Mi verdadera patria es mi infancia
En estos tiempos de anorexia literaria en que los autores se entretienen en brillantes conversaciones interminables o en flacas requisitorias cínicas, La carta esférica, último libro de Arturo Pérez-Reverte (Premio Mediterráneo) está por encima de la pura provocación. Imagínese una novela de seiscientas páginas, bien construida, estructurada, con una intriga, con un imaginario verdadero, con sus referencias culturales y humorísticas, de vida y de muerte, portadora en suma de un universo y animada por una formidable ambición literaria. Es el libro de un escritor que no reniega de sus lecturas, ni duda, para nuestra gran alegría, en volver a visitar las obras que le han proporcionado el gusto de escribir. Gracias a Conrad y a Homero, a Lesfie Charteris ya Hergé, a Dashiell Hammett y a Stevenson, a Patrick OTriany al maestro de maestros: Alejandro Dumas, Después de La tabla de Flandes, publicada en 1993 por Jean Claude Lattés en la colección «Suspense & Cie», Arturo Pérez-Reverte se ha reafirmado en cada nuevo libro como el más grande escritor vivo en castellano. Encontramos en La carta esférica todos los temas abordados en sus libros anteriores, pero con más amplitud si cabe, más pulso, más dominio: el mar, la búsqueda de tesoros escondidos, el amor absoluto, la aventura, la adversidad, la historia, el pasado, los sueños, una desesperación poderosa trascendida por la necesidad de vencer. Autor de una trama novelesca en la que la eficacia se pone al servicio de la simplicidad: un marinero en tierra, locamente enamorado de una mujer tan peligrosa como bella, sale a la búsqueda de un tesoro perdido; alrededor giran infinidad de personajes que son otras novelas dentro de la novela: Coy el capitán sin barco, Tánger Soto, la intrigante suprema; Nino Palermo, un hombre de negocios oscuros; Horacio Kiskoro, militar violento que se cree un lord inglés. Corso, mercenario de la bibliofilia, escapado de El dub Dumas, etc. sin olvidar los barcos hundidos, las cartas perdidas, los museos polvorientos, las oscuras bibliotecas, las profundidades submarinas. Al alba de¡ siglo xxi, los héroes solidarios dejan paso a los héroes solitarios. Al trazar el retrato de uno de ellos, Arturo Pérez-Reverte nos invita a contemplar sin morbo la parte oscura que cada uno llevamos dentro. La carta esférica es un gran libro metafísico. ¡Qué maravillosa lectura, qué placer renovado el poder sumergirse en nuestros sueños perdidos!
-Usted nació en Cartagena en 1951. ¿Guarda recuerdos de esa ciudad, de la infancia que pasó allí?
-Cuando construía el personaje de Coy, que aparece en La carta esférica, deseaba dotarle de una memoria particular Después de pensarlo comprendí que nunca había utilizado mi propia memoria. Coy tendría la mía. Regalé a este personaje la memoria de mis primeros dieciocho años. Coy es como yo, un hombre del mar Mediterráneo. Sus amores, sus sueños, sus interrogantes son los míos. Él ha visto lo que yo he visto, ha vivido lo que yo, como yo ha buceado, ha navegado, se ha paseado horas por el puerto. Coy soy yo.
-La carta esférica es su novela más autobiográfica?
-No diría tanto, digamos que es mi libro más personal, que no es lo mismo. Podemos encontrar a veces cosas muy personales que están reelaboradas por la El doblón del capitán Ahab Arturo Pérez-Reverte literatura y la ficción. He incluido en este libro mis mejores recuerdos, mis mejores lecturas, las experiencias más importantes en relación con el mundo, la vida, el mar y la mujer
-¿Es Coy el personaje al que usted se encuentra más próximo?
