Foro sobre Arturo Pérez-Reverte
Un lugar de encuentro donde "discutir" sobre la obra del escritor Arturo Pérez Reverte

Salva escribió el día 19/10/2024 a las 08:37
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"Me paso la vida escuchando a los malvados, es interesantísimo" (20 Minutos).


Arturo Pérez-Reverte publica La isla de la mujer dormida: "Hay novelas que están en mi cabeza, pero moriré antes de terminarlas"
Rosa Ballarín



NOTICIA17.10.2024 - 07:22h

El autor y marino sitúa su último libro en el mar Egeo, con la guerra civil de fondo y una amarga historia de amor.

Un marino enviado por el bando franquista a Grecia para atacar clandestinamente los barcos de la URSS que llevan ayuda militar a la República recala en una isla que tiene forma de cuerpo de mujer. Es el año 1937, y el mar Egeo es un espejo donde se reflejan las turbulencias políticas y militares del momento y una historia de amor perfumada de venganza. La isla de la mujer dormida (Alfaguara) es la novela número 34 de Arturo Pérez-Reverte. A sus 73 años, el escritor cartagenero se administra dos medicinas que le mantienen "espabilado": el mar, -casi se diría que la casa madre del escritor-, y la necesidad de seguir buscando tramas y excusas para su inagotable voracidad. De nuevo, sus personajes, ni buenos ni malos, se mueven en terrenos peligrosos y por aguas movedizas y sembradas de torpedos. El propio Pérez-Reverte, como un pirata más, navegante consumado, ha hecho dos veces la travesía que describe en su nuevo libro. Porque como señala rotundo: "No se debería escribir de aquello que uno no sabe". Nos encontramos con él en un hotel madrileño desde el que se ve el centro en obras de Madrid. Calma y entelados de lujo para quien estuvo 21 años en las trincheras del periodismo. Directo siempre, cortante según la pregunta, polémico a su pesar... Pérez-Reverte sigue siendo un novelista meticuloso que narra sobre zonas grises y ambiguas. Como es el ser humano.

Vaticinó su amigo Juan Gómez-Jurado que su novela, La isla de la mujer dormida, será una de más vendidas esta Navidad.
Nada que objetar. Es opinión de Juan, es un amigo. Nada que comentar.

Los escenarios de este libro recuerdan inevitablemente a lo que sucede casi 90 años después: guerras, conflictos raciales, emigración... Justo se acaba de abrir un centro de internamiento en Albania.
Yo voy a hablar de mi novela, no de Albania. El mundo siempre ha estado en crisis, pero a menudo lo olvidamos. Durante un tiempo, Europa ha vivido en una especie de burbuja, pensando que el horror estaba lejos y que todo les pasaba a otros. Pero resulta que no. Hemos descubierto, cosa que otros ya sabíamos porque yo he estado allí muchos años, que el mundo es un lugar hostil, peligroso y desordenado. Y que de vez en cuanto, la historia te pega unos zarpazos tremendos, cíclicamente. Igual que en los años 30, los personajes de esta novela asisten al final de un mundo y a los crujidos de un mundo que se está desgajando. Ahora nos ha tocado otra vez, en esos ciclos históricos, asistir a lo mismo. Pero no es nada nuevo. Yo pasé 21 años en esos lugares y esto ha sido siempre así. Ahora la sociedad europea es consciente, tras haberlo olvidado, de que el mundo es un lugar desagradablemente peligroso.

El mar Egeo y el Líbano para explicar lejanamente la guerra civil española. ¿Por qué estos lugares?
Yo descubrí la televisión con 12 años. Hasta entonces, yo era cine, literatura y tebeos. Tenía siempre en la cabeza las historias de piratas, de corsarios... Me gustaban y jugaba a eso, El corsario negro, El capitán Blood, La isla del tesoro... Siempre tuve en la cabeza esa idea de una novela de corsarios, aventuras, piratas... Estando en una isla del Egeo vi la novela. Me dije este es un buen lugar: corsarios modernos, barcos que atacan barcos... Y me pregunté qué escenario uso: ¿la guerra mundial, la civil? La civil era buena porque por allí pasaba el tráfico marítimo de los mercantes que iban con ayuda de la URSS para la república. Vi que esa iba a ser la historia. Me documenté, me puse a estudiarla, busqué cartas náuticas, fotos, leí sobre la época... y al final, de allí salió la historia. Es un ajuste de cuentas con una historia que me acompaña desde que era niño.

