“Al ritmo de Pérez-Reverte” |
Domingo,
2 de Junio de
2013
Contratado para distraer a las
mujeres que viajan en el barco, Max cumple cabalmente su cometido. El argentino
aprendió a bailar tangos en París
Guillermo Rothschuh
Villanueva | 2/6/2013
Desde que me repantigué en la cama
y deslice mis ojos sobre sus páginas, sentí que me deslizaba sobre una mar
voluptuosa. En la medida que me adentraba en el vasto universo de su ancha
geografía sentí vértigo. El encantamiento y la seducción eran evidentes. Agarré
el libro por los cuernos y no quería soltarlo. Tenía tiempo de no sentirme
atrapado por un embaucador de serpientes. Cortes, ritmos, sinfonía, baile y
canto, dominaban la escena. La prosa fluye, un manantial lleno de sorpresas. El
dominio de la técnica corre pareja con distintas historias contadas con
habilidad contagiante. Viento huracanado. Un thriller
monumental. Iba y venía de una historia a otra. Cuenta con el ingenio
suficiente para suspender el relato justamente donde alcanza el clímax.
Sostenía cuchillo y tenedor entre mis dedos frente a un plato suculento. ¿Dejaría
de trinchar lo que me ofertaba el chef traicionando mi creciente apetito? Al
menos yo no estaba dispuesto.
La manera de contar y la forma
cadenciosa, llena de guiños, con sus altos y bajos, armoniza con el tango
bailado con desenfado malevo en el trasatlántico Cap Polonio de
Contratado para distraer a las
mujeres que viajan en el barco, Max cumple cabalmente su cometido. El argentino
aprendió a bailar tangos en París no en su tierra natal. Una historia paralela
serpentea, su encuentro en Sorrento, veintinueve años después y un poco antes
en Niza, con la mujer de Armando de Troeye,
compositor español. La dama sucumbe a sus encantos. Con serenidad habitual
Pérez Reverte da forma a la enorme partitura -El tango de la guardia vieja
(2012)- rindiéndole homenaje. Al tango original y auténtico, nacido de una
mixtura. Una mirada retrospectiva fascinante. Sitúa sus personajes en
El malabarista pretende que sepamos
que existe un mundo de distancia entre el tango bailado en París y el tango
bailado en
Con técnica heredada de los mejores
narradores del mundo, el relato discurre de manera ascendente. Abre una puerta
y cuando creíamos que ya habíamos recorrido todo el edificio, la puerta trasera
comunica con otra casa, un nuevo relato despega donde parecía que la historia
concluía. Son los mismos actores del drama -Max por supuesto- quien ha
sobrevivido a otra de sus trampas. El bailarín mundano cae prisionero de sus
propias andanzas. Evita convertirse en aliado de las fuerzas políticas en
pugna. Los fascistas lo utilizan como peón, en una novela que el juego de
ajedrez viene a ser la otra cara de la luna. Me inclino en evidenciar mis
preferencias por el tango, pero no menos sorprendentes son las peripecias, las
últimas audacias que ejecuta en su vida, con las que ratifica su amor por
Meche. Mientras urdía su golpe final, sucumbe frente a la única mujer que amó.
Se entera que Ricardo Keller Insunza, avezado jugador
de ajedrez chileno, era su hijo. ¡Jaque al rey!
Aun en los detalles y descripciones
más prolijas, Pérez-Reverte se muestra impetuoso, apura el ritmo de su canto.
La cadencia entre baile y relato son perfectas. Armonía plena. ¿No sería la convicción de que el tango a la vieja usanza
entró en barreno, que lo llevó a exclamar acongojado, "la moda se aleja
cada vez más de todo esto. Dentro de poco solo se bailará ese otro tango
domesticado, inexpresivo y narcótico: el de los salones y el
cinematógrafo"? El novelista se adelanta. Deja
testimonio del castramiento severo a que viene siendo
sometido. Eleva su himno, fluye el ritmo y acelera el compás, para que podamos
asomarnos complacidos a la fidelidad con que lo retrata y solazarnos en la
pieza que ejecutan y bailan al modo antiguo, en ese mundo encañallecido,
donde llevó Max Costa, al matrimonio Insunza y de Troeye. Lo hace antes que el tiempo y las circunstancias lo
aniquilen para siempre. Tiene en miras salvarlo del horror de la castración.
La otra cara la constituye un mundo
de espías, robos, encuentros y desencuentros amorosos entre Max Costa y Meche Insunza. Las truculencias narrativas y los quiebres
repentinos me mantienen en vilo. Espero nuevas sorpresas, otros giros. Avanzo y
no hay forma que la intensidad del relato disminuya. El tango de la guardia vieja
ratifica la facilidad con que Pérez-Reverte urde historias y se desplaza por
diferentes países. Con igual soltura ubica su relato en Buenos Aires, Niza y
Sorrento. Las descripciones de estos lugares me recuerdan a Mario Vargas Llosa
y Alejo Carpentier, complacidos nos hacen sentir el olor de las calles, la
temperatura de su ambiente, la gracia de sus bulines y la majestuosidad de sus
catedrales. En la era de la globalización, Pérez-Reverte se sale de su ambiente
para ofrecernos la atmósfera, pasiones, triunfos, sinsabores y la densidad de
las ciudades donde crea nuevos mundos. ¡Nos hace bailar al ritmo que imprime a
su novela!