-No, Alatriste, héroe de Las aventuras de El Capitán Alatriste, el Caballero de La tabla de Flandes, Corso en El club Dumas (que es también el nombre de mi barco), son personajes a los que también estoy muy unido. Pero ciertas áreas de su memoria me son desconocidas, extrañas, distantes. Recupero sus recuerdos, hago surgir a la superficie aspectos de su personalidad que yo mismo desconocía. Digamos que Coy vive una evolución que en muchos aspectos se parece a la mía. No ignoro nada, ni de su pasado ni de sus motivaciones profundas, no he inventado sus recuerdos: es lo que yo fui. Pero no soy yo. Nací en una familia de marinos. Mi tío fue capitán de la Marina Mercante, mis hermanas están casadas con capitanes de la Marina Mercante. En verdad, todo mi entorno familiar está muy ligado al mar... Hasta su muerte mi padre no dejó de hablar del mar, de leer libros relacionados con el tema, todos sus amigos eran marinos. Hasta esta novela nunca quise poner este universo tan
íntimo en primer plano.
- ¿Por qué?
- Era demasiado íntimo, demasiado personal. No se enseña la casa a desconocidos, uno se guarda los secretos de familia. Pero un día la novela se presenta en tu puerta y comprendes que es tiempo de contar esta historia. Le confiaré un secreto: en La carta esférica no he inventado nada. Horacio Kiscoros, el militar torturador ,argentino existe, como también el maestro cartógrafo, que no es un maestro cartógrafo sino un amigo, profesor en el museo de Murcia, como el piloto que es uno de mis mejores amigos. Todos los personajes históricos son reales. Me encanta establecer relaciones entre todos ellos.
-¿También Tánger Soto?
-Es un personaje imaginario que reúne a todas las mujeres que he conocido. No hablo sólo de relaciones ocasionales, sino de todas las que han significado algo para mí: mi madre, mis hermanas, mis tías, mi hija, mi mujer. Tánger Soto reencarna todas las mujeres de mi memoria. Es por lo que considero que esta novela tiene muy poco de ficción, Recompone una realidad única a partir de múltiples realidades guardadas, conservadas por la memoria.
-Usted dijo un día que la verdadera patria de un hombre es su infancia, ¿por qué?
-No quiero hablar sólo de la infancia como experiencia, sino como un eslabón de la cadena que te une a la memoria, a todo el pasado de tu familia, genético, filosófico, a todo el sustrato del que uno proviene y se ha hecho, que te hace único tal y como eres hoy. Este es un camino genealógico que llega a ti mismo. La infancia, e incluso mejor, el recuerdo de esa infancia, te proporciona la conciencia de esa cadena ininterrumpida y entonces comprendes por qué esa patria es tan importante para ti. Las banderas, las patrias, etc., no son más que sustitutos. La única patria verdadera, la que cuenta, es la infancia con toda su carga de recuerdos: recuerdos del padre y la madre, de los muertos, de los ancestros, de los libros, de la historia, la memoria que conduce a eso que yo soy, he aquí la verdadera tierra que forma al hombre, he aquí la base a partir de la cual mi ser se convierte en devenir.
-¿Qué pasa con esa infancia en la edad adulta?
-Ese es el problema. Al crecer te enfrentas a los hechos, los gestos, las acciones, los pensamientos que no quieres ver, que te hieren, te duelen y te desesperan lentamente tu patria de la infancia se estropea, se erosiona, se aleja. Hace falta un poco de tiempo para mirar con lucidez necesaria esa patria infantil. La distancia, otorgada por el tiempo, es primordial, por fin permite comprender la importancia de esa infancia.
-¿Escribe para reencontrarse con esa infancia?