Es decir, ha tenido esta trama en su cabeza durante 60 años. Esto sí es esperar.
Bueno, yo tengo ya una edad, mucha edad. Las novelas van contigo. No surgen pluf. Son el resultado de lo que has visto, has leido y has vivido. Tú vas viviendo y las novelas van contigo y se van transformando. Es decir, son entes de transformación que van contigo. Tú vas dando salida a ese material a medida que llega la coyuntura adecuada para que eso sea así. Y eso ocurre con esta novela, que me acompaña desde hace muchísimo tiempo y al final, cuajó. Hay muchas que morirán conmigo. Lo triste, justamente, es eso. Lo triste es que hay novelas que van a morir conmigo, que están en mi cabeza, pero moriré antes de terminarlas. Tengo 73 años. Lo peor es que ahora tengo que elegir, qué escribo y qué no escribo. Qué dejo vivir y qué dejo morir. Y eso es un ejercicio doloroso y melancólico, pues hay novelas que nunca voy a contar, y que me habría gustado.

Eso es como los personajes, que uno tiene que decidir si los mata, los enamora o los transforma conforme avanza la trama. ¿Así evolucionan los suyos?
Exacto, es un poco eso.

Al final, ¿consigue su objetivo de que no haya ni buenos ni malos?
En esta y en todas mis novelas. Es marca de la casa. Vivimos un mundo moderno, en el que la estupidez de la sociedad occidental actual exige un posicionamiento claro: A ver, ¿usted es bueno o malo; pro franquista o pro república; feminista o machista?. No hay término medio, hay que decidir en qué lado de la línea se está. Ese intento de trazar líneas divisorias sobre las cosas es peligroso, porque no siempre responde a la realidad. El mundo y la vida son muy complejos. Hay gente que es buena por la mañana y mala por la tarde, o al revés. Gente que tiene pasiones, vicios, virtudes y todo mezclado. Yo lo he visto, no es narrativa de bar. Además, los he visto en situaciones extremas, en guerras, en lugares de conflicto donde el ser humano no disimula tanto como aquí. Pero eso no es verdad. El mundo es una gama de grises, no de blancos y negros. En mis novelas siempre se han movido con ambigüedad porque yo veo el mundo con esa ambigüedad. Yo no puedo tener malos, malos y buenos, buenos, porque soy incapaz. No me los creo. Paradójicamente, necesito seres complejos con contradicciones: esos dos espías, el franquista y el republicano, que, sin embargo, se llevan de maravilla; esa historia de amor que es amor, pero no lo es, que es sexo, pero no lo es; que es odio... Esos terrenos tan fértiles narrativamente. Lo que produce estupor es hasta qué punto la sociedad moderna se autolimita de una forma tan suicida intelectualmente, pretendiendo reducir el mundo a blanco y negro, a bueno y malo, cuando justamente el aprendizaje, la riqueza, la potencia intelectual está en la ambigüedad de la gama de grises.



Dice uno de sus personajes que los griegos llevan toda la vida matando, desde La Iliada. ¿No estamos así los españoles también?
Sí, como la humanidad. Como los franceses, los italianos, como todo el mundo. Si estudias las guerras de la religión fueron terribles en Francia, En los siglos XVI y XVII se degollaban poblaciones enteras. Con la revolución francesa... Eso es permanente. Cada uno ha tenido su parcela de horror, pero todos las hemos tenido. Y también es verdad que hay gente que ha sabido camuflar su parcela de horror de una manera más eficaz que otros. Los ingleses han hecho salvajadas pero su imagen es la de las películas de lanceros bengalíes. Quizás España no ha tenido la habilidad ni la inteligencia de otros países para disimular sus parcelas de horror.

Este libro es un pozo ilimitado de datos, estrategias, paisajes... ¿Se podría decir que como narrador prefiere la búsqueda de información que el proceso de escribir?
Sin duda. Escribir es mecánico, rutinario, es un trabajo. Yo hago todos los días ocho horas en mi casa, sea fiesta o no, me duela la cabeza o esté bien, por eso digo que es un trabajo. Lo otro es la fase buena, es como enamorarse. Es la fase inicial, quieres saberlo todo de la persona amada: qué come, qué le gusta... Pues esto es igual. Yo quiero saber cómo son esos personajes, construirlos, si le va a gustar una música u otra, si va a ser colérico o flemático; qué luz hay en ese lugar; por qué amanece en tal lugar así; a qué huele ese restaurante... Yo además soy marino, llevo navegando 30 años, con lo cual todo lo que es humedad, la luz, los atardeceres, el frío... lo tengo. La fase en la cual construyes un mundo con todo eso, es maravillosa. Después, ese mundo lo tienes que llevar al papel, para que el lector lo comparta. Es la parte más complicada, pero la inicial es perfecta.



