“Lo soy, pero no tengo derecho a ser públicamente pesimista” |
Domingo,
12 de Mayo de 2013
Por Claudia Piñeiro
El autor español
está en Buenos Aires presentando su última novela, “El tango de
La cita con
Arturo Pérez Reverte es en el hotel donde se aloja. Llego puntual. Pregunto a
un señor de seguridad por la sala Hospitalidad y el señor me corrige, “¿Hospitality?”. Una ironía, tratándose de que entrevistaré
en Buenos Aires a un escritor español que además es miembro de
–¿Cuándo apareció la semilla de El tango de
–Cuando se
tienen varios años de vida y muchas lecturas encima, decir en qué momento surge
una novela es imposible. Pero digamos que esta novela surge de dos cosas: mi
padre y el tango. En mi infancia el tango era universal, se bailaba en todas
partes. Recuerdo a mi padre escuchando música de tango, tarareándolo. Digamos
que la semilla más antigua puede venir de ahí. Pero la novela la empecé en el
año 90 y me pasó lo que pasa a veces, me di cuenta de que no funcionaba. Había
escrito cuarenta folios, iba bien, escribía y a su vez decía, “No, no lo veo”.
Después me di cuenta de lo que había pasado: era demasiado joven, me faltaba
mirada o perspectiva para el personaje de Max. La dejé, escribí otras novelas, no
me quejo de ellas, pero seguí con ésta en la cabeza. Y un día sentí a Max. Yo
estaba en Sorrento, una de las ciudades donde transcurre la novela. Dije: “Aquí
es donde llega, aquí es donde la ve, aquí donde aparece”. Vi
la novela con la mirada que no había tenido hasta entonces, fue cuando empecé a
escribirla y esa vez funcionó. Era muy importante que Max fuera argentino, era
importantísimo, no podía ser español.
–¿Por qué?
–Tenía que tener
un desarraigo personal muy importante. Yo necesitaba que llegase a la edad
media sin creer en patrias, en banderas, o en grandes palabras. Max es un
argentino de la inmigración fracasada. También por eso hice que fuera soldado
en la guerra más cruel, la de Marruecos, porque cualquiera que haya estado en
esa guerra se curó de patriotismo para siempre. A los 30 años es ya un tipo que
no tiene fe en nada más que en sí mismo. A partir de allí me dediqué a
construirlo. Y lo completé en Sorrento, donde Max es su anacronismo. Rodeado
por esa juventud de minifaldas y sandalias, él llama la atención, no es de ese
tiempo.
–La novela tiene muchos pasajes eróticos.
Para muchos escritores ese tipo de escenas son difíciles de escribir. ¿A vos te
resulta sencillo o todo lo contrario?
–Son de lo más
difícil. Yo he dicho que es como jugar a las siete y media, el juego de naipes:
si te quedas corto pierdes y si te pasas pierdes también. Antes la gente no
tenía más referencia que la familia, su mujer. O su amante, bueno. Pero ahora
cualquier niño ve televisión, cine, películas porno, ve lo que sea. Entonces,
¿qué hacer con la escena erótica hecha de palabras? Tenés
que ser creíble sin caer en el mal gusto o no en la mojigatería. Es muy
complejo.
-¿De verdad creés
como decís en la novela que hay tangos para sufrir y tangos para matar?
–Sí, sin duda.
En la novela hay muchas cosas en las que creo, los lectores no tienen por qué
saberlo, podrían ser mentira y valen igual. Pero hay muchas opiniones
personales vertidas a través de los personajes, esta novela tiene una carga
personal más intensa que otras quizás.
-¿Y entre esas ideas personales está lo que
enuncia el narrador en cuanto a que las mujeres envejecen peor que los hombres?
-Hablo de la
injusticia. Hay una injusticia social que es terrible. He conocido mujeres que
han sido muy hermosas de jóvenes y han envejecido bien, y otras que lo han
hecho mal. La biología es más piadosa con los hombres que con las mujeres.
–O lo cultural: a un hombre maduro no se le
exige tanta belleza como a una mujer, pero no nos metamos en esa discusión
ahora.
–No, claro.
–Esta novela se huele, ¿te interesan las
imágenes sensoriales?
–Mira, una de
las veces que fui a Nueva York me llevaron muy cerca de las Torres Gemelas, yo
no sabía. Bajo del taxi y le digo a mi editor, acá huele a guerra. Quizás por
la vida que uno lleva, haber sido reportero de guerra te sensibiliza para
cierta clase de cosas. Recuerdo que otra vez llegamos con un colega a un campo
de fútbol y supe que ahí había muertos enterrados, porque olía a muertos. No
tenía dudas. Ese tipo de cosas las desarrollas en base a tu propia vida y luego
lo llevas a la novela.
-Hablemos un poco de Twitter.
¿Sabés que acá hay gente que cuando empezás a tuitear lanzan un tuit diciendo, “shhhh, silencio,
está escribiendo Pérez Reverte”?
- No, no sabía. Twitter es un sitio divertido. En una tarde entran cinco
mil o seis mil tweets, evidentemente yo no puedo
contestar a todos. Voy leyendo, cuando veo algo que llama mi atención paro, leo
mejor, contesto y sigo pasando, pero llega un momento en que digo: “Bueno, me
voy”. Entro sólo los domingos.
-También hacés
muchos comentarios políticos, ¿reservás lo político
para Twitter?
-Sí, hace 20
años que hago un artículo semanal para 25 periódicos españoles, y antes eran
más políticos. Desde que está Twitter me desahogo
allí, suelto presión política y luego hago artículos mucho más intemporales.
–En uno de esos artículos, contás que en una librería de viejo encontraste un ejemplar
de La carta esférica, tu novela editada en 2000. Y decís que encontrar libros
propios en una librería de viejo es un golpe para la humildad. ¿Creés que a los escritores nos cuesta recibir esos golpes?
–Sí, claro. Yo
tengo una ventaja, llegué a la escritura desde el periodismo, a mí me conocían,
mi cuota de vanidad estaba cubierta. Que le fuera bien a mis libros no supuso
algo especial, pude encajarlo con bastante naturalidad. La cuota de vanidad se
acomoda de verdad cuando lees a Conrad, o Dostoievski, y decís, qué hijo de
puta, qué lejos están de todos los demás. Ahí no te queda más remedio que ser
humilde.
-En uno de tus tuits
de los últimos días pusiste: “Aznar es un arrogante, Zapatero es un imbécil,
Rajoy un sinvergüenza”. ¿Hay una salida para España hoy?
-No tengo
derecho a ser pesimista, lo soy, pero no tengo derecho a serlo públicamente. La
única esperanza se llama educación, ahí y aquí, niños educados en el sentido
amplio, noble y complejo de la palabra. Pero no hay intención de hacerlo, con
lo cual no tengo grandes esperanzas.
-Me gustó tu frase: “No tengo derecho a ser
pesimista”. Te la voy a plagiar.
— Adelante.