Memoria sin palabras
Nací en España, en el sur, fueron mis padres una sevillana de la Cartuja, y mi padre un inmigrante arabe que llego a estas tierras en la mitad del camino de su vida. La primera etapa de mi vida fue placentera, correteando por ahi, comiendo lo que me apetecia y sin mas preocupaciones que las propias de mi edad, creci sano, guapo y brioso; un dia y sin saber como, me encontre colocado en casa de un notable de la ciudad, la verdad, comparado con el resto de los empleados de la casa, mi vida continuaba siendo regalada, yo era al que se reservaban los mejores trabajos, que casi se reducian a acompañar a la hija de mi amo en sus cortos paseos y al dueño mismo de la casa en alguna ocasion especial y como era de fina estampa y porte adusto mi amo no se cansaba de sentirse ufano de mi, yo amaba aquella vida y con gusto me hubiera quedado alli de por vida; pero llego la guerra, el pais fue invadido por los franceses, a nuestro amo, que era afrancesado las cosas le fueron bien, recibia en su casa a muchos franceses, generales y damas nobles de nariz exquisita y altiva, nosotros viviamos ajenos a la contienda e incluso logre entender el idioma frances, aunque nunca lo consegui hablar.
Una
fatidica mañana de otoño el amo me vino a visitar junto con
un frances al lugar donde yo dormia, hablaron entre ellos en frances, pero
no pude entender nada, ya que cuchicheaban, mi amo me dio una palmada cariñosa
y me dijo: "Me cuesta desprenderme de ti, pero adonde tu vas yo no puedo
acompañarte, aunque con gusto lo haria si fuera joven..., en fin.
sirve bien a estos señores, pues ellos son la luz que alumbra Europa,
se que tu raza y temperamento dejaran mi casa en buen lugar." Me abrazo
amorosamente y me entrego al frances. Fui conducido junto con otros muchos
a Francia, quede admirado de Paris y de todo cuanto vi, mi amo tenia razon,
aquello era la luz de Europa. Entre al servicio de un mariscal del emperador,
el mariscal Michel Ney, un tipo alocado y pelirrojo, valiente como un leon,
romantico y exaltado, fui testigo de amorios ilicitos, duelos y desfiles,
pues yo le acompañaba a todos los sitios, el tipo me habia cogido
aprecio y yo a el, mi vida era ahora muy distinta, no paraba ni un solo
instante, me hacia sudar como una bestia pues el mariscal no tenia ni un
solo momento de sosiego, a veces me decia "Español, -pues asi me
llamaba- el oficio del imperio requiere que estemos en todas partes sin
dejar de estar nunca en Francia, ya que es de aqui de donde debemos de
coger la luz para llevarla a todos los rincones del mundo" yo asentia,
aunque sin entender mucho, lo unico que se es que un dia me vi en Rusia,
aterido de frio y tirando de un cañon, Ney iba delante mia, cubierto
por su capa, sus patillas pelirrojas, blancas por la escarcha y jurando
en un frances de los bajos fondos que a el nunca le habia oido antes. Peleamos
como fieras, el fue nombrado principe de la Moskova y yo asisti al acto
temblando de emocion, pues en ningun momento deje de estar a su lado. Pero
con nosotros nos trajimos a los rusos, a los austriacos y a los prusianos,
Francia fue invadida, el emperador exiliado en Elba y Ney salvo su vida
por los pelos (pelirrojos) Nos retiramos de la vida activa y pasamos largas
tardes en su casa de campo recordando pasadas glorias, pero el emperador
volvio, mi mariscal fue el primero en poner su espada y a mi mismo a su
servicio, le vi rejuvenecer, y volver a lucir con orgullo su baston de
mando, pero el destino nos alcanzo a todos en Belgica, luchamos bravamente,
corriamos de un cuadro enardeciendo las voluntades de los franceses, nos
vimos las caras con ingleses y prusianos, alemanes y holandeses, pero esta
vez la estrella no brillo, la carniceria fue indecible y la juventud de
francia y de media europa sirvio de abono a la cosecha de 1815 en los campos
de Waterloo, que debio de ser excelente. Por ultimo mi mariscal y yo mismo
buscamos denodadamente la muerte en las horas crepusculares del 18 de junio,
pero definitivamente hoy no era un dia de suerte. Contemple abatido el
fusilamiento de Ney a manos de los borbones, lo contemple desde mi cuadra,
con una pata rota y un tiro en el lomo, sabia que pronto correria la misma
suerte que mi mariscal, ya, sin riendas ni silla, sin amo a quien servir
me tumbe y cerre los ojos, esperando al matarife que haria cuartos de mi
para servir de pitanza, no habia sido mala vida para un caballo, incluso
tengo una estatua en una plaza de Paris, juntos, yo y mi mariscal.