“Lo soy, pero no tengo derecho a ser públicamente pesimista”

 

Domingo, 12 de Mayo de 2013

 

Por Claudia Piñeiro

 

El autor español está en Buenos Aires presentando su última novela, “El tango de la Guardia Vieja”. En una charla con su colega argentina, habló de su literatura, de la vanidad de los escritores. Y del futuro de su país.

 

 

La cita con Arturo Pérez Reverte es en el hotel donde se aloja. Llego puntual. Pregunto a un señor de seguridad por la sala Hospitalidad y el señor me corrige, “¿Hospitality?”. Una ironía, tratándose de que entrevistaré en Buenos Aires a un escritor español que además es miembro de la Real Academia Española. Pero dejo de lado mis pruritos y acepto las amables indicaciones que me da. Allí, junto a la sala de Hospitalidad, está Arturo Pérez Reverte en una sesión de fotos. En cuanto sale, sonríe, y su sonrisa es el anuncio de que es mucho más simpático de lo que cuentan. “Que primero me teman y luego me quieran”, me dice cuando se lo hago notar, y sonríe otra vez. Mientras nos acomodamos en la sala le cuento que la tarde anterior, un domingo con sol de otoño, mi hija y yo nos pasamos una hora y media caminando mientras lo leíamos, mi hija con El Capitán Alatriste y yo con El tango de la Guardia Vieja. “¿Leen caminando?”, pregunta. “Así somos”, respondo y enciendo el grabador. Le propongo empezar por su nueva novela, una historia de amor entre Max Costa, bailarín de tangos de un barco, y Mecha Inzunza, una joven casada que viaja en ese barco junto a su marido. Historia que transcurre en tres momentos y lugares diferentes: en el Buenos Aires de 1928, atravesado por el tango; en Niza de 1937, con espionaje durante la Guerra Civil española, y en Sorrento de 1966, donde se juega una importante partida de ajedrez.

 

–¿Cuándo apareció la semilla de El tango de la Guardia Vieja y cuál fue esa semilla?

–Cuando se tienen varios años de vida y muchas lecturas encima, decir en qué momento surge una novela es imposible. Pero digamos que esta novela surge de dos cosas: mi padre y el tango. En mi infancia el tango era universal, se bailaba en todas partes. Recuerdo a mi padre escuchando música de tango, tarareándolo. Digamos que la semilla más antigua puede venir de ahí. Pero la novela la empecé en el año 90 y me pasó lo que pasa a veces, me di cuenta de que no funcionaba. Había escrito cuarenta folios, iba bien, escribía y a su vez decía, “No, no lo veo”. Después me di cuenta de lo que había pasado: era demasiado joven, me faltaba mirada o perspectiva para el personaje de Max. La dejé, escribí otras novelas, no me quejo de ellas, pero seguí con ésta en la cabeza. Y un día sentí a Max. Yo estaba en Sorrento, una de las ciudades donde transcurre la novela. Dije: “Aquí es donde llega, aquí es donde la ve, aquí donde aparece”. Vi la novela con la mirada que no había tenido hasta entonces, fue cuando empecé a escribirla y esa vez funcionó. Era muy importante que Max fuera argentino, era importantísimo, no podía ser español.

 

–¿Por qué?

–Tenía que tener un desarraigo personal muy importante. Yo necesitaba que llegase a la edad media sin creer en patrias, en banderas, o en grandes palabras. Max es un argentino de la inmigración fracasada. También por eso hice que fuera soldado en la guerra más cruel, la de Marruecos, porque cualquiera que haya estado en esa guerra se curó de patriotismo para siempre. A los 30 años es ya un tipo que no tiene fe en nada más que en sí mismo. A partir de allí me dediqué a construirlo. Y lo completé en Sorrento, donde Max es su anacronismo. Rodeado por esa juventud de minifaldas y sandalias, él llama la atención, no es de ese tiempo.

 

–La novela tiene muchos pasajes eróticos. Para muchos escritores ese tipo de escenas son difíciles de escribir. ¿A vos te resulta sencillo o todo lo contrario?

