“La mujer es el único héroe posible en el siglo XXI” |
Domingo,
12 de Mayo de 2013
De visita en el
país para participar de
Por FACUNDO BAÑEZ
Son las diez de
la mañana y Arturo Pérez-Reverte atraviesa los pasillos del hotel Alvear con el
mentón erguido y un andar caballeresco, seguro. A los 61 años y con una carta
de presentación que atestigua 21 años como corresponsal de guerra y más de 20
novelas coronadas de fama, Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es un hombre de
mundo que en realidad ya no necesita carta de presentación. Cuando entra al
salón Gobernador del hotel, en el primer piso, se sienta a la cabecera de la
mesa y, con los ojos bien abiertos, mirando fijo, se presenta sin embargo como
alguien a quien, de entrada nomás, le interesa dejar las cosas en claro.
-Yo soy un
escritor profesional -dice-. No soy un artista. Soy un tipo que cuenta
historias y que intenta que el lector comparta la mirada. Lo mío es un oficio.
Como el de panadero o cualquier otro. Y como todo oficio uno requiere de
herramientas. Esas herramientas muchas veces las consigo consultando a mis
maestros. Si necesito recrear una escena de un crimen, por ejemplo, consulto al
maestro Dostoyevski. Si quiero oír el ruido del mar,
recurro al maestro Conrad. Tomo nota y, con esas pautas, vuelvo a mi casa y
elaboro mi propia herramienta, pero siempre con humildad profesional. Sin
humildad no se puede hacer nada.
Llegado al país
como uno de los principales atractivos de
¿Es su novela
más romántica?
-Puede ser, pero
pasado un tiempo lo que me sucede es que pierdo la perspectiva sobre lo que
escribí. Tengo muchas cosas de la novela que no están escritas en la novela. Yo
he creado un mundo y de ese mundo saqué las páginas de mi historia, pero no soy
capaz de definirla. Podría decir que es una historia de picaresca y de amor.
Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿es amor lo que hay aquí? No lo sé. Cómo
saberlo. Esa es, en definitiva, la ambigüedad de la vida. Creo que a todos nos
ha pasado: todos tenemos en la memoria relaciones sentimentales que ahora mismo
no sabemos si fueron amor o fueron otra cosa.
La variedad y
mezcla de géneros es algo que se repite en su obra. ¿A qué se debe?
-Sería absurdo a
estas alturas, después de miles de años de memoria literaria, querer inventar
géneros que ya fueron inventados. Si uno mira el teatro griego se da cuenta de
que allí está todo. Lo que hago es utilizar esas herramientas para poder contar
mi historia de la forma más eficaz que puedo. Cuando tengo que solucionar un
problema narrativo, me gusta recurrir a recursos policiales o sentimentales o
históricos y acudo entonces a mi memoria lectora. Para mí todos los géneros
literarios son nobles. Yo he sido tan feliz con Agatha
Christie como con Dostoyevski. Para mí es muy
divertido ese saltar de género en género y poder mezclarlos. Es un desafío. Un
desarrollo complejo que si sólo fuera trabajo sería mecánico, pero el placer
viene justamente por barajar los géneros, cambiarlos y trucarlos.
EL MUNDO DE ELLAS
Pérez-Reverte
habla sobre el oficio de escribir como si fuera midiendo palabras en el aire y
ya supiera de memoria qué concepto viene después del otro.
-Una novela no
termina nunca -sentencia casi con resignación, un poco abrumado-. Si ahora me
pongo a releer esta última novela, hay cosas que cambiaría y palabras que no
pondría. Yo creía que la lengua española era la más perfecta y tenía soluciones
para todo. Verbos, adjetivos, adverbios adecuados para cada situación, pero
escribiendo te das cuenta de que no. No puedes evitar repetir determinadas
palabras. La lucha por la palabra o por evitar el exceso de adjetivos es un
trabajo minucioso del que no siempre soy muy consciente hasta que corrijo.
Orfebre de
aventuras, amante de los barcos y las batallas napoleónicas y, según él,
limitado jugador de ajedrez, Pérez-Reverte va de la trama de su novela al
oficio de escribir con cadencia galante pero se detiene en un tema que, a estas
alturas, considera esencial y acaso canónico: la mujer.
-El hombre como
héroe ya está exprimido como un limón de parrilla -dice, zumbón pero con una
seguridad rabiosa-. La mujer se presenta como algo más interesante. Ana Karenina o Madame Bovary ya no existen. La mujer actual
trabaja y es otra muy distinta a lo que era tiempo atrás, pero,
paradójicamente, al mismo tiempo no ha dejado de ser lo que históricamente ha
sido. Es la mujer del futuro y también la mujer del pasado. Eso da lugares a
conflictos nuevos, a personajes literarios y a una épica femenina que nada
tiene que ver con lo que era. La mujer actual es el personaje más prometedor y
apasionante. Me refiero a esa mujer que trabaja, que cuida hijos, que tiene un
amante. La mujer es el único héroe posible en el siglo XXI.