-No. Yo sé que esa infancia está definitivamente perdida. Yo puedo volver a sumergirme gracias a la memoria pero ya no soy la misma persona. He vivido, he cambiado. Soy otro y el mismo que observa su propia infancia. No podré jamás recuperar mis inocencias, mis descubrimientos, mis ingenuidades. Como todos nosotros moriré algún día. No quiero que la muerte sea una experiencia desagradable, terrible. Deseo afrontarla con serenidad. Por serenidad entiendo la serenidad de¡ corazón, la paz personal. Quiero estar sereno, es decir, estar consciente y lúcido. ¿Cómo lograr este estado? Observando el camino recorrido y volviendo la vista atrás hacia esa vida se puede decir entonces: yo soy un eslabón de una larga cadena de hombres y mujeres que lucharon por vivir. Qué profundo alivio comprender que no somos sino seres en tránsito. En el fondo esto no es tan grave, somos los que pasamos el testigo. Así, para mí escribir es menos una nostalgia de la infancia que una aceptación de esta última, la parte inocente de una vida que acabará algún dia. Me siento heredero. Cuando me entran ganas de matar, pienso en todos los que han matado antes que yo, en la Edad Media, en el Renacimiento, por ambición, por celos, por yo qué sé qué otras razones. Cuando hago el amor, me imagino las parejas que me han precedido, que también han gozado y amado. ¡Qué cadena más fuerte! Si no el horror de la vida, este burdel interminable, esas traiciones, esas cobardías me llevarían a una desesperanza tan grande que no sé cómo podría enfrentarme seriamente a la muerte. No se puede morir uno desesperado.
-¿Es lo que ha presenciado mientras fue reportero de guerra para la televisión española?
-He visto morir tanta gente desesperada! He visto morir hombres que gritaban, que lloraban, que enmudecían, héroes, cobardes, algunos con las tripas dentro y otros con las tripas fuera. Sé por experiencia que la muerte es un momento particular de la vida. No quiero morir como alguno de esos hombres que he visto tan de cerca, quiero morir como mi padre, mi abuelo y algunos otros: con dignidad. Por eso necesito la paz y la serenidad. ¿Quién puede ayudarme a preparar este momento? El mar, la lectura... y también la escritura.
-¿Por eso usted dice con frecuencia que es un escritor accidental?
-Exactamente. Yo no tengo ninguna ambición literaria. He sido escritor por accidente, no por vocación. No busco escribir una obra maestra que pase a la historia de la literatura mundial. Escribo porque me ayuda a vivir y a morir. Para mí escribir es tan importante como mirar un cuadro, abrir un libro, tomar una copa con un amigo, ceñir el barco al viento, no sacrificaré jamás un amor, una amistad, una vida, mi salud en nombre de la escritura.
-¿Podría vivir sin escribir?
-Creo que sí. Podría vivir sin escribir, pero ciertamente no sin leer. Leer es muy importante, para ser francos diría que la escritura es esencial para mí, pero puntualmente. En algunos momentos de la vida de escritor se tiene la impresión que una fuerza te empuja a escribir, que tienes cosas que comunicar y que sería una lástima guardarlas para uno. Una extraña fuerza interior te empuja a sacar lo que esta dentro de ti. Escribir, en ese preciso instante, deviene una necesidad que no puedes frenar. Te dices, quizá equivocadamente, que ese sueño, ese deseo, tal recuerdo de la infancia no deben desaparecer contigo, que debes conservarlos escribiendo. Hacerlo participe a los otros que se llaman “lectores”. Pero quién sabe si esos impulsos no se agotan en una, tres, diez novelas …
- La valentía, el honor perdido, el valor, el fracaso son temas muy importantes en su obra.
- Sí. Nada tienen que ver con el patriotismo. Se trata de un problema estrictamente personal. Odio a los cristianos que se han dejado matar en los circos romanos sin pelear. La lucha justifica la existencia del hombre. Un hombre que no lucha no es un hombre. Uno adquiere su dignidad enfrentándose a la enfermedad, al horror, a la soledad, a la estupidez. El hombre tiene la obligación moral de pelear contra todas las cosas negativas con las que la vida le rodea. La vida me ha hecho abandonar muchas cosas salvo el respecto por el valor. Entiendo por valor esa facultad humana de poder decir no, de negarse a rendirse, de luchar hasta el final por las convicciones. Luchar igualmente, sabiendo que en tu fusil ya no quedan cartuchos. La única verdadera virtud es el combate por la dignidad.
