A mediados de junio
La playa estaba vacia, una o dos personas paseando o corriendo igual que yo hacía un momento.
Vi venir el coche a lo lejos, un coche grande, del tipo monovolumen pero de esos con poco diseño y gran capacidad.
Llegaron sin prisa, tomandose todo el tiempo, como si no existiera nadie mas que éllos. Música, risas y gritos infantiles. Me picó la curiosidad porque por la música podían ser cualquier cosa menos una familia dominguera. Los rolling sonaban demasiado alto para ser un grupo normal.
Fueron bajando sin prisa pero sin pausa. Bajaban lo justo: una bolsa vieja, descolorida y desflecada por la que asomaban unas toallas igualmente raídas. Un par de bolsas de plástico con algo dentro y una especie de nevera de esas de todo cien. Bajaban sin camisetas, sin chanclas, sin gorras. Eran apenas las 10 de la mañana. Fueron desfilando cinco crios y una pareja de mediana edad. Llegaron justo hasta la orilla. Donde se pierden las olas. Clavan la sonbrilla oxidad y vieja, a penas un poco de sombra, y colocan las bolsas debajo.
Entre gritos y carrerras se van metiendo todos al agua. Saltos, gritos, chapuzones. Solo quedan los padres, tomandoselo con calma. De una de las bolsas de plástico sacan unas palas de playa que han conocido varios veranos, una pelota de tenis, decolorada a fuerza de agua salada y sol, y sin mediar palabra se ponen a pelotear con entusiasmo. Risas, carreras, miradas cómplices, empujones y roces mas que intencionados.
Así estan como media hora. Los crios mientras han hecho varias escaramuzas con bolas de arena y se han llevado alguna reprimenda. Cuando deciden acabar el juego, sin mediar palabra tampoco, solo un gesto, van cada uno con su pala bajo la sombrilla. Las guardan cuidadosamente, sin que se mojen ni se manchen de arena. Con mimo.
De la nevera o lo que demonios sea eso, empiezan a sacar botes de cerveza. Parecen frios apetecibles. No se que es lo que envidio más en ese momento, las cervezas o la compenetració de la pareja. Se van tomando las cervezas sin prisas, a tragos largos. Saludando a alguna pareja de vejetes que también madrugan.
Juegan con la arena tibia, bajo la sombrilla tan escasa, los párpados pesados y la sonrisa como el sol, quieta, caliente.
Se levantan despacio y se meten en el agua. Pasan horas y cuando salen lo hacen todos a la vez, niños y padres. Recogen lo poco que han bajado del coche y se van con risas, música y un par de ojos clavados en ese trozo de vida que por un momento he compartido.
Ya se va llenando la playa de sombrillasre glamentarias. Familias con algún niño, la parejita o menos, cubos, palas, rastrillos y todo lo imprescindible para un día festivo junto al mar, incluidas las tumbonas y las gorras anuncio.
Me levanto
y me marcho con una sonrisa. Quizá no esté todo perdido.
Quizá aún llegue a tiempo de evitar que élla se marche.
Quizá mañana seamos nosotros los que abordemos la playa con
nuestros pocos pertrechos y ese aire de importarnos todo un pimiento. Vivir
el momento y disfrutar de esos minutos robados a la monotonía cotidiana.