“Una historia revertiana de
amor” |
Viernes,
23 de Noviembre
de 2012
DANIEL
HEREDIA
Pocos escritores
hay con una capacidad mayor para cautivar con sus historias, para contagiar su
pasión por la literatura y con una visión tan lúcida a la hora de conectar con
las inquietudes del público como Arturo Pérez-Reverte. Posiblemente tampoco
haya muchos narradores contemporáneos en lengua castellana que tengan una
conciencia tan clara de los mecanismos de la creación literaria.
La
llegada de una nueva novela suya se convierte en motivo de alegría para
millones de lectores. Incluso antes de salir a la venta, sus libros son
acontecimientos capaces de abrir la portada de un periódico de gran tirada
ajeno al Grupo Prisa, su empresa editora, o de ser noticia en el Telediario.
El tango de
Todo comienza en
el salón de baile del transatlántico Cap Polonio, camino de Buenos Aires, en
noviembre de 1928, cuando Max Costa, el protagonista masculino, guapo,
elegante, seductor, ladrón de guante blanco, bailarín mundano de “mirada
crítica, adiestrado por hábito profesional en el estudio de los seres humanos”
(p. 65), con un pasado oscuro y difícil, y Mecha Inzunza,
el personaje femenino, hermosa, rica, sofisticada, que “no sería vulgar ni
proponiéndoselo” (p. 81), pues “cada poro de aquella mujer transpiraba clase
superior” (p. 155), entablan contacto por vez primera. Y bailan tangos.
Tras este
acercamiento sucumben a una extraña aventura de enorme complejidad y tensión
narrativa, amorosa y sexual, estableciendo un juego complicado durante toda la
novela aunque sus vidas sólo se crucen en tres intensos momentos: Buenos Aires
en 1928, Niza en 1937 y Sorrento en 1966. La acción no es lineal, sino que
intercala peripecias en estas tres épocas diferentes. El presente en el
entramado es el municipio italiano con vistas al golfo de Nápoles.
Hay otros
personajes, Armando de Troeye, Irina Jasenovic, Jorge Keller, Susana Ferriol…,
todos perfectamente dibujados, creíbles, personas como nosotros, de carne,
sangre, alma y sentimientos, que se entrecruzan con Max y Mecha hasta componer
un magnífico fresco que hace que la ficción navegue con el ímpetu de un viento
misterioso y en el rumbo preciso.
Arturo
Pérez-Reverte nos ofrece una trama argumental con espías comunistas, italianos
y españoles, torneos de ajedrez, recuerdos de la guerra de Marruecos,
peticiones cancerígenas imposibles de rechazar, que van atrapando al lector en
una red tupida en la que se ha cuidado hasta el detalle la construcción de
ciudades, paisajes, lugares y escenarios, una verdadera maravilla de técnica
expresiva, de documentación y de ritmo (extraordinaria es la escena en Casa Margot
–empieza en la página 200-, deseo contenido, envolvente, de lo mejor del libro,
aún me eriza la piel el recordarla).
El tango de
Sólo hay un
pequeño punto negro a señalar en la novela: la excesiva utilización de
“bailarín mundano” para referirse a Max Costa, especialmente en la parte
argentina. En determinados momentos llega a resultar molesto por demasiado
reiterativo.
Y una última
consideración. El tango de