- Usted pretende que el mundo se divide entre stendhalianos y flaubertianos, ¿por qué?
- Yo soy titinófilo y stendhaliano. He leído La cartuja de Parma a los trece años, y después me he quedado unido a este autor que me hablaba de mis ancestros. Recuerdo con extrema precisión las estanterías de la biblioteca en las que se alineaban los libros de Flaubert, Balzac y Stendhal. Abrí Stendhal y mi vida cambió. Fue un puro azar, podría haber empezado por Flaubert, pero estaba colocado en una estantería más arriba. Un día llegué a casa de un amigo que tenía Le Sceptre dOttokar, fue como una revelación. la trama, el humor, la lengua, esa línea clara, ese dibujo tan preciso: mi sentido alsaciano Mi orden quedó impresionado. Estaba fascinado. En España el día de tu santo es más importante que el de tu cumpleaños. Me daban dinero y yo corría a comprarme un Tintín. Me estremezco todavía con emoción por el olor a papel nuevo y a tinta fresca de los álbumes de Tintín, ¡que placer! Regalaría hoy los derechos de autor de dos de mis novelas por poder recuperar esa sensación olfativa exacta que evoco ahora... Los álbumes de Tintín eran la aventura, el mar, los tesoros, los viajes. El club Dumas son de hecho tres libros en uno. El tesoro de Rakham el Rojo, son tres barcos, tres pergaminos que reunidos hacen un pergamino y un barco. Hergé ha estado muy presente en mi vida. He sido reportero como Tintín, marinero como el capitán Haddock. Mis ediciones originales de Tintín en la versión española son para mí un auténtico tesoro. Si un día ocurriese un incendio en mi casa, no salvaría ni El Quijote, ni La, montaña mágica, dos libros muy queridos, sino mis álbumes de Tintín.
-Olvida a Alejandro Dumas, su autor favorito.
-Dumas es un fabulador extraordinario, fuente inagotable de historias para los demás. El lugar de Dumas en la literatura mundial no me importa nada. Es para mí, escritor, un desencadenante fundamental, que inmediatamente me ha permitido colocar en el mismo plano el placer de leer y la literatura, de cruzar la historia, aunque esté revisada y reconstruida. Dumas ha sido para mí como una inmensa cantera de mármol sobre la que puedo tallar los escalones que me permiten avanzar en la vida, una referencia absoluta, una posibilidad de comprender el mundo. La presencia de Milady es constante, tanto en mi vida como en mi obra. Todos mis personajes femeninos recuerdan a Milady. Es mi dulce obsesión. La amistad, los compañeros, he buscado siempre los Porthos, los Aramis. Mi padre fue un Athos maravilloso. Dumas me proporcionó un código social, el código del honor, la moral. Es un poco como mi Corán, mi Biblia: mi sentido de la vida y de la muerte. El conde de Montecristo es la novela de las novelas, el libro de los libros. No lo olvide, Dumas fue traducido en España por uno de nuestros más grandes escritores: Benito Pérez Galdós.
-¿En qué momento decide escribir?
-Un chico que lee mucho siempre escribe un poco, pero yo no he tenido jamás verdadera ambición literaria. Comencé muy tarde,- a los treinta y cinco años, un día después de tantos años dé lector, miras hacia atrás y comprendes que posees una historia que tienes que contar. Publicas un libro entre la indiferencia general, después un segundo y el tercero -La tabla de Flandes- se convierte en un best-seller. Todo es extraño, incontrolable...
-¿Su primer libro se titulaba El húsar, verdad?
-Es la historia de un joven oficial de Napoleón durante la guerra de España. El 4 de abril de 1977 me encontraba con los soldados de la guerrilla de Eritrea. Ahí estaban mil doscientos hombres acosados y machacados por la aviación cubana. Al llegar a la frontera sudanesa no quedábamos más de trescientos... Sin comida, con disenteria, los muertos, la selva profunda, un horror. Volví a Eritrea ocho años después y me vi en sueños correr por la selva, en compañía de los guerrilleros, con la muerte detrás. El húsar es la historia de un hombre que descubre que la guerra poco tiene que ver con el heroísmo. La guerra es la muerte, las mutilaciones, la desesperación, el terror cotidiano.
