Foro sobre Arturo Pérez-Reverte
Un lugar de encuentro donde "discutir" sobre la obra del escritor Arturo Pérez Reverte

Salva escribió el día 29/07/2018 a las 09:00
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"Max Costa": el héroe más elegante de Pérez-Reverte, en cómic.


















































MAX: DE LA NOVELA AL CÓMIC


20 Jul 2018/Salva Rubio





Max Costa, el bailarín mundano de la novela de Arturo Pérez-Reverte El tango de la Guardia Vieja, danza de nuevo, esta vez en las páginas de una serie de cómics escrita por Salva Rubio y dibujadas por Rubén del Rincón. En este artículo repasan la génesis de la novela gráfica, de la que pronto se publicará un aventura exclusiva en XL Semanal.

En muchas ficciones, una llamada inesperada cambia el futuro de un personaje para siempre. Y en ocasiones, en la vida eso ocurre de la misma forma.

La llamada

En mi caso, el móvil sonó una tarde poco antes del verano de 2014. Era Rubén del Rincón, gran tipo, hombre que dice las cosas claras, compañero ideal para una juerga, dibujante experimentado de línea única y elástica, y con nombre resonante en el difícil mercado franco-belga, que me llamaba para proponerme algo.

Hay que decir que Rubén y yo llevábamos tiempo queriendo trabajar juntos, pero los compromisos de cada uno, las lejanas ciudades en que vivíamos y la influencia de esa liante llamada Fortuna nos lo estaban poniendo difícil.

Sin embargo, la llamada de Rubén era prometedora: comenzó diciéndome que a un amigo escritor le divertía la idea de expandir el universo de una de sus novelas a través del cómic (lo que muchos llaman ahora un “spin-off”, en fin, pregúntenle a un tal Avellaneda) y le quería a él de dibujante. Y Rubén a mí de guionista, a falta de la aprobación de su amigo el escritor.



Una hora de conversación se nos fue entre ideas, detalles, comadreos y chistes irreproducibles, entiéndanlo ustedes, en los tiempos de la maldita corrección política, y solo al final, cuando íbamos a colgar, le dije: “Rubén, no me has dicho cómo se llama tu amigo… dime y le busco en internet”. “Ah —dijo él, de la manera más distraída y desenfadada —se llama Arturo Pérez-Reverte”. Y en ese momento, colgó sin decir más. El muy cabrón.

Puede el lector imaginarse mi expresión de estupor y el parpadeo insistente con el que traté de asimilar su propuesta. Por aquel entonces, yo ha había publicado un par de libros, algún ensayo, estaba coguionizando una película… pero tener un material como El tango de la Guardia Vieja para desarrollar (pues esa era la novela en cuestión) eran palabras mayores.

El asunto se trató unas semanas después en la Plaza Mayor de Madrid. Allí nos vimos con Arturo y hablamos con largueza de la novela, de su concepción y su larga génesis, de películas de los años 20, de canciones olvidadas y bailes perdidos, de la Argentina canalla, de la Costa Azul en otoño, de qué hace a un hombre merecer ese nombre y por supuesto, de Max.

El bailarín mundano

Max, como saben ustedes, es uno de los golfos más adorables que ha creado la pluma de Arturo. Max, bailarín, espía, ladrón, galán. Max, ese insobornable que se vende al mejor postor. Ese viajero cuyo mapa de carreteras es el convulso siglo XX. Ese que logra colarse en cualquier fiesta de la alta sociedad, de cualquier país, de cualquier familia, solo para darse cuenta de que ha vuelto a llegar tarde. Ese gato sigiloso capaz de descolgarse en smoking de lo alto de un edificio como si no le importara bailar un vals con la muerte. Y que al entrar por la ventana y encontrar a una durmiente y una caja de caudales, sonríe al considerar que esa noche tendrá dos tesoros que abrir. Ese que dejó tirada tres veces al amor de su vida para querer seducir en su lugar a la vida misma, y para verse cada una de esas veces al final enfrentado a esos irresistibles ojos color miel. Max, en fin, ese tipo que tiene un raro, inaudito y valioso talento: el de caer bien a los hombres y gustar a las mujeres.

El bueno de Max había tenido muchas aventuras en su vida, tantas como azares sacudieron al fascinante siglo XX, y estuvo, para su dicha o desgracia, en casi todos los conflictos que dejaron tierra quemada, cuerpos en cunetas, gobiernos caídos y mujeres, como siempre, llevándose la peor parte. Muchas de esas peripecias pueden leerse en la novela original, con detalle y enjundia; otras son narradas de forma más breve y algunas simplemente Max las menciona de pasada, como si no quisiera acordarse, y no le culpamos por ello.







