Trece centimetros y medio
El caso es que, sea cual sea el resultado de la medición, no debería extrañar una noticia así en el país con la tasa de natalidad mas baja del mundo (¡hay que ver de lo que hemos venido a ser líderes mundiales!). Ya se sabe que el uso desarrolla el órgano, en su día lo demostró aquel inglesote más amigo de los simios que de los curas. Y en esta España que va tan bien mireusté, donde anda hipotecado y currando de sol a sol hasta el maestro armero y su esposa mientras la suegra apechuga con los nietos, con las erizas reencontrándose a si mismas y los erizos acojonados precisamente por ello, me temo que se moja menos que en el Vaticano, y todos (quitando a los cuatro de siempre, de los que habría que descontar, claro está, algún cubano) andamos fardando mayormente de boquilla.
Pero lo que más me ha maravillado, son las consiguientes encuestitas que mis ex–colegas plumiferos se han lanzado a hacer por las calles, intrépidos ellos, oyes, cámara y micrófono en ristre, abordando al primero/a que pase. Y esas caritas de circunstancias que ponen ellas, caras de mentirita piadosa; o las de ellos, de farol de póker, calladitos y esbozando una media sonrisa mientras la consorte le dice a la esponja con la boca chica pero el gesto firme “que el tamaño no es lo importante”. ¡Ja!, perdonen que me ría, son cosas mías. De todos modos, no se me sofoquen mis machos, ya que los propios matasanos nos dan cuartelillo al añadir en su estudio que no hay de qué alarmarse, que estaríamos dentro de la media europea. ¡Menos mal!, ¿no?.
Y si me pongo a pensar un poco más en el asunto, llego a la conclusión de que los que de verdad se van a forrar y sacar tajada de todo esto son los psicólogos y los dueños de las clínicas esas semi-clandestinas de alargamientos varios, que ahora hasta se pondrán rótulos de neón y proliferaran como videoclubs hace unos años, y donde uno acudirá, imagino, porque aquí las cosas no cambian por mucho logotipo que le pongamos, con sombrero, gafas de sol y el cuello del abrigo bien subido, en plan hombre-invisible, para que le saquen presupuesto a tanto el centímetro. Y es que en esta España del tanto tienes, tanto vales, la noticia ha desarmado a más de un chulito que se ha dado de bruces con la realidad y con una parienta que, de repente, ha empezado a echar números y a ponerse en jarras mientras le espeta: “¿¡conque lo del negro de la pelí del videoclús eran efectos especiales como los de la Guerra las Galaxias, ehín!?”.
Mis adoradas erizas, sobre todo las entradas ya en años, se han agarrado el metro ese que se arruga, el que usan para hacerle la falda a la niña, y han descubierto que el centímetro no es sólo la borrosa definición que da el diccionario sobre una marca en una barra de nosequé guardada en París como si del brazo incorrupto de San Nepomuceno se tratase. No. Hay centímetros con los que convives. Hay centímetros y centímetros.
Bromas aparte, el caso, y ya termino, es que no deberíamos darle a la cosa tanta importancia, pero se la damos; y mucha más de la que las supuestamente interesadas le van a dar. Porque los centímetros que hipotéticamente te pudieran faltar, los suples de sobra con ternura y comprensión, con detalles, con caricias. ¡Cuánto animal de bellota andará por ahí sobrado de centímetros (de los de entrepierna, porque de frente no tienen ni dos dedos) dando palizas brutales, amenazando por teléfono o negando una pensión que diez jueces han ratificado!
¡Cuánto
camino nos queda aún por recorrer!
Ciberpuma. Febrero de 2001