-Usted ha sido reportero de guerra. Cámara al hombro ha recorrido El Salvador, Mozambique, Nicaragua, Las Malvinas, Rumania, etc. Ha cubierto la guerra M Golfo, el conflicto de Yugoslavia. ¿Cómo se ha pasado del reportaje a la literatura?
-Podría haber escrito novelas tipo John le Carré, novelas así, pero no me interesó. La experiencia periodística ha sido sin embargo muy importante para mí. He aprendido a usar lo mejor posible la documentación, a extraer de los archivos inmediatamente los más representativo. Un método, una técnica de saber cómo analizar rápidamente. Cuando voy a México para trabajar en mi próximo libro no soy tanto un escritor como un periodista que lleva una investigación para encontrar cueste lo que cueste lo que busca. Este oficio me ha dado las claves en cuanto al funcionamiento del mundo del público, del lector. Como decimos en español: “Cómo manternerlos en vilo”. Este es el segundo punto. La literatura, perdóneme esta metáfora bélica, es un campo de batalla. Coloco aquí la metralleta, allá el campo de minas, los soldados se irán por este lado más bien que el otro. Yo, el escritor, espero la lector en un puesto estratégico en vez de en otro. Le llevo donde yo quiero; le tiendo una emboscada. La estategia cuando escribo me viene directamente del periodismo. Igual que la búsqueda de un buen título, de un buen lema, del suspense, de mantener la tensión o relajarla. En fin, si fui un buen periodista es porque antes y durante leí muchísimo. Es la ficción la que me ha proporcionado las claves de la realidad y no al contrario. Por retomar el ejemplo de El Húsasr, fue porque había leído a Dumas y saqué enseñanzas de estas lecturas que pude contar sobre la guerrilla de Eritrea. A menudo me dicen: “¡Se ve que eres periodista, se palpa en tus novelas!”. Muy al contrario. En fin, la tercera lección aprendida a lo largo de mi carrera de periodista es tener una determinada visión sobre el mundo y la vida. Coy, Alatriste, Corso son como son porque yo soy como soy. No han ido a la guerra como yo, pero tienen una trayectoria paralela. La pérdida de cosas, la evaporación progresiva de las ilusiones, la necesidad de reunir lo que queda de la vida después de un bombardeo para construir un lugar donde protegerse o defenderse, ese es el propósito principal de mis libros. Mirando tantas revoluciones hechas y perdidas, es hora de encontrar la dignidad con los restos del naufragio y construir una pequeña balsa para sobrevivir.
-Es una visión pesimista de la vida...
-Naturalmente. Tras haber visto tan de cerca todo el horror del mundo podía haberme convertido en un cínico. Ha sido mi mochila llena de libros la que me ha salvado de la desesperación y me ha permitido conservar algo de humanidad. Sin la literatura, mi corazón se hubiera podido secar, como a tantos periodistas con los que me he cruzado. Sin la literatura quizá me habría suicidado... La literatura ha sido mi refugio, que me ha dejado descansar, tomar la distancia necesaria, la madurez para resistir el golpe y seguir vivo...
-¿Por qué razón abandonó la carrera de periodista?