Pero Max había vivido mucho más que todo eso, y lo que quería Arturo es que alguien descubriese esas aventuras que había sufrido durante una larga y azarosa existencia y que ese alguien las narrase también, esta vez en imágenes, en palabras, en viñetas, en el noble arte del cómic. La misión estaba clara: no podía ser una simple adaptación de la novela: las aventuras narradas debían ser enteramente nuevas, distintas y diferenciadas de las contadas en las tres etapas de la citada novela.

Para ello, Max pedía poco a cambio; tan solo un negroni y una terraza agradable en la que sentarse a hablar. Arturo, por su parte, nos daba su bendición, libertad total para adaptar al personaje y un acuerdo extremadamente generoso, y solo pedía una cosa a cambio: “que Max fuera Max”. Es decir, que el personaje, de quien ya hablábamos (y no dejaríamos de hacerlo nunca) como alguien vivo, en realidad ya como un viejo amigo, retuviera su esencia, elegancia y personalidad en cualquier brete en que quisiéramos imaginarle.

Nos dimos la mano, pues entre caballeros eso es más que suficiente. Rubén y yo partimos a trabajar con no poca responsabilidad y no menos ilusión.

Manos a la obra: preparando el asalto a Francia

Mi trabajo de guionista comenzó, obviamente, con una relectura en profundidad de El tango de la Guardia Vieja. Max, de quien tanto había aprendido la primera vez, parecía susurrarme mejor sus secretos ahora que la lectura era más calmada y atenta. Obsesivo como soy (para sufrimiento de los que me rodean), mi ya usado ejemplar pronto terminó machacado, subrayado, marcado y anotado con ideas, posibilidades, guiños y frases.

Sin embargo, obviamente y por mucho que tuviéramos un tesoro en las manos, el cómic (o el tebeo, o la novela gráfica, no nos pondremos exquisitos) tenía que tener un destino industrial, es decir, ser publicable, y como queríamos darle al proyecto el futuro más brillante posible, las peripecias de Max y las nuestras habrían de pasar por Francia.

Para entender esta voluntad exportadora, hay que aclarar al lector en este punto que si la industria del libro en España es magra, famélica y nos da ocasionalmente clasificaciones nada honrosas dentro de los países de Europa donde menos se lee, ciertamente el mundo del cómic está mucho peor. Resumamos la situación diciendo que mucha gente que disfrutó con lo mejor de Bruguera en su infancia no se molestó después en descubrir obra más adulta al crecer, y para muchas de esas personas (quizá usted mismo) el cómic es algo “para niños”. Sí, hay cómic para niños, claro; y novelas gráficas para adolescentes, y tebeos para adultos, lo mismo que ocurre con el resto de la (permítanme el atrevimiento) literatura.





España, sépase, es junto a Italia y Francia, una de las potencias europeas en cómic. Pero como en otras tantas cosas que hacemos mejor que los demás, el talento de aquí ha de buscar salidas internacionales, donde las ventas son más prometedoras y los anticipos le dejan a uno, al menos, pagar el alquiler los meses en que está trabajando. No entraré (no es el momento ni el lugar) en los particulares, pero entiéndase, en fin, que para poder hacer el trabajo con la debida calma y cuidado era importante que la obra fuese publicada primero en el extranjero.

Y los franceses son un público experto, sabihondo, difícil, y saben lo que quieren, a fe. Y por mucho que uno venga representado por un nombre como Pérez-Reverte, eso solo aumenta su exigencia, y necesitan que dibujante, guionista, historia y personajes estén a la altura como obra independiente y de personalidad propia. Así que no lo teníamos fácil en absoluto. Lo que quería decir que había que remangarse y trabajar.

Cómo limpiar un rifle cargado a cuatro manos, o el trabajo del guionista y el dibujante

Para vender el proyecto acullá de los Pirineos había que entender lo que querían los galos, cosa no poco difícil como supieron tipos como el viejo Bonaparte, pero en cuanto al formato del cómic (primera decisión a tomar), estaba claro que necesitábamos plantear una serie, no una simple aventura. Malos tiempos, sin embargo, son los presentes para las series abiertas, de final indefinido, y riesgo de abandono de lectores, limitación que nos saltamos a la torera planteando (de momento) tres sagas de dos tomos, lo que allí llaman “arcos autoconclusivos”.

Nuestro trabajo como equipo era doble. Para Rubén empezaba un desafío de los buenos: saber encontrar la imagen de Max, algo que iba mucho más allá de solo dibujarle. Sus lápices y tintas, su mano inquieta, tenían que saber diseñar a un leve bailarín, a un ágil ladrón, a un seductor contenido, a un tipo, en suma, que sabe perfectamente cómo conducirse y moverse en cada momento.

