Pagar con la misma moneda
Resulta
que, para ir al grano del asunto, convendrán conmigo en que dentro
de nueve meses la peseta, esas monedas con la cara del Rey (vecino, no
va por ti), ya puede empezar a ir mirando para Triana, como lo hizo esa
otra peseta con la cara de Franco, y el propio Franco en su momento, aunque
su momento debió ser cuando lo disfrazó de marinero para
la comunión la madre que lo parió. Y no sólo las monedas,
sino que los billetes actuales, también van a quedar, valga la redundancia,
listos de papeles. Todos. No se salva ni uno, ni una. Finito. Kaputt. Porque
tanto italianos, como franceses, como los extraterrestres esos que se ha
dado en llamar alemanes, e incluso los incaracterizables individuos (e
individuas, que luego se llena la redacción de cartas de erizas
feministas) que vivimos en este país, o como carajo quieran ustedes
llamar a esta tierra insolidaria y cruel, tendremos que, junto a un montón
de fulanos de otras naciones (esas sí, naciones con todas las letras
bien puestas), pagar con la misma moneda, el euro, un nombre muy
original y muy chachi. O sea.
Imagino
que alguno de ustedes creerá que aún es pronto para hablar
de esto, y que no hay que atrincherarse si el enemigo está todavía
durmiendo, pero tengan en cuenta que faltan sólo nueve meses para
que nazca tal moneda, lo mismo que tarda cualquier mujer de la Tierra en
parir, y lo mismo que tardó en parirla a ella la madre que la parió.
Y es que este país egoísta ha decidido una vez más,
dar la espalda a esa Hispanoamérica hermana, y pegarse con plastilina
al resto de Europa, prefiriendo ser cola de león en vez de cabeza
de ratón, lo que no está mal del todo en principio, pero
es que aquí siempre hemos sido, no cola, sino culo de Europa, porque
nos han dado y nos dan que te cagas, pero que te cagas de verdad, de eso
que hasta te sale mierda. Así que yo me cago en esa Europa postpirenaica
y en la madre que la parió.
Siguiendo con lo que les decía, no sé a ustedes, pero al arriba firmante este asunto de la nueva moneda le parece, después de todo lo dicho, estupendo, porque será este un trago del que tendrá que beber todo español, ya sea buen hijo de vecino, o pertenezca a esa más común fauna paleta que abarca desde los demagogos cantamañanas hasta los estúpidos meapilas, pasando por toda suerte de hijos de puta e hijoputas, sin olvidar tampoco a los cagamandurrias, los soplagaitas, las madres que los parieron a todos y muchos otros que ahora no cito puesto que casi cualquier fulano se incluye en uno o varios de estos grupos. Por tanto, verbigracia, no sé si todos tendremos algún día que rendir cuentas ante Dios, pero con esto sí puedo decir que mucho dios se rendirá ante las cuentas.
Teniendo en cuenta, por tanto, cómo está el catálogo de españoles arriba mentado, ya me dirán ustedes si no es verdad que en la tienda de cualquier esquina se liarán por igual la cliente Maripili y la cajera Pepa, mientras que Agapito (los hombres también compran, ya lo sé, -feministas, quietas con el boli-) dice que le dejen pasar, que su nueva calculadora tiene más botones que el Hotel Plaza, y el último de la fila farfulla contra Agapito, su calculadora y la madre y la fábrica que los parieron. Y luego, tanto Miguelico como Don Manuel, que son los maridos de Maripili y Pepa, cuando jueguen a las cartas en el garaje de su casa, estarán más ocupados en hacer trampas con los euros que con los naipes, y cuando salgan a comprar tabaco, se liarán a pedradas con la máquina expendedora, porque en este país a muchos les importa más fumar que comer, y si no que se lo digan a mi vecino el Rey, porque el a la izquierda fotografiado, sentado en su silla y con sus gafas bien puestas, lo ve las veinticuatro horas del día fumando, pero el mismo cigarro. Él sabrá cómo lo hace, pardiez.
Intuyo que les parecerá exagerado lo que cuento, pero toda esta milonga pampera, no lo duden, acabará haciendo que aquí en España no pueda comprar ni vender un cojón de pato ni Cristo bendito, con lo que se acabará, al cabo de un tiempo, como lo oyen, volviendo al trueque de toda la vida, que al fin y al cabo eso de tener que sumar y restar números para poder comer siempre ha sido un símbolo antinacional, porque en un país que invierte menos en ciencia que en alfabetizar a los políticos, eso de meter espíritu matemático en todo intercambio comercial ha resultado siempre muy humillante para el ciudadano de a pie, así que que le den por saco al poco dinero que quede (ya entenderán a qué me refiero en los siguientes párrafos) y a la madre que lo parió, y aquí Lola y Carmen, que son las primas de Miguelico y Don Manuel, acabarán cambiando el Diez Minutos por media docena de huevos, y todos felices y contentos. Tal desastre será aprobado sin duda por los políticos, pues esto les consolará de ver sus cuentas bancarias con cifras de mendigo, puesto que tales analfabetos palurdos que nos gobiernan miran más la vaina que la espada, y no habrá quien los pare, ni siquiera los capullos turistas extranjeros que, cuando se les diga que tienen que aprender castellano para poder gozar de nuestro genial trueque, montarán tal algarabía que acojonarán hasta a los leones del Parlamento y las leonas que los parieron.
Ahí, sin embargo, no quedará la cosa, no, porque esa diferencia entre cola y culo de la que antes les hablaba, puede no estar clara aquí, pero sí fuera, por lo que resulta que tanto italianos, franceses, y demás europeos con o sin euros se quedarán con la copla antes que los de aquí (y eso que la copla es española, tiene cojones la cosa), y por qué no, también canadienses, japoneses (éstos vendrán a fotografiar el escándalo), y algún que otro australiano. Y como aquí va todo más despacio que un viejo con pata de palo, hasta que llegue la era del trueque aún pasarán unos años, por lo que mientras tanto, así las cosas, billetera en mano, se plantarán todos estos extranjeros en este estado español pluriconfuso, plurimareado, y pluriatolondrado, y en menos que se dice un mireusté, desplumarán hasta al más pintado, y acabarán quedando menos euros en esta casa de putas que pensamientos de democracia en las seseras de Felipe González y la madre que lo parió.
Ni falta
hace que les añada que en toda casa de putas, mientras haya dinero
de por medio (aunque esta vez se lo lleva el cliente), hay sitio para todos,
por lo que tampoco perderán su oportunidad esos Americans,
o como se diga, de la bandera con las estrellas de Hollywood y las rayas
de ketchup en una servilleta del Burguer King (lo de King no va en alusión
sarcástica a ningún Rey, así que no se vaya a suliviantar
mi vecino) , que regalarán un puñado de aviones F-117 al
moro Aref, y se nos plantará en el rastro de Madrid medio continente
africano, vendiendo relojes y arradios a trescientos euros, mientras aquí
pica todo fulano y George Bush y su padre, o su hijo, que tanto monta,
y la madre y la abuela que los parió, nos bombardean con tomates
como a malos payasos en el circo en que este país se habrá
convertido, o que siempre ha sido, que monta tanto. Y es que si un país
maltrata durante siglos su Historia, ésta, harta de que nada cambie
ni con el nuevo milenio, les paga con la misma moneda a sus gentes y a
la madre que las parió. Fulano de la queja, espero que te hayas
quedado satisfecho con el homenaje.