“El tiempo derrota al amor”

 

Domingo, 27 de Enero de 2013

 

JAIME CORREAS

 

La última novela de Arturo Pérez Reverte tiene sonoros ecos argentinos. El tango de la Guardia Vieja viene de una fragua ardua y generosa.

 

Bajo el significativo paraguas de una cita de Joseph Conrad, Arturo Pérez Reverte se desliza en su última novela en los dos grandes temas de todos los tiempos: el amor y el tiempo. Quizás no haya otros y el resto de los temas sean variaciones de esos dos insumos esenciales e inevitables de la existencia humana.

 

“Y sin embargo, una mujer como usted y un hombre como yo no coinciden a menudo sobre la tierra”, es la cita conradiana de la notable El tango de la Guardia Vieja, casi 500 páginas de romances y aventuras.

 

Para el lector argentino esta nueva obra del autor de la imperdible saga del Capitán Alatriste tiene interés recargado, pues su protagonista, Max Costa, es un porteño bailarín de tango, rufián y melancólico, que urdirá una ardiente y huidiza historia de amor con la inquietante Mecha Inzunza. En algún momento, incluso, se toma “un vino mendocino áspero y oloroso”. Será en tiempos sucesivos que se difuminan en el calendario más íntimo de ambos protagonistas. Siempre, sin embargo, están urgidos por lo efímero, por lo inatrapable. Todo, hasta sus vidas, se les va de las manos sin que puedan retenerlo, como sucede en un naufragio.

 

Es el primer libro en la numerosa novelística de Pérez Reverte que consigna un tan extendido período de creación: 1990-2012. Su historia, largamente rumiada, requirió de una maduración de la mirada para poder ser contada. La narra desde alguien que entiende, desde quien encontró esas experiencias que permiten desentrañar los detalles reveladores de la existencia. Sin aspavientos, sólo con la medida sabiduría de saber apreciar la melancólica derrota.

 

Pérez Reverte ha moldeado su texto engarzando diálogos sabrosos, inquietantes por su justeza e inteligencia. Es una novela que, además de estar magníficamente narrada, está bien hablada. Y eso se agradece como lector. Hay detalles precisos de circunstancias, como las vestimentas de las distintas épocas o los climas y la geografía de las ciudades donde se desarrolla la acción (Buenos Aires, Niza, Sorrento) que el autor ha buscado y rebuscado para sumir al lector en cada época en la que narra. Mención aparte para el descenso a los infiernos del Barracas prostibulario y malevo de principios del siglo XX en búsqueda del tango original. Los protagonistas y los personajes secundarios hablan al lector, le cuentan lo que ven, no sólo lo que sucede, sino sus interiores, sus entrañas.

 

Y al final siempre está la derrota, el naufragio. La única victoria parcial anida en el estilo con que se actuó, las formas, las lealtades, las confianzas, los ademanes. Max le confiesa a Mecha cuando ya están en el inevitable ocaso, intentando con dificultad no perder las formas: “...pienso que antes el mundo era de los ricos y ahora va a ser de los resentidos. Yo no soy ni una cosa ni otra. Ni siquiera logro el resentimiento, aunque me esfuerce...”, y agrega: “Creo que en el mundo de hoy la única libertad posible es la indiferencia. Por eso seguiré viviendo con mi sable y mi caballo”.

 

El viejo guerrero no está dispuesto a ceder a las nuevas formas de la guerra, ni siquiera por temor al hundimiento final que sabe llegará igual, como el del Titanic.

 

Pérez Reverte, que siempre recurre al romance, ahora ha entregado una novela íntegra de amor. El paso del tiempo, reflejado en la “coincidencia” de la que habla Conrad, marca la acción. En medio de decorados que aluden a las grandezas y miserias del siglo XX, el autor ha vuelto a tener la densidad inquietante de El pintor de batallas, quizás su mejor novela, con la que compite cabeza a cabeza esta tanguera odisea de amor y desencuentro. Una historia para no dejar pasar en tiempos en que algunos creen que no respetar las formas es un triunfo. Así vamos.