Agosto en Murcia
Había quedado esa tarde con la peña para comer y reírnos las tripas recordando los tiempos del acné juvenil y de las niñas de las Jesuitinas. El Pelucas, al Dandy, Marín y dos más que no nos veíamos desde que dejamos el Instituto.
En el Bar de Antoñin, en Torreagüera, una pedanía de Murcia, a comer unos conejos al ajo cabañil. Los belmontes y gin tonics nos los jugaríamos a unos bolos Murcianos. La dirección estaba clara; Murcia, Torreagüera, el Bar de Antoñin, el Carril de los Troyanos, pasando el Regueron a cien metros de la Landrona. Bajaba desde Jumilla. Esa tarde hacia calor, un calor húmedo, de esos que uno no entiende como las cigarras pueden estar vivas. Como era de esperar, al llegar a Torreagüera, a eso de las tres de la tarde, no había una jodida alma en la calle. Los vecinos estarían espanzurrados en sus casas. Los hombres tumbados en la mecedora, en el sitio más fresco de la casa, en camiseta caladita y de tirantes, pantalón de pijama cortito, alpargates, un inseparable ventilador cerca de ellos.y a sus pies un botijo de agua fresca del Taibilla con un chorretico de limón y anís. Las mujeres, en la misma alcoba, pero a suficiente distancia para que el calor, el jodido, denso y pegajoso calor que emanan los cuerpos no interfiriera el uno en el del otro, sentadas en el sofá, cubiertas por un vestido fresco, una enagua en el mejor de los casos, y con un ventilador en la mano, de esos made in Taiwán, comprado en un todo a cien a última hora, con las piernas bien abiertas para refrescar los calores y sudores íntimos y adormecidas, o mejor dicho aletargadas, con la sintonía de Sabor a Ti. Tan solo la musiquilla del programa, el zumbido de las moscas, y el ronquido estertoreo o el inequívoco sonido de una pegajosa y maloliente flatulencia, que únicamente lograría excitar aun más a las moscas, serian los únicos sonidos que cortarían la densa y caliente atmósfera de silencio y de calor, De jodido, pegajoso y en ocasiones apestoso calor.
Estaba en Torreagüera, había pasado la vía del tren, había pasado el Carril de los Penchos, el de los Recatos, el de los Jandillos, había pasado el Camino de Villanueva, el de Ojos, el de San Martín de la Cruz, había pasado la Senda de los Granaos, la de la Carrilera, el Rincón de los Ferez, el de los Buendía, había pasado la Vereda de la Mora, la de la Ciega.!! joder !! pensaba, donde hostias estará el puto Carril de los Troyanos.
Al final del Camino, Carril, Vereda, Senda, Rincón.o donde cojones me encontrara, divise la figura de una persona. Por la soledad del lugar podía parecer un fantasma, pero a esas horas y con esas temperaturas ni los fantasmas se atreverían a salir. Me dirigí hacia ella con la esperanza de resolver mi laberinto.
Llevaba la espalda empapada de sudor y los pies los tenia hinchados como dos neumáticos. A medida que me acercaba comprobé con atónita sorpresa que el que venia no podía ser otro que... solo podía verle la cabeza, el cuerpo estaba sumergido en un mar de alfombras y en el pecho, colgando del cuello, una bandeja que ofrecía las mas variadas mercancías: gafas de sol, mecheros, condones, dos cadenas musicales, transistores, relojes, juegos de destornilladores para el bricolaje, una taladradora gorras..., ¡¡¡ El Corte Inglés ambulante!!!
Me sonrió de tal manera que, el jodido, parecía un anuncio de pasta de dientes o el reclamo de una clínica dental y a pesar del calor que hacia y de mi desesperación despertó mi simpatía. No sé quien se alegro más de ver el uno al otro. Yo lo tenia muy claro, no seria él quien me indicara donde estaba el Carril de Los Troyanos.¡¡¡ Que iba a saber él, si apenas sabia hablar mi idioma!!!. Pero él, él si que tenia muy claro que yo no me escapaba sin comprarle alguna cosa. ¡¡Y vaya si le compré!!, menos el taladrador y los condones casi le compro la bandeja entera. Arreé con una alfombra, un ventilador, unas gafas de sol y un transistor, !!cagonlaputa!!, sin pilas, luego me di cuenta de ello.
Eran ya las cuatro de la tarde, mis amigos estarían ya con los gin tonics, quizás los terceros gin tonics y yo, yo ya estaba hasta los cojones. Divise una ermita, de San Pepe Leches o de San Pito Pato, me daba igual, y donde hay una ermita se suele estar fresco. Así que, me dirigí con mi alfombra, mis gafas de sol Ray Vann, mi ventilador, que como no me lo enchufara en el agujero del culo, ...y mi transistor sin pilas, a la bendita ermita. Era raro en mi, pero esta fue una de las pocas ocasiones en las que he dado gracias al fervor popular.
Busque la sombra de la ermita, a ese lado y en el suelo extendí la maravillosa alfombra que minutos antes había comprado al mercader “Risitas” y me dispuse, calándome las maravillosas y doradas gafas de sol Ray Vann, a echar una cabezadita y a dejar pasar el tiempo, hasta que las cigarras callaran, señal inequívoca que uno podía entonces salir de la sombra sin miedo a coger una insolación, una deshidratación o una desintegración molecular por el calor. En ese momento regresaría al coche y me iría, mas contento de lo que vine, a mi altiplano querido. El Señor, la Virgen Santísima o el Santo a quien levantaran en su honra esa ermita, permitió que en ese lado sombrío, además, soplara una brisa fresca, que no sé yo de donde saldría, pero que me permitió disfrutar de una de las siestas más gratificantes de mi vida. Antes de cerrar los ojos, recuerdo que disfrute recordando los tiempos del Instituto, de las niñas de las Jesuitinas ...y poco a poco un sopor, un agradable sopor, fue adueñándose de mi y seguramente me quede dormido con una sonrisa bobalicona debido a los agradables pensamientos que me ensimismaron.
Al despertar, con un dolor de espalda terrible, la temperatura había bajado considerablemente, ya se podía salir de la sombra sin miedo a una congestión por el calor. Subi al coche y me dirigí a mi Jumilla del alma. No me importaba no haber dado con los amigos, no me importaba haberme perdido el conejo al ajo cabañil, no me importaban los gin tonics, no me importaba haberme gastado una pasta gansa con el mercader “Risitas”. Había disfrutado de una agradable siesta e iba a Jumilla de vuelta, sabia el camino, no me perdería. Una cosa tenia clara, nunca jamás quedaría, en pleno mes de Agosto, sin saber donde exactamente está el lugar o sin llevar mi teléfono móvil.
A los tres días pude leer en La Verdad que un inmigrante había sido agraciado con el cuponazo, un montón de millones de pesetas. El inmigrante agraciado residia en una pedanía de Murcia, Torreagüera y para ser más exactos, en el Carril de los Troyanos.
!!!!En el puto Carril de los Troyanos!!!!
!!!!Cagonlaputa
!!!!