Reverte no desapareció en el Asedio gaditano. Como un amante despechado, volvió a la ciudad que nunca le llegó a querer –que verdad es, que en cosas de pareja, siempre hay uno que pone más que otro- tres años después de su última visita. Quizá fue la increíble Lolita Palma, mujer en un mundo de hombres, quien no ha dejado, hasta ahora, venir a su ciudad al autor. No fue digna de ello Mecha Inzunza y sus historias de amor y desamor tangueros que, a buen seguro, encelaron a Lolita mientras leía en la confitería de Burnel. Pero, esta vez sí, esta vez Reverte vino a presentarnos una novela de hombres, con las bendiciones de Palma.
En la tarde del martes pasado, con un día sorprendentemente esplendido para ser revertiano, la ahora “muy Noble, Leal y Podemista ciudad de Cádiz”, se dispuso a recibir al héroe cansado del Doce. No hubo grandes colas, ni un lleno absoluto –la gente se dividía entre los preparativos para el domingo cadista, cantar a coro con el nuevo alcaldable o ahogar el calor en la playa- o bien, como también es típico en esta ciudad, ya nos habíamos desmemoriado. Sí que considero que estaban todos los que tenían que estar. Amigos en las primeras filas, deseosos de su vuelta y revertianos hasta el espontaneo: nunca recuerdo una interrupción en un acto que a la primera fue graciosa –“¡Vale pisha!” y se llevó su libro ante los ruegos de no poderlo comprar- y a la segunda fue tensa, tanto como ver a un enfadado Almirante Zárate, allí mismo sentado.
Arturo, el hombre, como siempre, impecable. Esta vez, además de su eterna chaqueta de Manuel Coy y su camisa blanca impoluta, nos dedicó un pantalón color beis claro y unos preciosos zapatos color tabaco con calcetín del mismo tono. A pesar de su manía de Tío Gilito, se saca un partido impresionante, imposible si no fuera por la percha. ¡Ays!
Óscar Lobato, como ya es su costumbre, lo bordó. Supo llevar a Reverte a su terreno. Después de los cinco primeros minutos de contacto, ya se deja caer en la pequeña butaca para que podamos verle cómodo, distendido, y la señal: estira las piernas, enseña la suela de los zapatos y en ese preciso momento sabemos que Reverte está despreocupadamente en casa. Y Lobato que conoce la marca, se dispone a preparar su batería de preguntas, bien trabajadas y profundamente diseñadas y sobre todo desconocidas. Esta vez al cerrar la ronda de presentaciones puedo decir con casi absoluta seguridad que todas fueron totalmente inéditas, nuevas, no realizadas en ningún medio oral ni escrito.
Una lástima que no hubiera grabación. Lobato además de un excelente amigo y hermano, es un profesional como pocos. No quiero decir, ni mucho menos, que los demás no lo sean pero los niveles de complicidad son tan altos, que lo que le escuchas a Reverte inducido por la evidencia y la tranquilidad que desprenden las preguntas lobatianas, nada tiene que ver con lo que se ve en otras ciudades. De ahí también el éxito que tiene esta plaza.
Además de explicarnos el por qué y cómo surgió este homenaje a la Academia y a sus miembros, fue interesante conocer que LEncyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers es el libro más leído después de la Biblia. Que además, podemos leer un prólogo que está colgado en internet. El cómo los filósofos, fueron introduciendo en la sociedad en la que vivían estos ideales, pero en realidad cómo fueron los mediocres y los exaltados quienes postularon esa revolución, los que no habían accedido a la mesa de los poderosos, un segundo escalón de la sociedad. También fue interesante escucharle hablar y bien de Carlos III, un buen rey. Y un vehemente discurso sobre el patriotismo cultural de la época, que bien podía servir para la nuestra, donde por enésima vez y casi como una súplica, se nos explica que con educación, con razón y con cultura, educando a los niños en los colegios, podríamos cambiar España. Dos siglos intentándolo y estamos en el mismo punto de partida.