Ahora que Rubén no nos escucha, déjenme decirles que Arturo tuvo ojo: conozco a muchos buenos profesionales, pero que me perdonen si digo que Rubén es simplemente el dibujante que más talento tiene para el movimiento, la fluidez, la elasticidad; y casi sin esfuerzo, lo que siempre es marca de talento, su línea se hace móvil, larga, controlada y líquida. Créanlo o no, hace esas maravillas con un vulgar bolígrafo, y esa punta baila sobre el papel como Max lo hace sobre el mármol.

Su labor se dificulta además por tener que ponerle literalmente cara y ojos a un personaje que miles de ustedes conocen, y de alguna forma, encontró lo que todos veíamos en el Max de nuestra imaginación: un mentón potente, barbilla adelantada, nariz dura y con carácter, cejas pobladas, un cabello salvaje, mediterráneo e indomable. Y esa mirada de seguridad, desafío y desenfado que todo varón queremos para nosotros.

Más desafíos: como explicaremos a continuación, en nuestra historia Max es joven, un mozalbete, un galopín que tiene mucho que aprender, y en el que esas características deben verse apenas esbozadas, y Rubén tenía que dosificarlas y entregárselas al personaje, gradualmente, de forma creíble, al pasar de las páginas. Sumemos a ello la ambientación de época, la necesidad de un dramático claroscuro, decenas de tipos populares que pueblan los fondos, personajes secundarios con carácter (ay, la Sevillana), paisajes urbanos y desérticos, planos estáticos y dinámicos, montajes cinematográficos y viñetas a página completa… Casi nada.

Un consejo: una tentación frecuente del lector de cómic es pasar los ojos rápido por viñetas y texto y acabar la historia lo antes posible. No se hagan esa putada. Disfruten viñeta a viñeta, detalle a detalle y línea a línea de Rubén. Me agradecerán después el privilegio.

En cuanto a mi labor, el argumento, ¿qué lugares, qué peripecias, que países iba a conocer Max en cada una de esas aventuras? No nos hagan rajarles toda la historia, ni pronunciar la maldita palabra spoiler. Solo diremos que planteamos tres décadas, tres acontecimientos clave del siglo pasado por los que queríamos ver a nuestro bailarín mundano danzar, dar golpes espectaculares (al fin y al cabo, de algo tiene que vivir), seducir a las más bellas damas y formarse como ser humano, con lo mejor y lo peor que puede dar de sí mismo alguien como Max.

¿De dónde sacar dichos contextos y lugares de forma fiel y ponderada? Mi objetivo personal, pese a que para nada estuviéramos realizando una adaptación, era ser lo más fiel posible a la novela y extraer de ella el material básico, por leve o sutil que fuese. Y nuestro primer arco solo podía ocurrir en uno de los lugares más peligrosos de Europa, donde crecer como un joven solo podía querer decir estar rodeado de crimen, conflicto social, guerra sucia, vicio, drogas, prostitución, golferío, extranjeros desatados e inseguridad política: Barcelona. La de los años 20, no se vayan a pensar.

Entre las bambalinas de El tango de la Guardia Vieja

En la novela se menciona brevemente que tras nacer en Argentina, el malhadado padre de Max, un asturiano “de esos que nacen con la marca de la derrota” volvió cabizbajo de las Américas, y murió dejando varios huérfanos en el Barrio Chino de Barcelona. Max, espabilado como era, además de aprender a bailar se resignó a trabajar de botones. Por lo menos, era el Ritz. Y allí comienza su aprendizaje.

“Ningún comienzo humilde es noble”, dice la novela, y para nosotros era lógico empezar por el principio y jugar con ese Max joven, inexperto, que atisba entre las nieblas de su futuro destinos más allá de cualquier callejuela de la ciudad condal, que intuye que franquear esa frontera, como todas, le exigirá pagar un precio: perder, acaso por primera vez en la vida, todo lo que tiene. La primera de muchas.





Otra frase de la novela, dicha por Max de pasada, como si no quisiera explicar demasiado aquel asunto, nos dio la clave de lo que le sacó de Barcelona: “Creía haber matado a un hombre (…). Luego me enteré de que no había muerto, pero ya no tuvo remedio”. Le dimos nombre a este individuo: Abelard Fontana, a la sazón uno de los mayores mafiosos de la ciudad, dueño del Barrio Chino, y cenizo que tienta al “gatito” Max para que trabaje para su banda. Fontana es un tipo poco de fiar, si saben a lo que nos referimos, y el ingenuo Max no lo tuvo tan claro, pero obviamente hablando desde la barrera sería demasiado fácil culparle.

