Foro sobre Arturo Pérez-Reverte
Un lugar de encuentro donde "discutir" sobre la obra del escritor Arturo Pérez Reverte

Salva escribió el día 10/11/2013 a las 14:57
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Colaboración Histórica: "Caza al amanecer"
COLABORACIÓN HISTÓRICA

"CAZA AL AMANECER"

BEGOÑA MARÍN

Arturo Pérez-Reverte escribe el último cuadro de nuestro pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau. Mañana lo presentan juntos en Marín (Pontevedra)



Mañana la trayectoria de Ferrer-Dalmau dará otro viraje. Y él lo sabe. Este lunes por la tarde presentará su nuevo cuadro Caza al amanecer junto a Arturo Pérez-Reverte en Marín, Pontevedra. Nada hace presagiar novedad alguna: desayunará un café con leche fría, recogerá al autor de El club Dumas en la estación de Valladolid, donde vive el pintor; se turnarán el volante de su todoterreno hasta avistar mar; contestará a unas diez llamadas de su galerista, su editor y algún cliente que quiere saber cuándo estará listo su cuadro; pronunciará unas palabras ante el “¡ohhh!” del auditorio de la Escuela Naval Militar; ajustará una sonrisa, su mirada de los mil metros, se deshará en agradecimientos y se marchará a dormir, o al menos lo intentará. Habrá culminado el tercer momento clave de su carrera.

Por primera vez un escritor y un pintor se alían para crear un icono de la patria española. Arturo Pérez-Reverte ha redactado el guión de Caza al amanecer, un homenaje a los marinos que, embutidas las tripas de sus fragatas con grana, azúcar y tabaco de las Américas, sortearon a los piratas ingleses hasta arribar a costas gallegas hace más de dos siglos. “Hay que ser español para pintar algo así. Si Arturo fuera suizo, no podría haber escrito La Tabla de Flandes como lo hizo, ni yo pintar Rocroi. El último tercio”, indica Ferrer-Dalmau.

Este último cuadro, por cierto, es el segundo de sus tres hitos. En Rocroi reflejó “hombres brutales, crueles, arrogantes, amotinadizos y broncos, sólo disciplinados bajo el fuego, que todo lo soportaban en cualquier degüello o asedio, pero que a nadie –ni siquiera a su rey– toleraban que les alzase la voz”. Así describía Pérez-Reverte una obra de la que tuvo conocimiento desde el primer casco negro marfil que dejó secar en el lienzo. “El cuadro tiene para mí un sentido especial, pues nació de una conversación con el pintor mientras despachábamos un cordero con cuscús en un restaurante de Madrid. Un lienzo crepuscular, fue la idea, que reflejase la soledad y el ocaso, la derrota orgullosa, el impávido final simbólico de la fiel infantería que durante dos siglos, desde los Reyes Católicos a Felipe IV, hizo temblar a Europa”.

“Y de aquellos polvos, estos lodos”, como acostumbra a apostillar Ferrer-Dalmau. Entre ambos comenzó una amistad a camisa suelta, de camaradas, donde la vergüenza esconde la cabeza y para llorar hace falta gallardía. Cada vez que a un obra importante le quedan las últimas pinceladas el teléfono de Pérez-Reverte suena y se oye “Arturo, necesito que veas el cuadro". Y en cuanto tiene un minuto, coge su trenca de piel vuelta y se presenta en el estudio. Allí encuentra al pintor y su obra, con una humedad de placenta y el olor a trementina tras el parto. Entonces mira fijamente la “cara de hijo de puta” de los soldados que han sobrevivido a una masacre. Y le estremece el ojo lisérgico de un caballo enterrado bajo cuerpos apuñalados a torniquete. Sonríe y dice: “Lo has clavado, cabrón”. A cambio le pide que dibuje un perro, como el podenco llamado Canelo de Rocroi, o el infante tamborilero atravesado por un disparo de La batalla de San Marcial. Y Ferrer-Dalmau lo pinta, claro. Es su trato.

Encuentro en Madrid

En Caza al amanecer la colaboración ha ido más allá. Durante tres semanas, el pintor de batallas acudió a la casa de Pérez-Reverte en Madrid para asesorarse. El escritor de La Batalla de Trafalgar atesora una biblioteca naval con miles de volúmenes. “Es uno de los mayores expertos en temas marítimos”, puntualiza. Entre copas de vino tinto “me explicó las mareas, cómo tenían que ir las velas en función del viento, estudiamos planos de barcos, maquetas, visitamos el Museo Naval guiados por el Almirante José Antonio González Carrión...”. Finalmente el escritor eligió la goleta que llevaría a la tripulación española, con la bandera mercante según el Decreto Real de 1787, y las dos fragatas inglesas. Fue muy preciso: “El velero debía tener parches y las velas cuarteadas”. Es la huella que dejan las horas y los días de navegación.



De esta manera Ferrer-Dalmau ha recuperado la temática de las marinas, que no pintaba desde sus inicios, a principios de los años noventa. En aquella época era un treintañero triunfador que había culminado sus expectativas en el sector textil. Y los pinceles se convirtieron en un nuevo reto para él. Las noches revival de la gauche divine barcelonesa fueron desplazadas por los días en los que dibujaba paisajes de Cadaqués, de la costa catalana. Sin más formación que el recuerdo de las tardes de infancia junto a su madre con un lienzo, comenzó a tomárselo en serio. “Mi marchante me pedía cada vez más cuadros para exponer. Parece que tenía éxito”, indica. Experimentó con el hiperrealismo hasta conseguir que su Gran Vía de Barcelona rivalizase con la de su admirado Antonio López; dio rienda suelta a su vena negra con una serie basada en cementerios, y hasta pintó un Cristo sin rostro cuya presencia infunde más respeto que Moisés tronando con las tablas de la ley. Pero este pirómano de temas encontró su motivo incandescente en la historia de España, en las batallas de los tercios, en personajes como Agustina de Aragón. Incluso se atrevió a inmortalizar a nuestras bases en Afganistán en el cuadro La Patrulla, convirtiéndose en el único europeo en formar parte del la selecta International Society of War Artists. Este cuadro, por cierto, fue el tercero de sus iconos. Hasta hoy.

Mañana presentará una obra donde no hay caballos, ni soldados con alpargatas y sable de acero ni jóvenes rubios “hijos de una holandesa y medio tercio”. Sólo existe la mar picada y una goleta bateada por los vientos, las millas y las horas. Es la primera vez que se ha escrito un cuadro. Y lo sabe. Tomará una copa de Ribeiro, o quizá tres, y recorrerá los pasillos de la Escuela Naval Militar hasta su catre. Cerrará la puerta, se tumbará y no pegará ojo. Sólo escuchará los velámenes de su corazón macheteados por un pensamiento: Alejandra, su goleta.



http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/caza-amanecer-20131109



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