Vizcaya, etc. y cuando entre en su casa siempre mirare inevitablemente el cabezal de la mesa donde únicamente él se sentaba y echare de menos sus interminables solitarios de naipes mientras me relataba sus historias, charlábamos o simplemente dejábamos pasar el tiempo.
Sé que
este donde este estará construyéndose una barca para salir
a pescar y yo he de cumplir una promesa que me hice al morir mi amigo:
tirar esa crucecita al mar porque quizás así mi amigo pueda
recogerla y aunque solo sea un humilde trocito de madera pueda contribuir
a la construcción de su barca. Porque quiero que cuando llegue el
momento y me reúna con mi amigo, entonces me lleve a pescar.