Ya
sabrán ustedes de la mediterránea afición que el arriba
firmante tiene por las terrazas, atalaya desde la que ver pasar la vida
despacio, aspirar el aroma impregnado de salitre, deleitarse con el suave
vaivén de los palangres de los pesqueros, e incluso sentir esa mágica
nostalgia aventurera al advertir la tintineante silueta de los faros dibujados
al fondo, a través del mar de mercurio que se pierde en el horizonte.
Bien. Se trataba del escenario adecuado y casi bucólico para una
tarde tranquila a orillas del mar de no ser por la conversación
que tuve la suerte de captar justo a mi lado, oyes, que los momentos de
melancolía se me difuminaron de golpe. Zas. Como cuando me entero
que a la Ordóñez se le viene encima la menopausia, Rociíto
se ha llevado el disgusto de su vida al enterarse de que la abeja Maya
se lo hacía con Güili en el váter, o a alguna chocholoco
de las que frecuentan mis queridas revistas ha decidido sacarse por fin
esa espinilla que tanto afeaba su insigne nariz famosa. Pero a lo que iba.
En la mesa de al lado tenía un par de chavales jóvenes que
mantenían una conversación con el gesto grave y circunspecto
del que está contando algo realmente serio, pero no con esa cara
de panoli que se gastan los políticos cuando detectan presencias
televisivas, sino de verdad. O sea. El caso es que uno de ellos contaba
la última movida que habían tenido en el trabajo, y lo hacía
con esa mezcla de indignación y tranquilidad que te pone los pelos
como escarpias, y el otro, su colega, le mantenía la mirada entre
leves tientos a su cerveza como si quisiera transmitirle un te entiendo
compadre etcétera. Sitúense: una fábrica grande -de
esas que superan los mil empleados-, un grupo de ocho currelas en turno
de noche -los ocho buenos currantes, si no, no estarían ahí-,
buen rollo y confianza en tre ellos. Y para terminar los preámbulos
diremos que hay un compañero (aunque a menudo son vecinos de trabajo)
un poco pelota, vamos, bastante pelota, le vamos a llamar el pelota Valdunquillo.
Pero la cosa no pasa de ahí, bromas y risas con los compañeros,
que si no haces más que chuparla, slurp, slurp, algún día
te harán encargado, etcétera. Ustedes se harán cargo
de la situación. Y resulta que de pronto llega ese día. Chisplón.
De pronto se encuentran a su amigo del alma, compañero del metal,
camarada de desdichas -imagino que advertirán el matiz irónico-,
convertido como por ensalmo o arte de magia en encargado, así, de
la noche a la mañana, sin anestesia ni nada. Figúrense la
sensación de incredulidad primero, de estupor más tarde,
y de repugnancia finalmente que les entra a todos cuando aparece un lunes
por la noche, los galones henchidos al viento, repartiendo órdenes
a diestro y siniestro como si lo llevara haciendo toda la vida. Realmente
repugnante. Vamos, para echar la pota. Puag.
Es una
vergüenza que en este país o casa de lenocinio o lo que diablos
sea, los mayores tarambanas, mercachifles y soplapollas de via estrecha
siempre encuentren su sitio sin la menor dificultad ni rubor, aunque sea
arrastrándose y baboseando un aumento en el escalafón, deglutiendo
las gónadas de sus superiores, osease, bajándose los pantalones
y untándose la vaselina para una penetrada del quince, sin pudor,
sin remordimientos, y cuando vas y le dices que eres un trepa de mierda
te contestan de qué vas tío, que ya te ayudaré ahora
a tí pero me tienes que hacer un poco la rosca, vamos, dorar la
píldora, o sea. Y a mi amigo, al que no le tiembla el pulso mientras
lo cuenta, le manda a tomar por donde amargan los pepinos, que se defeca
en la calavera de sus ancestros (perdón por la insolencia escatológina,
pero me limito a transcribir), y como si de un grito de rabia se tratara
le dice a su colega, el de verdad, el que sorbía pequeños
tientos de cerveza, que su dignidad vale mucho más que todo eso,
que prefiere seguir siendo lo que era para decir muy alto que jamás
ha traicionado sus principios. Con dos cojones y un palo.
Con
bastante frecuencia uno se va dando cuenta de lo insondables que son los
abismos de abyección que las personas esconden tras de sí.
Parece que uno ya está curtido en el trato a semejantes cretinos,
esos que después de darte palmaditas en la chepa te clavan el puñal
en la espalda, así, retorciéndolo comos si quisieran sacarte
los higadillos por la fosa ilíaca. Como si el hundirte no fuera
suficiente. Y cuando dices joder o caramba, dependiendo de tu grado de
educación y estudios, van y se indignan, que si amigo del alma,
que si la abuela fuma. Los muy hijoputas.
El silencio
se adueñó de la terraza cuando terminó su rabiosa
letanía. Una leve brisa del mar me devolvió a la realidad.
Levante suave, dos o tres nudos, calculé a ojo. Buen día
para navegar, o al menos dejar la mente a la deriva. Una morenaza del quince
pasó contorneándose, desprendiendo una suave fragancia a
lulú-uí-semuá, y sus pisadas arrancaron las miradas
de todos los parroquianos, inclusive la de mis dos amigos y vecinos de
mesa. La vida proseguía a pesar de todo. Levanté mi vaso
y dediqué un brindis silencioso a la dignidad que todavía
algunos enarbolan por bandera. Eso sí era tener los huevos bien
puestos. Va por tí, y por todos tus compañeros.