En esta cuestión encendida, tenía que salir el Abate Bringas, su similitud con el Abate Marchena y también con Agapito Cárceles, de EMdE. Desde mi parecer, uno de los momentos más divertidos, actuales y tremendamente real de la novela, lo protagoniza Bringas:
“Se yergue Bringas, airado, en la penumbra plomiza del portal.
- ¿Y no cayó en la cuenta de que me insultaba?
- Le ruego que me disculpe, señor abate. Estoy desolado. Nunca en mi vida...
- El almirante tiene razón –tercia don Hermógenes-. Él nunca osaría…
- Yo no habría aceptado menos de doscientas. Es cuestión de principios.
Se miran los dos académicos y después vuelven a mirarlo a él.
- Quiere usted decir… -interpreta el almirante… Alza una mano imperiosa Bringas, dando por concluida la conversación.
- Que me ha convencido, señor. Ya que insiste, y por tratarse de ustedes, aunque no sin repugnancia ética, aceptaré esa cantidad”.
Por supuesto, se habló de los académicos, de la mujer: de madame Dancenis y sus desayunos filosóficos, de Pascual Raposo, un malo harto y solitario pero con reglas. Y del narrador. Todo falso. Y que cada cual lo interprete a su manera. Un detalle que apuntó Lobato con su perspicacia es que, además de la cantidad de adjetivos que se utilizan en la obra, hay un detalle gramatical, tremendamente difícil para el que escribe: la voz del narrador va en pasado cuando está contando a tiempo presente y la historia, que se sitúa en tiempo pasado se narra en presente. Yo creo que tenemos un cierre de ciclo con una novela exclusivamente de hombres, donde podemos encontrar a todos los héroes cansados del mundo artúrico. Cada uno de los anteriores, proyectado en un nuevo personaje de esta novela. Matizado, copiado, calcado o suavizado pero ahí. Para que tu cabeza lo recuerde y te haga volver al anterior.
No me quiero extender más, por miedo a mi memoria, pero creo que lo más importante está contado. Lo que nadie se esperaba en la tarde calurosa de Hombre Buenos era la pregunta del porqué de la ausencia de Reverte en Cádiz. Lobato, bondadoso, casi sin maldad, quiso dar voz a la cantidad de lectores que le preguntaban una y otra vez y Reverte, perplejo en un primer segundo y sincero en el siguiente, explicó. Y lo que dijo no extrañó a cualquier cabeza sensata. Si conoces la obra, sabes que para todo, existen reglas. Y que la amistad y el compromiso son conceptos sagrados. Y eso se quebró en Cádiz. Ningún medio se hizo eco de la explicación. Lástima que siempre estemos ocupados en otros menesteres. En ese momento sí eché en falta a ilustres periodistas gaditanos como D. Fernando Santiago que no ha hecho ni mención en su tan leído blog, Moreno Bustamante y su columna de editorial los domingos, las peleonas y bien escritas Yolanda Vallejo, Tamara García o la retirada Inma Macías, a José Pettenghi hasta hace poco profesor, a los miembros de la UCA, aquellos que en su día votaron la posibilidad del honoris causa y por qué no si hablábamos de filosofía a Juan Carlos Aragón… hubiera sido religión para Cádiz. No cabe mencionar a la rancia aristocracia, tanto personaje pseudoculto, ilustre, político de los que organizaron el fiasco Bicentenario de la ciudad de Cádiz. Ni estaban ni se les esperaba. Pero Lobato no habla de Lobato (ni escribe de Lobato) y a pesar de que hubiera hecho sonrojar a cualquier gaditano cabal, a que perdimos una oportunidad única por culpa de políticos analfabetos e incapaces, a que esa oportunidad se repetirá dentro de cien años y volverá a pasar exactamente lo mismo, nadie nos contará con exactitud y públicamente lo que Reverte vomitó. Sin rencores, sin temor, incluso sin enfado. Un ejercicio higiénico, como el mismo diría, en que contó exactamente lo que ocurrió. Su dolor por las personas a las que implicó y por la ciudad a la que ama y de lo que pudiera haber sido y no fue.
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M. Burnel |