Una historia de andar por casa
Era una mercenaria de categoría. De este tipo de erizas a las que a mi me gusta definir. Y hubiera dado la pasta que no tenía por verse impresa en los papeles cuando aquella mañana le contó, al arriba firmante, su historia. De eso hace ya mucho tiempo. Pero visto lo visto y joe que joe a esos perros de los telediarios todo el día dándole a la monserga del "España va bien", hoy, no sé por qué, me vino a la memoria. Y decidí darle el homenaje, me levanté generoso.
Pues eso que decía. Que era una eriza de esas que a los dieciocho compaginan un curro chachi con la Universidad que, quieras que no, viste que no veas. Y más tarde, aún muy joven, tiene una boda de esas que le gustan a mi señora madre y al cura de Astorga y a la madre que los parió. Y a los venticinco, pisando fuerte el acelerador, se encuentran con una familia, un hijo al que apenas ve, la hipoteca del piso, la letra del coche y una propuesta. Cambia tu vocación de toda la vida, la que tú de verdad querías por un trabajo en una empresa de gran expansión, solvente, donde te ayudaremos a aprender lo que no sepas y donde entrarás a las ocho y saldrás a las tres, como Dios manda. Y ella, como una perfecta gilipollas, la más perfecta de todas diría yo, va y se lo cree. La vida aún lo la había vapuleado lo suficiente ni la había paseado por el filo de la navaja.
Bueno pues, al buen rollo del horario añadiremos el contrato de mejora de empleo, el de prácticas, el de la edad -chica, contigo conseguimos subvenciones y es sólo cuestión de tres años y ¡fija!- y, toda la mierda más tremenda que un empresario para el que trabajan casi tres mil desgraciados, sea capaz de inventar. Ella se desloma cada día en su trabajo, lo hace mejor que nadie, incluso mejor que el jefe, ese soplapollas al que, por cierto, nunca le consintió un ascenso vaginal muy a pesar de que con ello, no era una trabajadora de diseño, ni moderna, ni comprensiva ni tenía los pies puestos en el mundo. Ese mundo tan hijo de puta que ella nunca pensó que era real.
Y la vida también empezó a pasar facturas, a cobrar eso de hoy una putadilla, mañana otra y vete a saber las leches que te tiene preparadas. Pero bueno, era de infantería y a pesar de todo, seguía luchando. Hasta tuvo el atrevimiento de volver a ser madre ¡qué osadía!, pasados los treinta y después de que esos cacho cabrones conviertieran los tres añitos de contrato en siete, las cuarenta horas semanales en cincuenta o más, añadieran las guardias de tarde y de festivos y; un día, va y se levanta y dice: -¡lo intento de nuevo y al carajo el trabajo!. Y fué justo lo que ocurrió: todo se fué al carajo.
Ahora, han pasado tres años más de su vida, a la que por cierto, estuvo a punto de mandarla a tomar por saco, previo inmenso centro de flores, eso sí, de su empresa; con una de esas displasias que no son pero que van a ser, que se llevó por delante su útero y la dejó con un miedo por las piernas que lo suple, fumándose un cigarrito cada media hora. Pero estos tres últimos años, también la han enseñado que ahora, que pasó la treintena y está casada, y tiene el libro de familia en regla, todo empresario cabrón que se precie la considera material de derribo, (ya no hay posibles subvenciones ni de los encefalogramas planos de la UE que cobrar), ni tiene el enchufe suficiente para optar a una plaza por oposición a pesar de tener lor cuernos rotos de estudiar. Y mientras, en el Telediario, se suceden las imágenes de Aznar con su cantinela, de Felipe González dando conferencias cobradas de como arreglar el país, de Cuevas pidiendo la disminución de los días de despido por año trabajado y de la Concejala del Área de la Mujer de Canturriano del Monte presentando sus proyectos de igualdad.
Y a cualquier humano sensato le entran ganas de vomitar. Pero la artillera a aprendido de todo esto; a cagarse en todos los muertos más frescos de los trabajos dignos, de la igualdad de la mujer, de las estadísticas del INEM y de los derechos constitucionales.
Mientras...
sigue esperando, o participando en cualquier concurso de locos convocado
en una web de interné. ¡Chachi piruli, qué cojones!.
Merche. Febrero de 2001