El ladrido del caniche
Ese perrucho temblón y ridículo es nuestra política exterior de unos años acá , y el ladrido fue el vergonzoso ejercicio de desvío de la atención que protagonizó hace unas semanas nuestro ministro del ramo, ¿ lo recuerdan ya ¿ , sí , eso que dijo sobre Gibraltar, una afirmación de calibre tal que aún debe de estar arrancando carcajadas en el Foreign Office. Al maldito perro inglés, un bulldog gordo y con triple papada tocado con bombín y vestido con los colores de la Union Jack, le bastó con hacerse el ofendido, llamar a consultas a sus diplomáticos, y decir pero de qué vas Piqué, mira que ni Solana se atrevió a tanto, para que todo quedase en agua de borrajas, con don mire-usté-mire-usté bajándose los pantalones con la misma celeridad y donosura con que lo hacía su predecesor, el morritos, aquel tío cabal que se enteraba por la prensa. Menuda chirigota si no fuese porque se trata de lo que se trata.
Porque no se trata de que tengamos que recuperar o no a toda costa el peñón,. Eso es lo de menos, lo que da asco, y pena, y rabia es que hayamos caído tan bajo, que nuestros jefes de la diplomacia sean los que son, el artista ahora conocido como mister Pesc(adilla) y su sucesor actual, el del flequillo. Luego me tacharán de retrógrado y de facha (venga anímense, que últimamente llegan pocas cartas a la redacción poniéndome a parir, y uno tiene su ego y su corazoncito), pero incluso cuando el reino de España estaba en clara decadencia, sus embajadores, unos caballeros vestidos de negro, serios y circunspectos, provocaban una comezón extraña en los que recibían sus credenciales allá en las cortes extranjeras. Eran duros negociadores, sabían de su oficio y de su importancia, hubo de todo, claro está, pero se hacían respetar y no se permitían numeritos grotescos de cara a la galería.
Y no quiero ser injusto, estoy seguro de que siguen existiendo excelentes diplomáticos españoles, yo mismo conocí a algunos cuando recorría el mundo con la mochila y la olivetti a cuestas, pero por desgracia no son ellos los que toman las decisiones, los que trazan el plan si es que lo hay, cosa que dudo.
Siempre
hubo en España hombres de buena ley, ya cultos y serenos como
Borja Betriu, un diputado a Cortes del XIX que hablaba siete lenguas, liberal
entre la canalla absolutista que le envenenó e ignorado hoy por
todas las enciclopedias, ya valientes y honrados como don Juan Martín
el Empecinado quien jamás traicionó la palabra dada, pero
que fue vendido a los realistas de la forma más vil y que,
cuando era conducido al cadalso, no se dejó colgar por la chusma
fernandina, sino que al ver a su mujer del brazo de un oficial realista,
se revolvió, agarró un sable y se hizo matar como el hombre
valeroso que siempre fue. Desde donde nos contemple, don Juan, callado
y serio, sentirá con dolor el bochorno habido, y volviéndose
hacia los suyos, su hermano Dámaso, su sobrino Hermógenes
Martín, viejos camaradas, pese al asco, pena y rabia, no dirá
nada, callará y apretando los dientes mirará para otro lado,
sin más, pero sin menos.