Es
conocido en el mundo entero que me jacto de ser muy amigo de mis amigos.
No sé si dejaré de hacerlo a partir de ahora. Y si no pasen
y vean como me las gasté el día que mi vecino de página,
Javier Marías, el Rey de Redonda, me pidió un insólito
favor. Estaba el arriba firmante en la redacción de El Semanal,
cuando vi acercarse al Rey, un tantico azorado y vacilante, en plan no
he querido saber pero he sabido. Yo, hombre chaval ¿qué haces?,
y él con ese acento oxoniense que tanto me pone, casi susurrando,...
esto, ejem Arturo ¿tú podrías hacer algo por mí?
Esto está hecho Javi, pide lo que quieras, pero coño habla
más alto. Entró al descabello y me preguntó si le
podía acompañar a comprar una peli de vídeo. Sin dejarme
decir nada, me comentó que se trataba de un material especial y
que circulaba clandestinamente; apeló a mis años de reportero
de guerra, que si tu estás más curtido, que si la ley de
la calle, que ya sabes que yo no salgo mucho de Chamberí, que si
es very important for me. Ahí me mató y le dije, yes. Deslizó
en mis manos un papelillo manoseado y sudado con el título de la
peli. Lo leí, ni un pestañeo, tipo duro que es uno, como
un cimarrón oye. Lo miré entre conmovido y cachondo. Además
el hijoputa me tocó la fibra, y con tanta conferencia y tanto premio
me estaba empezando a apoltronar. Manos a la obra, con un par, sí
señor. Fuimos en mi coche. Me comentó con un pelín
de autosuficiencia, que él también tenía sus contactos
y que teníamos que ir al barrio X, a la calle Y, piso Z y que había
que preguntar por una tal Cordelia, y que la contraseña para que
te abrieran la puerta, era recitar un soneto de Shakespeare. No me jodas,
Javier. Tranquilo, Arthur eso déjamelo a mi. Llegamos. Aparqué
como pude. Javier llamó al timbre y empezó a recitar el soneto
de los cojones. Empezaba a arrepentirme. Por bocazas, te jodes. Subimos.
Era en el último piso. Nos abrió la tal Cordelia, una eriza
de muy buen ver, pero de mal fiar, un tantico sibilina. Nos hizó
pasar y que si quereis tomar té y unas pastitas, al gilipollas de
Marías se le iluminó la cara, y le tuve que dar un codazo
en las costillas flotantes. Al grano, que viene la grúa. Ejem, señorita
Cordelia, venimos a por esto... Uy, uy, que malos estos chicos... ¿Ya
sabeis que ése es material del bueno? Sabemos. Nos pidió
ayuda para trasladar unas cajas llenas de vídeos y como somos unos
caballeros, cada uno cogió un par de ellas. Ibamos hacia el recibidor
con las cajas, cuando de repente, de un tremendo patadón se abrió
la puerta y ¡¡Policía, quietos ahí o disparamos¡¡
Cuatro tíos como cuatro armarios. A Javier se le cayeron las cajas
y a mi los cojones. Nos trincaron. La Cordelia pudo escabullirse, pero
a nosotros nos metieron en el furgón. Y los de la porra, que eso
está muy feo a su edad, que mis hijos creen en ustedes, que quien
lo hubiera dicho, a dónde vamos a llegar, etc... Por lo visto, un
tal B. Porcelli había dado el chivatazo, el cabrón. Tuvo
que venir el pobre de D. Julián Marías a pagar la fianza
de los dos, muy filosóficamente él. Cuando pille al cagamandurrias
ese de Marías, le voy a poner mirando para Triana, con la grúa
y la multa. Aunque desde el incidente, no sale de su casa y eso me tiene
muy mosqueado, pues lo mismo pudo hacerse con la peli ésa, finalmente.
Muy sonriente iba el tío. ¿No creerán ustedes que
a estas alturas les voy a decir el título de la peli de Marías?
Que lo diga él, con un par.