Gremio improductivo
Tengo
la suerte de tener amigos en todos los gremios, desde los que se dedican
a actividades políticamente correctas, hasta a aquellos que ejercen
tareas que no aparecen ni en las páginas amarillas. Uno de estos
amigos, que se gana la vida en la digna profesión de la docencia,
me comentaba el otro día, que un alumno suyo le hizo el siguiente
comentario: “mi padre dice que ya sabe por qué no hacéis
nada, porque sois fijos y nadie os puede echar”. Mi amigo no contestó,
no porque le faltaran argumentos, sino porque pensó por un momento
en hacer algo provechoso con el padre del muchacho. La gracia del comentario
del papá no es que encontrase la respuesta al enigma que tenía
planteado, sino el mismo enigma. Una vez recuperado del shock, mi amigo
desistió de hacerle la visita al procreador de aquel proyecto de
político alumno suyo, y pensó que simplemente ese comentario
no era más que el resultado del sentir que la sociedad tenía
de su profesión, lo cual dejó a mi amigo sumido en la más
profunda depresión. País este, en el que la tarea de transmitir
cultura significa no hacer nada. Claro está, que esta idea no ha
surgido por generación espontánea, sino que ha sido alimentada
por aquellos que siempre han considerado que la riqueza cultural de los
habitantes de una nación no genera riqueza económica, ni
influye en el IPC, ni en las grandes cifras macroeconómicas, y por
tanto no es productivo. Lo que no es productivo no es rentable, por lo
que los que se dedican a este gremio improductivo no contribuyen a fortalecer
la economía de un país. Pero yo le digo a mi amigo que no
se deprima, que su tarea es a largo plazo y que los frutos de su actividad
aparecerán más tarde, de forma interna, cuando lees un libro
y recuerdas comentarios y frases que tenías en el olvido, que en
su momento te parecieron un rollo patatero. También le digo que
todos recordamos esos primeros momentos de encuentro con la cultura, y
que fueron ellos, o algunos de ellos, porque tampoco hay que exagerar,
siempre hay algún garbanzo negro, los que nos abrieron esas puertas.
Parece que lo he reconfortado un poco y por ahora no piensa cortarse las
venas. Sin embargo, y eso no se lo he dicho a mi amigo, los herederos de
Maravall, Otansolana y compañía no están muy por la
labor de cambiar esta idea. Así que seguramente el próximo
consejo que le dé a mi amigo sea que se busque una profesión
productiva, tipo alcalde de Marbella.