La edad a la que aludía antes, ¿complica esa fase de viajes, búsqueda, cansancio físico en pos de un dato o de un amanecer?
Bueno, yo viajo desde que tengo 18 años y he vivido en hoteles toda mi vida. Para mí, eso es normal. Al contrario, es una ventaja. Si yo hubiera dejado de hacer eso me sentiría viejo, cansado, retirado. Pero esto me obliga a hacer lo que siempre hice, igual que navegar. Me obliga a viajar, a coger aviones, a analizar... Me mantiene vivo. Llego a los sitios, tengo que preguntar, hacerme amigos en los lugares donde no conozco a nadie, sentarme a tomar una copa, invitar a cerveza a los griegos y que me cuenten cómo pescan esponjas... Esa actividad a que me obliga mi vida como novelista es muy buena porque me mantiene engrasado, en forma. Es como el mar. Si yo no navegara, me sentiría un viejo en casa, leyendo, viendo la tele. Pero el enfrentarme al mar con sus problemas atemporales, sus conflictos de navegación, averías... me mantiene espabilado.

En La isla de la mujer dormida están todos los asuntos vitales en la narrativa de Pérez-Reverte: el mar, la historia, el ajedrez, incluso el amor. ¿Hay algún tema del que nunca escribirá?
De teléfonos móviles... (risas). Demasiado vulgar, en mis novelas no salen, por ejemplo. ¿Para qué escribir una novela sobre temas que ya salen en los periódicos? Yo no tengo que reflexionar sobre ciertos temas, los conozco y ya está. A mí me interesan conflictos muchos más complejos y antiguos del ser humano. En el mundo actual, una novela ambientada en 2024, no me da los mecanismos adecuados para contarla. Prefiero irme a la historia, al pasado, desde el Cid hasta la Ilustración o los años 30 del siglo pasado. Ese territorio me es más fértil, estoy más a gusto trabajando en él. Hay otra cosa importante aquí, el amor. Que no es tanto como lo es la mujer. La protagonista de esta novela es la mujer, no son ellos. Eso es importante porque en todas mis novelas todas mis mujeres son fuertes, seguras de sí, que pelean en un mundo de hombres. Esta vez es la primera en que hablo de una mujer derrotada, que ya no tiene posibilidad, que no puede luchar porque está perdida. ¿Y qué le queda? La venganza. Es una mujer que no lucha, sino que se venga. Es un drama actual: la mujer se enamora, ella construye su mundo con él, por el que deja su trabajo, su vida. Y ella se pregunta luego ¿por este fraude, por este espejismo, he dejado mi vida? Entonces viene la reacción: le quitas el perro, lo dejas.... La cuestión es que cuando no tienes retaguardia a donde ir, entonces te vengas. Lena descubre que su marido tiene el alma muerta y decide vengarse de él, de una manera fría. Esa venganza es lo que realmente caracteriza esta novela. El marino, Jordán, está allí y los dos se enamoran, pero saben que no hay solución. Ellos saben que ese momento de amor va a ser breve, de ahí la desesperación, la amargura que destilan. Por eso tengo mucho cuidado con los diálogos: cada silencio, cada palabra que dice es una forma de decir esto va a terminar.

Finalmente, este libro de aventuras y tensión, ¿es también una novela de amor?
Es una novela más de amor que de guerra. La guerra es el telón de fondo. Hay varios telones de fondo: la guerra civil española, que está a lo lejos. Después está la aventura de la torpedera. Y el tercero son las relaciones de todos ellos, y el cuarto y más presente, la historia de amor entre dos personas que saben que tiene fecha de caducidad. La desesperanza por parte de ella, y la resignación impotente por parte de él.

Las características de sus personajes, muy reconocibles en todos los ambientes que ha recorrido a lo largo de su obra, ¿qué tienen que ver con su autor?
Es un error buscar al autor detrás de los personajes. Sería como asumir todo lo que dicen y todo lo que hacen. Y eso es imposible. Pero lo que sí es cierto es que hay gotas de ti y de tu mirada, más de cómo eres, de lo que ves en el mundo. Un tío con mi edad, la vida te deja una forma de mirar el mundo. Y de entenderlo. Entonces, con esa mirada, haces novelas. Si yo hablo de un torturador, yo no he torturado nunca, pero yo sé cómo funcionan. Me llevo a ese torturador, a mi memoria y a mi novela y eso hace que sea más real. No es Reverte, es lo que Reverte tiene en la mochila. Pero sí hay cosas que son mías: los valores. La lealtad, la dignidad, el silencio, la camaradería... ese tipo de cosas sí son mías, las transmito a mis personajes en cierta forma. Se benefician de esos valores. Yo, los valores grandes como patria, bandera, religión... la vida me los desmontó. Fue educado para ser un caballero (los policías son buenos, los curas santos y los políticos honrados) Y no. Cuando la vida te quita las grandes palabras te quedan otras con las que no te equivocas nunca: amor, lealtad y dignidad. Igual que el oro es el valor inalterable desde hace 3.000 años, por encima de los bitcoins, los que yo digo son los valores inalterables. Con ellos nunca te equivocas.