Fontana nos abrió las puertas, y esperamos que a ustedes: a esa Barcelona fascinante del Chino, el Distrito Quinto, de la Criolla, el Arco del Teatro, el Carrer del Cid y la peor ralea que gente que sabe de lo que habla, como Douglas Fairbanks Jr. consideraron el peor ambiente que habían visto en su vida. Y lo que habrían visto aquellos ojos. En fin, imaginen el placer que fue para nosotros vivir durante meses, entre documentación, libros, fotografías, postales, fichas policiales y notas de prensa de aquella época peligrosa en la que las gentes del siglo XXI seríamos poco menos que un blanco fácil para aquellos rateros.

El caso es que el trato con Fontana sale mal, eso no es ninguna sorpresa a estas alturas, y Max ha de huir de Barcelona a través del único sitio donde no hacían preguntas y cualquiera “a quien la existencia haya decepcionado, que viva sin honor ni esperanza” era bienvenido. La recién formada Legión.

El bueno de Max parece tener encima una maldición egipcia, porque si bien logra huir de Barcelona, la bandera en que se alista es destinada a combatir en un lugar conocido con el mal nombre del Rif. Al menos, como si la vida quisiera dar un respiro al muchacho, o prepararle para lo que se le viene encima, Max conoce allí a otro de los personajes citados en la novela, un cabo segundo ruso llamado Boris, su verdadero mentor, guía en la cuestión de lo masculino y muy necesario maestro de armas en ese infierno de moscas, calor, disentería, fugados y criminales. Como nos dice Max, si sobrevivió, si se hizo un caballero, si ciertas puertas y faldas empezaron a abrirse para él, fue gracias al desgraciado Boris.

No podemos contar todo lo que vive y sufre Max en África, pero a los lectores de la novela y a los conocedores de la historia les sonará de algo el llamado Desastre de Annual, el camino a Monte Arruit y la valentía de hombres como los que integraban el Regimiento Alcántara. Max, sería absurdo negarlo, sobrevive, pero ahora es un fugitivo acosado, herido, enfermo y que ha perdido —otra vez— lo poco que tenía encima, incluida la esperanza.

Max camina solo: el futuro

No es el único hombre, ni lo será, que en lo peor de su existencia encuentra la salvación, y quizá algo más, en los brazos de una mujer de esas, benditas sean, que recogen hombres rotos como si fueran gatos negros abandonados, solo para descubrir, oh sorpresa, que les han traído mala suerte. Una de esas mujeres se llama Boske, es húngara y marcará forma de vivir, de amar y de bailar de Max como pocas de entre muchas fueron capaces de hacer.





Hemos de advertir al lector, eso sí, que estamos entrando ya en el tomo dos, en el que actualmente trabajamos, y por aquello de la superstición guardaremos silencio. Aunque no nos resistimos a decirles que entre otros escenarios, Max paseará por el París de los años 20, se moverá entre algunos de los más célebres habitantes de la ribera izquierda, conocerá por primera vez su querida Costa Azul (que tanta suerte le trae) y protagonizará uno de los más espectaculares (y secretos) golpes de la historia de Francia y del latrocinio mundial. Ahí queda nuestra apuesta.

Llegamos, pues, al momento en que pasado y presente se conectan. El tomo uno de Max fue publicado por fin hace unas semanas en Francia y a los primeros lectores de allá parece gustarles; esperemos que Max seduzca a muchos más. Eso sí, para el segundo tomo aún habremos de esperar, los franceses y nosotros, aún medio año, a que Rubén termine de hacer su necesariamente lenta magia.

¿Y los lectores españoles, quizá —ojalá— se pregunten? ¿Podrán leer las aventuras de Max en su idioma natal? Nos alegra decir que en las últimas semanas hemos llegado a un acuerdo editorial para que ello sea posible, y si todo va bien (ya saben, los imponderables) el año que viene podrán descubrir sus aventuras en español; se lo contaremos, si los generosos capos de Zenda quieren, por aquí.

Y si realmente tienen ganas, una bagatela en primicia: el 29 de julio la revista XL Semanal publicará un cómic inédito, exclusivo y creado para la ocasión, de 10 páginas, como se decía antes, a todo color.

Ojalá que para entonces reconozcan ustedes, como ha sido siempre nuestra intención, a ese golfo adorable que tanto nos ha enseñado a Rubén y a mí: Max Costa.

Gracias, por supuesto, a Arturo.

https://www.zendalibros.com/max-de-la-novela-al-comic/





Y por si tuvieses curiosidad aquí tienes las 10 primeras páginas de "EL BAILARÍN MUNDANO" :










































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