Pérez-Reverte
habla con una convicción atroz, rápido, casi sin pestañear. De golpe hace una
pausa y parece buscar palabras sueltas en el aire. Piensa. Duda. Luego retoma
como si fuese un descargo o como si nunca, en realidad, se hubiese detenido:
-Los hombres,
además, construimos consuelos o reductos donde refugiarnos del fracaso, del
dolor, de la soledad. Esos consuelos pueden ser el sexo, la amistad, el bar de
la esquina, el fútbol, el burdel. La mujer, en cambio, no ha tenido esa
capacidad de crearse sus trincheras. Entonces es mucho más consciente de que el
ser humano está solo y que el mundo es un lugar hostil y peligroso. Conozco a
muy pocas mujeres de más de cuarenta años que no estén solas, intelectualmente
solas digo. Pueden estar con alguien pero solas en su conciencia. Eso, a mi
entender, hace que la mujer sea un animal muy complejo y que brinde enormes
posibilidades narrativas.
Otra pausa,
cierta mirada perdida. Entonces recuerda algo y busca un ejemplo que ya le
causa gracia antes de contarlo.
-Yo tengo una
hija que ahora tiene 29 años -dice-. Cuando era niña y empezó a crecer intenté
observarla. Un día, a sus siete años, no me acuerdo que le dije y ella me
respondió algo así como “pero papá… qué cosa estás diciendo”, y lo dijo con un
desprecio y una superioridad moral, un aplomo femenino tan superior que no
podía ser. Tenía siete años y pensé: nadie la engañó, nadie le mintió, no
conoce el sexo y, sin embargo, pese a todo lo que desconoce, ya sabe que los
hombres somos despreciables. Y ya lo sabe por instinto genético.
El tema no
cambia pero la charla regresa a la novela casi con naturalidad de baile:
-Las mujeres
siempre tienen el control de la situación -reflexiona el autor-. Es como el
ajedrez. O como el tango. En el ajedrez el rey parece la pieza más importante
pero es en realidad la que menos movimientos tiene y más protección necesita.
Distinto a lo que sucede con la reina. Y en el tango es igual: parece que el
hombre es quien tiene el dominio del baile pero en el fondo es la mujer la que
lleva las riendas, la que maneja y dirige al hombre. El tango también es
ajedrez.
Se menciona el
tango y es inevitable no volver a los escenarios de su última novela, donde se
explora desde ese mundo extraño pero fascinante de preguerra que envuelve a
-Son tres
momentos importantes en la historia del siglo XX -explica el escritor-. Esa
Niza en vísperas de la guerra mundial, además, me parecía un buen escenario
para Max, lo mismo que
EL MUNDO PERDIDO
En la novela hay
una mirada algo nostálgica sobre ese mundo que se extingue...
-Es verdad, pero
no es mi mirada. Es la mirada de los personajes. Ellos sí se lamentan por ese
mundo que se va extinguiendo, yo no. En todo caso lo describo pero no lo
lamento.
Es un mundo
donde los gestos, los decorados y hasta el vestuario ocupan un lugar
importante. ¿Usted cómo se lleva con este mundo más aséptico?
-En aquel tiempo
no era como ahora. Si uno no era elegante no podía acceder a nada. Había una
serie de elementos. Ciertos códigos, ciertos rituales caballerescos que, por
suerte, hoy en día no son necesarios. Pero es verdad que al borrar de nuestras
vidas esas maneras absurdas e innecesarias, también se han ido las que sí eran
necesarias. Actitudes dignas. Cuando mi padre murió y lo estaban bajando a la
tumba, uno de sus amigos dijo: “era un hombre honrado y un caballero”. Yo
pensé: que epitafio más perfecto. Ojalá el día que me
muera digan lo mismo de mí. Pero eso ocurrió hace veinte años, y lo dijo un
hombre que nació en 1918. Ahora la palabra honradez está mal vista. Deploro que
al haberse borrado las maneras injustas, se haya borrado también la parte noble
que ese mundo tenía. La honradez aquí o en España hoy no significan
nada.
Es inevitable no
preguntarle al autor español sobre el país, y es inevitable que él no prefiera
cierta prudencia elegante, casi pudorosa, para referirse a cuestiones que van
más allá de la escritura.
-Uno no debe
criticar los muebles cuando está de visita en una casa -dice con picardía,
alegre-. Me gusta reconocer
Admirador de
Alejandro Dumas y de los clásicos del policial negro, libros que él mismo reconoce
como fuente de inspiración para ponerse a escribir, a Pérez-Reverte es
imposible no preguntarle por la literatura vernácula. Borges, Arlt, Puig y
Soriano figuran entre sus preferencias, pero al nombrarlos también necesita
aclarar algunas cuestiones como si fuese casi un acto de justicia o, por qué
no, un ajuste de cuentas.
-Cuando llegué a
Hace poco dijo
también que la vida te va despojando de cosas, de certezas. ¿Por qué lo piensa?
-Cuando uno sale
al mundo las palabras tienen mayúsculas. Patria, honor, dignidad, amor,
amistad, trabajo. Uno cree en todas esas palabras. Y después la vida va
convirtiendo esas palabras en letra minúscula. Te das cuenta que la vida te
despeja de esas certezas que tenías. La sabiduría a la que todo hombre puede
aspirar es a esa ausencia de certezas y a esa mochila llena de incertidumbres.
La vida te quita inocencia. Mi obra es eso: alguien a quien la vida le ha
quitado certezas. Y cuando no tienes nada épico a lo que agarrarte, la estética
puede ser una épica. Voy a ser honrado. Voy a ser honesto. Voy a ir erguido por
la calle aunque me duelan los riñones.
Como una
dignidad...
-Exactamente. La
dignidad no es más que una elegancia moral. Y en la vida se puede comprar todo,
menos la dignidad. O la tienes o no.