–Son de lo más difícil. Yo he dicho que es como jugar a las siete y media, el juego de naipes: si te quedas corto pierdes y si te pasas pierdes también. Antes la gente no tenía más referencia que la familia, su mujer. O su amante, bueno. Pero ahora cualquier niño ve televisión, cine, películas porno, ve lo que sea. Entonces, ¿qué hacer con la escena erótica hecha de palabras? Tenés que ser creíble sin caer en el mal gusto o no en la mojigatería. Es muy complejo.

 

-¿De verdad creés como decís en la novela que hay tangos para sufrir y tangos para matar?

–Sí, sin duda. En la novela hay muchas cosas en las que creo, los lectores no tienen por qué saberlo, podrían ser mentira y valen igual. Pero hay muchas opiniones personales vertidas a través de los personajes, esta novela tiene una carga personal más intensa que otras quizás.

 

 

-¿Y entre esas ideas personales está lo que enuncia el narrador en cuanto a que las mujeres envejecen peor que los hombres?

-Hablo de la injusticia. Hay una injusticia social que es terrible. He conocido mujeres que han sido muy hermosas de jóvenes y han envejecido bien, y otras que lo han hecho mal. La biología es más piadosa con los hombres que con las mujeres.

 

–O lo cultural: a un hombre maduro no se le exige tanta belleza como a una mujer, pero no nos metamos en esa discusión ahora.

–No, claro.

 

–Esta novela se huele, ¿te interesan las imágenes sensoriales?

–Mira, una de las veces que fui a Nueva York me llevaron muy cerca de las Torres Gemelas, yo no sabía. Bajo del taxi y le digo a mi editor, acá huele a guerra. Quizás por la vida que uno lleva, haber sido reportero de guerra te sensibiliza para cierta clase de cosas. Recuerdo que otra vez llegamos con un colega a un campo de fútbol y supe que ahí había muertos enterrados, porque olía a muertos. No tenía dudas. Ese tipo de cosas las desarrollas en base a tu propia vida y luego lo llevas a la novela.

 

-Hablemos un poco de Twitter. ¿Sabés que acá hay gente que cuando empezás a tuitear lanzan un tuit diciendo, “shhhh, silencio, está escribiendo Pérez Reverte”?

- No, no sabía. Twitter es un sitio divertido. En una tarde entran cinco mil o seis mil tweets, evidentemente yo no puedo contestar a todos. Voy leyendo, cuando veo algo que llama mi atención paro, leo mejor, contesto y sigo pasando, pero llega un momento en que digo: “Bueno, me voy”. Entro sólo los domingos.

 

-También hacés muchos comentarios políticos, ¿reservás lo político para Twitter?

-Sí, hace 20 años que hago un artículo semanal para 25 periódicos españoles, y antes eran más políticos. Desde que está Twitter me desahogo allí, suelto presión política y luego hago artículos mucho más intemporales.

 

–En uno de esos artículos, contás que en una librería de viejo encontraste un ejemplar de La carta esférica, tu novela editada en 2000. Y decís que encontrar libros propios en una librería de viejo es un golpe para la humildad. ¿Creés que a los escritores nos cuesta recibir esos golpes?

–Sí, claro. Yo tengo una ventaja, llegué a la escritura desde el periodismo, a mí me conocían, mi cuota de vanidad estaba cubierta. Que le fuera bien a mis libros no supuso algo especial, pude encajarlo con bastante naturalidad. La cuota de vanidad se acomoda de verdad cuando lees a Conrad, o Dostoievski, y decís, qué hijo de puta, qué lejos están de todos los demás. Ahí no te queda más remedio que ser humilde.

 

-En uno de tus tuits de los últimos días pusiste: “Aznar es un arrogante, Zapatero es un imbécil, Rajoy un sinvergüenza”. ¿Hay una salida para España hoy?

-No tengo derecho a ser pesimista, lo soy, pero no tengo derecho a serlo públicamente. La única esperanza se llama educación, ahí y aquí, niños educados en el sentido amplio, noble y complejo de la palabra. Pero no hay intención de hacerlo, con lo cual no tengo grandes esperanzas.

 

-Me gustó tu frase: “No tengo derecho a ser pesimista”. Te la voy a plagiar.

— Adelante.