“Hay
en el mundo unos veintitantos tíos que morirían y matarían por mí”. |
Lunes, 19 de noviembre de 2007
ANTONIO ARCO
Arturo Pérez-Reverte, en el Instituto Cervantes.
/ EL CORREO
Hay unas palabras que obsesionan a Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) desde que «de jovencito» traducía a Homero: «Llueve en las orillas de Troya mientras zarpan las naves». El escritor navega libre por el mar del éxito, y rumbo a la soñada Isla del Tesoro recibe periódicas noticias de las hazañas de su personaje más popular: Alatriste. Hoy comienza en Murcia el primer Congreso Internacional Alatriste: La sombra del héroe.
-¿Cómo lleva la fama de su personaje?
-Al principio con estupor, porque nunca imaginé que trascendería hasta ese punto lo que era un divertimento casi personal, un guiño para unos cuantos lectores del Siglo de Oro y de capa y espada. Un guiño a mi hija y a una generación de chicos jóvenes a los que no se les ha contado, ni bien ni mal, nuestra historia. Yo pensaba en un libro marginal, o de culto, como se dice ahora. Después de seis libros y diez años de vida del personaje, terminas asumiendo las cosas. Hoy los taxistas me preguntan por Alatriste. Es agradable, pero también un poco inquietante, porque te das cuenta de que el personaje ya no te pertenece completamente.
-¿Qué le desea, ahora que ya no lo puede controlar totalmente?
-Deseo haber podido sentar bien las bases para que Alatriste tenga una vida digna y honrada. Es como criar a un hijo, al que educas lo mejor que puedes, pero después se va al mundo sin ti.
-¿Recuerda la primera imagen que tuvo de él?
-Fue en la infancia. A mi padre le gustaba mucho el teatro del Siglo de Oro. Recuerdo que empecé a poner el oído al verso a través de 'El Tenorio' de Zorrilla. Esa imagen del capitán de los tercios que aparecía en escena me subyugó: sus bigote, su capa, su espada, su sombrero, su forma de hablar de honor, de lealtad, de amor A eso hay que añadir la lectura precoz de 'Los tres mosqueteros'.
-¿Cuándo pensó en él como personaje de novela?
-Creo que lo veo por primera vez cuando estoy haciendo un artículo para 'XLSemanal', titulado 'La fiel infantería', en el que hablo sobre 'La rendición de Breda', de Velázquez. A la hora de contar el cuadro uso la voz narrativa de un soldado anónimo, sin rostro, que lleva la tercera lanza por la izquierda. Es la primera vez que genero mi primera visión del personaje.
-¿Se propuso no proyectarse mucho en el personaje?
-Alatriste no soy yo. Lo que pasa es que es inevitable que a personajes fuertes, para hacerlos vivir, uno les preste puntos de vista; no digo rasgos de carácter, ni ideologías, sino formas de mirar. Yo no soy Alatriste, pero es verdad que él vive gracias a algunos puntos de vista que yo le he prestado sobre el mundo y la vida. Más que con mi carácter, Alatriste está hecho con mi mirada. Compartimos plenamente el saber que la batalla está perdida desde hace muchísimos siglos, que no hay nada que hacer.
-Pese a lo cual no hay que resignarse, según defiende usted.
-Claro. Hay dos formas de resignarse: como un cordero o como un cerdo. Todos conocemos tipos de esas dos variantes. Yo detesto las dos, porque hay que pelear aunque sepas que no hay victoria posible. ¿Pelear por qué? Pues porque la misma pelea ya justifica la vida, pelear para que no te confundan con corderos y los cerdos se queden con la nariz sangrando. Para Alatriste, pelear no es un mecanismo de salvación, es un estado de ánimo, de gracia. Es alguien capaz de mantener su palabra y de pagar el precio que sea por ello.
Desnudo frente al espejo
-«Estamos condenados a matarnos los unos a los otros», dice Alatriste. ¿No hay forma humana de salir del laberinto?
-Yo creo que el ser humano es un animal peligroso en un territorio hostil. Ahora bien, vivimos en una sociedad que, afortunadamente, nos ha barnizado, nos ha cortado las uñas, nos ha limado los colmillos y nos ha hecho poder convivir de una manera razonable. Cuando todo ese tinglado confortable que hemos montado los occidentales se va al carajo porque la realidad del mundo -desde un terremoto a los atentados del 11-S- se impone y dice aquí estoy yo, el ser humano se encuentra desorientado porque ya no está preparado para eso. El hombre es una bestia siempre acechante y siempre tenido a raya por la cultura y la civilización.
-¿Qué será de un pueblo que no lee?
-Será inculto y carecerá de los mecanismos defensivos existentes. El único dique frente a la barbarie, el horror y el dolor es la cultura; un dique analgésico que no es que los elimine, pero te permite soportarlos. Sin libros, sin cultura, el hombre no tiene mecanismos adecuados para defenderse. El ser humano que no lee está desnudo en un territorio muy peligroso, y además desnudo frente al espejo que le devuelve la imagen terrible de sí mismo.
-¿Qué modas estúpidas soportamos hoy en este país?
-Demagogia en abundancia. El ser humano es una hormiguita bajo la bota de Dios o del azar, pero una hormiguita que en los últimos siglos se ha dado demasiada importancia. Hemos sacralizado, en nuestra arrogancia y nuestra soberbia, un montón de construcciones artificiales que el ser humano ha ido creando para olvidar que no es más que una puta hormiguita en un puto hormiguero. Hemos llegado a un mundo en el que todos mienten, nadie dice la verdad y se vive en una dictadura de lo políticamente correcto a la que la gente se pliega por miedo social.
-¿Qué queda de aquel joven que con 18 años se largó a empaparse del mundo con una mochila?
-Quedan muchas cosas. Yo pensaba que la vida me iba a despojar de todas ellas, y hubo una etapa, no hace mucho, en la que pensaba que llegaría a los 50 años sin tener donde refugiarme. Sin embargo, para mi sorpresa he visto que la vida no es tan puta como parece, que tiene una cierta delicadeza y te permite conservar ciertas cosas. Sé que hay cosas que ya no me va a quitar. Hay una mochililla con media docena de cosas que están ahí y que ya no se van a ir, y eso me hace sentirme bien.
-¿Por ejemplo?
-Me pongo a contar y hay en el mundo unos veintitantos tíos y tías que morirían y matarían por mí. También recuerdos, libros, historias que aún quiero contar, mares que me apetece navegar, islas en las que me apetece fondear frente a ellas al amanecer o al atardecer...; no está mal. Fue duro cuando pasó la etapa de la euforia juvenil y empezaron la guerra y la vida a pegarme dentelladas; hubo cantidad de cosas que se perdieron.
-¿Su relación con el paso del tiempo es de caballeros?
-El tiempo pasa, ya me hago mayor, tengo 56 años, no soy el mismo tío que era ni siquiera hace cinco, pero hace tiempo que esto estaba asumido. Me di cuenta muy pronto de que tenía que prepararme para envejecer con serenidad personal. Hagas lo que hagas, mates o ames, procura estar sereno. Me dediqué a intentar amueblarme de serenidad para afrontar esa etapa en la que ya no eres fuerte, no eres vigoroso, ya no te sonríe una chica, ya no te apetece conocer gente nueva... Y para prepararme ahí están los libros. Creo que todo lo que he vivido, sin libros no habría sido lo mismo. Beirut no habría sido más que una aventura apasionante de no haber tenido Troya en la cabeza.