-Como periodista he tenido tres etapas. En los primeros tiempos fui un mercenario honrado. Sentí muy pronto que podría convertirme en uno deshonesto. Porque siendo reportero de guerra te encuentras más preocupado por la hora de tu retrasmisión que por lo que pasa delante de tus ojos. Hay cosas que haces y que no deberias de haber hecho y otras que deberias de haber hecho y no has hecho. Para ser franco conmigo mismo, tengo que reconocer que vivo con ciertos fantasmas, sucesos de los que no estoy particularmente orgulloso. Me solía salvar buscando determinadas justificaciones: estaba cumpliendo con una tarea peligrosa, haciendo un trabajo útil. lentamente el periodismo se ha convertido en otra cosa. La guerra del Golfo fue la guerra espectáculo. Se necesitaba una imagen sensacional, fuera de lo común, un choque, un scoop, poco importaba la verdad, la realidad, la honestidad del reportaje. Hacía falta una mujer violada, un criatura desfigurada, un anciano agonizante... Resumiendo, pude morir en Beirut a los veinte años, creyendo que el periodismo era muy importante para la civilización; en El Salvador, con treinta, cuando me ganaba la vida arriesgándome diariamente; en Sarajevo, con cuarenta y cinco, para conseguir un punto de audiencia suplementario al telediario de las 20 horas. Es el contenido de mi libro Territorio comanche. Si se lee atentamente este libro se comprende enseguida por qué no quería ya dedicarme a esta profesión.
-La Historia ocupa una lugar muy importante en su obra. ¿Se siente usted como Dumas, que reconocía que violaba a la Historia pero para hacerle niños bellos?
-Hay dos razones para ello: por puro placer, y porque la historia ha tenido en mi educación siempre un lugar fundamental. Mis abuelos, mis padres siempre estuvieron convencidos de que tenía a mis espaldas tres mil años de historia de la humanidad. Es fundamental esta condición de heredero. La España de Franco fue evidentemente negativa, vergonzosa, pero este periodo transitorio de su historia no debía ocultar un pasado brillante que me pertenecía como al resto de los españoles. No debía avergonzarme de esta memoria que no era sólo española sino también europea, romana, latina, que era también Marruecos, y América. El Islam y la Biblia. Pertenecía a un mundo antiguo, muy antiguo,. respetable y maravilloso. Era un hombre del sur, muy superior al hombre del norte. Para mis padres, Goethe, Schiller, los anglosajones pertenecían al mundo de los bárbaros. Es excesivo evidentemente, pero en esta creencia me eduqué. De niño el mundo americano no me impresionaba en absoluto: el whisky, los cowboys, los coches americanos, Nueva York, todo eso no me daba ni frío ni calor.
-Ha sido submarínista. ¿Era para buscar esa humanidad ancestral de la que desciende usted?
-Cuando buceaba en búsqueda de un ánfora para algún coleccionista desconocido o para obsequiar a alguna novia, no cometía ningún robo, no tenía remordimientos. Ese ánfora me pertenecía, era mía. Formaba parte de mi patrimonio genético. Fue mi tatarabuelo quien la había tirado al agua. Por eso mismo soy marino. Vivo mucho en mi barco, pero nunca he sentido ninguna necesidad de cruzar el Atlántico o el Pacífico. ¿Por qué tendría que hacerlo? Soy marinero porque Ulises lo era. Navego por el Mediterráneo porque para mí navegar no es una aventura, es estar en casa, quedarme en mi terreno, recorrer mi mundo y mi historia.
-¿Por eso prefiere el Ulises de Homero al de Joyce?
-¡Claro que sí y no es broma! En fin, ¿qué puede saber un jodido irlandés de Ulises? ¿Qué hay en su memoria, en sus ojos, en su piel que tenga relación con Ulises? Yo sí sé quién es Ulises, Porque le he visto trampear en los puertos para robar a un turista americano. Le he visto echar la red al mar. Le he visto calafatear su barco, reír, llorar. He crecido a su vera. Ulises fue el que violó a mi tatarabuela y se casó con la tía de mi tatarabuela. Ulises forma parte de mi familia.
-¿Ulises forma parte de su memoria porque nació usted en Cartagena?