Para alguien que ha dicho que su ideología son sus libros, esta declaración última parece un código moral en toda regla de Arturo Pérez-Reverte.
Es que cuando te dicen posiciónese sobre algo... yo pregunto ¿quiere usted de derechas? Tiene a Chautebriand, Renard, Juan XXIII, San Agustín... ¿Quiere usted de izquierdas? Tiene a Marx... A lo mejor soy de derechas para algunas cosas o soy de izquierdas para otras. O no soy nada. O una mezcla de todo, como el ser humano. Vuelvo a lo de antes, a la zona de grises, que es donde transcurre la vida real. Así veo el mundo, así soy yo y así son mis novelas. Esto no es una teoría política, lo he ido aprendiendo, es experiencia personal. A medida que soy mayor, tengo menos certezas. Cuanto mayor soy, más gris y ambiguo es el mundo. Es tan fácil morir o luchar por una fe, una causa... Es facilísimo. Está chupado. Si crees, vas al cielo o la patria te pone un monumento o la mujer que amas te mira y admira y dice ¡qué bien murió mi amado!. Es precioso, pero cuando sabes que todo eso es falso, cuando no tienes esa especie de coartadas intelectuales ni personales y te hace enfrentar la vida como es... Mi mundo, conforme me hago mayor, es cada vez más deliciosamente gris. Me encanta que sea así, que la vida no me haya dejado como un estúpido en la trampa de la que tantos están que no salen: el bien o el mal, el rojo o el azul, el blanco y negro. De eso sí estoy orgulloso.

Esto que dice, ¿tiene un precio?
Pago mi precio, lógicamente. Nadie te lo regala. He vivido, me han dado golpes, y eso me ha ido generando mi zona ambigua, pero estoy muy a gusto. Es que Reverte es muy tímido, muy equidistante... Lo que soy es ecuánime. Sé muy bien dónde estoy. Lo que pasa es que yo puedo escuchar, por ejemplo, a alguien a quien detesto. De todo el mundo se aprende. Ahora vamos a otra cosa, la cancelación. Noo, como es malo, como es Hitler, que no hable. ¿Por qué no? Primero le escuchas y luego lo ejecutas, pero escúchalo. Hoy el mal es interesantísimo, se aprende mucho más que del bien. Yo me paso la vida escuchando a los malvados, tomando copas con ellos. Cuando tienes una fe, esta te lleva al fanatismo, y este a la Inquisición. Y de aquí vas al exterminio del adversario, a silenciarlo. Es un proceso muy peligroso. Cuando alguien profesa una fe, la que sea, -cinematográfica, sexual, política, social...-, siempre lo miro con reserva, porque sé que las fes excesivas terminan en fanatismos. Y estos terminan con exaltar cualquier virtud y no reconocer nunca ningún fallo en el bando propio. Es peligrosísimo.

Tiene un velero. ¿La vida desde el mar es más comprensible que desde tierra firme?
Para mí, el mar tiene un efecto analgésico. Cuando subes a un barco o un velero, requiere tanta atención (el tiempo, el barómetro, la cartografía...) que no te deja pensar en otra cosa. Por eso, para mí es terapéutico. Para mí esos días existe el mundo. Me sienta fuera. Eso les pasa a todos los marinos. Me gustaría poder tener más a menudo esa sensación de lejanía, de distanciamiento del mundo, que te da el mar. Además, te obliga a estar siempre lúcido. Si te descuidas, te mata. Como la vida. Esa especie de saludable incertidumbre, de la que hablaba Josep Conrad, me gusta. Que dependo de la observación, de la prudencia, del conocimiento. Y cuando hay un problema grave y lo resuelvo, me siento muy bien.

Este libro nuevo, ¿tiene también película?
No pienso en eso cuando escribo una novela. Ya que lo dices, sí tiene mucha información, es muy visual... pero bueno, mi obligación es que el lector lo vea. Que se vea dentro de la historia, como si fuera una película. Pero yo no quiero un lector testigo, sino un lector que se suba conmigo al barco, que sufra, que se moje, que sienta, que huela, que coma. Que me acompañe. Quiero un lector compañero, no un espectador.

https://www.20minutos.es/noticia/5644507/0/perez-reverte-se-traslada-al-mar-ege-en-su-nueva-novela-la-isla-de-mujer-dormida/


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  • » "Me paso la vida escuchando a los malvados, es interesantísimo" (20 Minutos). « - Salva - 74 - 19/10/2024 08:37


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