-Soy consciente de esta gran suerte. Mi hija Carlota, que nació en Madrid, que adora Italia, Francia, Grecia, tiene una patria: Cartagena, la ciudad que posee el alma del Mediterráneo. El puerto de Cartagena ha jugado en mi vida un papel decisivo. De crío no iba a clase para ver los barcos que arribaban, los pescadores que volvían de alta mar. Era una atmósfera extraordinaria con todos esos marineros borrachos, mal hablados, las prostitutas de labios pintados, todos esos idiomas, todos esos olores, esos colores. En los puertos encuentras dos tipos de personas. Los que se quedan sentados, que miran y que nunca osarán tomar un barco y partir. La segunda categoría se compone de los que deciden levar el ancla.
-¿Y usted pertenecía a este segundo tipo?
-Evidentemente sí. Pero fueron los libros los que me impulsaron a partir, fueron los libros los que me proporcionaron el gusto por la aventura. Sin la biblioteca de mi abuelo puede ser que hubiera sido como alguno de mis amigos, arquitecto o ingeniero, y hubiera navegado los domingos en mi barquito... La lectura me ha enseñado que el puerto es la puerta de salida a un mundo desconocido que yo deseaba exploran
-Volvamos a su relación con la Historia. Usted la falsifica pero de una manera que casi podemos calificar de «razonable».
-De otra forma sería un pastiche y no me interesa, Esta actitud me viene de Dumas evidentemente. La Historia te obliga al placer sutil de la lectura, de la documentación, de la búsqueda. Por otra parte el escritor puede jugar con ella, falsifiarla, cambiarla, perturbarla, Soy homo faber, homo sapiens, pero sobre todo homo ludens. Me encanta jugar, me meto en el libro que estoy leyendo y encuentro mi sitio entre los personajes. Mi desafío como escritor consiste en utilizar elementos reales, que no tienen relación entre ellos, colocarme en el medio y hacerles jugar unos con otros. Richefleu, Luis XII, Ana de Austria... he aquí los elementos que la Historia oficial pone en un primer plano. El genio de Dumas consiste en encontrar un elemento de ficción que los relacione entre ellos y convertirlo en el elemento principal, el verdadero motor del relato. Los tres mosqueteros de la novela de Dumas son más reales que Richelieu. Pero tampoco se trata de hacer cualquier cosa. En La carta esférica todos los personajes son reales. La ficción sólo interviene en el nivel de las relaciones que establezco entre los diferentes elementos «reales».
-En la Historia, tal como usted la concibe, el pasado está permanentemente relacionado con el presente y el futuro.
-Tengo la profunda convicción de que no puede entenderse nada de nuestro presente ni de nuestro futuro si desconocemos nuestro pasado, si no colocamos nuestra visión presente en una perspectiva esencialmente histórica. La Historia es como una poderosa luz que ilumina nuestro presente.
-Ha publicado en La Vanguardia de Barcelona, en 1999, un artículo que -es lo mínimo se puede decir- no ha pasado desapercibido. Defiende usted una suerte de tradición novelesca europea contraria a los productos literarios venidos del otro lado del Atlántico, valorados por la cifra más alta, la televisión, el cine, una especie de igualar por lo bajo. Para este criterio de edición, ¿se excluye el tener en cuenta una tradición literaria nacional?
-Estar en la lista de los bestsellers no significa pertenecer a un género literario. Respeto ¿ Ken Follet como a cualquiera, pero lo que yo escríbo no tiene nada que ver con ese género de literatura. He aprendido mucho leyendo ciertos best-sellers de los años 50 y 60, pero mis libros no tienen nada en común con esta literatura desechable, yo no fabrico kleenex. Mi literatura se apoya en una imaginación que cuenta con tres milenios de historia narrativa, sobre sólidas referencias culturales, en una palabra, sobre una memoria colectiva que es la de la vieja Europa. No quiero para nada romper esta memoria, si no por el contrario ayudarla a sobrevivir como ella me ayuda a vivir, No soy, un huérfano recién llegado de May Flower: soy, lo repito, un viejo europeo del sur, un mediterráneo. El drama de la literatura europea actual es que no bebe en estas maravillosas raíces ancestrales. Se prefiere la literatura egotista, minimalista, exangüe, replegada en ella misma sin entusiasmo, sin ambición.
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