“La
guerra es una visión del mundo”, analiza Pérez-Reverte |
Sábado, 6 de enero de 2007
Por ANTHONY PALOU
“La guerra es una visión del mundo, analiza Pérez-Reverte. Si tuviera que pensar en una foto, seria la de Henri Huet, War Zone D, junio 1967”.
En
“El pintor de batallas” el escritor español regresa a su pasado de corresponsal
de guerra. Una novela impresionante, de una tremenda gravedad. Encuentro.
Ese día el primer piso del Café de Flore, conocido por su tranquilidad,
parecía, sin embargo, demasiado ruidoso. ¿Por qué? Porque Arturo Pérez-Reverte
estaba afónico. Incluso en el claustro de un monasterio hubiera sido difícil
oírle, de seguir los entresijos de su efervescente pensamiento. El célebre
escritor español había, pues, dejado su voz en el agotador ejercicio de la
promoción de su última y probablemente más grande novela: El pintor de
batallas. Pide una infusión al limón decidido a calmar su garganta en llamas.
Pese a todo, sigue locuaz. Cuántas cosas tiene para contar. Arturo
Pérez-Reverte adora Francia y habla el idioma de Molière
con ese acento ibérico que, normalmente, le hace vibrar las “r”. Hace trece
años que cruza regularmente los Pirineos. Barba de mosquetero bien apurada,
ojos azabaches, es un hombre atento, caluroso, con fervor y entusiasmo
naturales del sur. Desde el primer apretón de manos se tiene esa deliciosa
sensación de haber conocido siempre al famoso autor del Capitán Alatriste, el último tomo del cual acaba de salir en
España. Al dejarlo, un solo deseo: volverle a ver.
Con El pintor de batallas, que él considera como la piedra angular de su obra,
Pérez-Reverte regresa a esos años en los que fue reportero y más tarde
corresponsal de guerra. Veinte años de campo de batalla. Un teatro de
operaciones que él conoce. Palestina, Irak, Las Malvinas, el Líbano, Eritrea,
Bosnia, Chipre… Bolígrafo en mano, cámara en la otra. Regreso al pasado: de
niño, soñaba con ser Tintin. “Sobretodo quería
viajar. Ir a los lugares de los que hablaban los libros, estar en la aventura,
ver chicas. Quería encontrar a mi capitán Haddock.”
Hoy hace el resumen de esos años, cuando cubría, como periodista, la muerte
como trabajo.
Su novela está escrita con una impresionante economía de medios. La escritura
es fría como la guerra. “No hay adjetivos ni puntos de exclamación en el libro,
advierte. Cuento el horror de una manera objetiva. El verdadero horror es frío.
Es así (repica con la falange de su dedo índice sobre la mesa, tac, tac, tac.).
El horror no son heridos aguantándose las tripas entre sus manos. El horror es
un pueblo que has visto lleno de gente, niños corriendo, jugando, y que un día
gris vuelves a ver sin nadie en las calles, ni siquiera un perro, El horror es
cuando te vas y lo único que escuchas es el ruido de cristales rotos bajo tus botas;
es cuando entras en una casa en donde sólo quedan fotos de gente desaparecida.”
Después, ahondando en su reflexión, continúa la conversación: “Matar es el acto
más viejo de la humanidad. Siempre, desde mi experiencia cultural, profesional,
he comprendido que la muerte, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento forman
parte de la vida. Tan normal como los honores, el sexo… La sociedad occidental
y sus intelectuales han hecho una dramatización excesiva de la tragedia. El
hombre de la Antigüedad, o de la Edad Media tenía una relación más real con la
realidad. Sabía que el hombre moría. Hoy en día hemos construido barricadas de
protección virtual para contener la realidad, que es despiadada: es el iceberg
que hunde al Titanic o los aviones que chocan con el
World Trade Center.
Contrariamente al hombre antiguo, el hombre moderno no está preparado para esta
realidad.”
La historia del Pintor de Batallas es excelentemente simple: en una antigua torre situada al borde del Mediterráneo, un ex fotógrafo de guerra, Faulques, pinta un inmenso fresco circular. Hay tanto pintores de batallas como existen pintores de mar. Vive solo, rodeado de sus pinceles. En sus pensamientos se cruza el recuerdo de Olvido Ferrada, una mujer a la que amó, desaparecida durante un reportaje en la ex Yugoslavia, al saltar sobre una mina. Se acuerda también de que la fotografió muerta. ¡Ese inmundo carácter predador del fotógrafo!
Un día, un desconocido se presentó a Faulques:
“- Me llamo Ivo Markovic.
- ¿Por qué quería verme?
- Porque le quiero matar. “
Acaba de sonar el timbre de una puerta cerrada. ¿Por
qué Markovic quiere eliminar a Faulques.
Porque éste último le había hecho una foto –imagen que dio la vuelta al mundo-
en Vukovar. Desde entonces este hombre reclutado en
la milicia croata se convierte, pese al él mismo, en la imagen del “héroe” que
los serbios querían abatir. Torturado durante seis meses y posteriormente
liberado dos años y medio más tarde por un intercambio de prisioneros, Markovic sale en busca de su mujer y de su hijo. Sabrá que
los han violado. Para endurecer aún más el horror, el niño de cinco años fue
colgado en una puerta atravesado por una bayoneta. Además, cortaron los senos
de su mujer y la degollaron. Y todo eso a causa de una foto.
La novela se convierte, entonces, en un agotador cara a cara. Raramente un
libro podrá sumergir tan profundamente al lector en las profundidades del mal.
Entre los dos hombres se juega una especie de diálogo platónico. Diálogo sobre
la muerte, la crueldad, la pintura, el miedo, la imagen, la naturaleza humana y
animal, la vida. Las miradas y los gestos están cargados de sentido. Una ligera
sonrisa fría, una calada a un cigarrillo, los labios en el borde de un vaso de
coñac dicen, a veces, bastante más que un largo discurso. Cuando la noche cae
lentamente sobre estos dos hombres, cuando la luna ilumina con su palidez esa
extraña confrontación, cuando un faro barre el cielo en la lejanía y su haz
ilumina intermitentemente los dos personajes, Arturo Pérez-Reverte está en la
cima de su arte bruto. El Pintor de batallas es, sobretodo, una novela sobre el
pasado que, como una espina atravesada en la garganta, no pasa, una suntuosa
reflexión sobre la manipulación de la información y sobre la superioridad de la
pintura ante la fotografía, siempre manipulable.
Solamente los pintores antiguos no mienten.
“Este libro ha salido de una mirada Está Goya, por supuesto, pero Goya no es
más que un símbolo. Es Goya, es Homero, es Dante, es toda la cultura europea…
Nosotros los europeos tenemos siglos y siglos
de experiencia documentada desde Homero hasta ahora. El problema es que no
utilizamos esta experiencia. No queremos mirarla. Goya, es la lucidez, la
realidad, no es la pintura decorativa de un general que quería inventar estas
batallas, no es una foto de guerra manipulada, hoy en día la pintura está
contaminada por la manipulación. Hay que desconfiar del arte moderno. Un pintor
hoy en día, no pinta el cuadro por el cuadro, sino por un catálogo eventual o
un programa de televisión…”
Cuando se le habla del Guernica de Picasso, Pérez-Reverte no es políticamente correcto: “Me
encanta el Guernica de Picasso
como obra maestra de la pintura, pero no me puede gustar como reflejo de una
realidad de la guerra o el horror. El Guernica de Picasso, no se hizo para mostrar el horror, no se pintó
para mostrar la actitud del artista frente al horror. Hay una falta de
sinceridad en el cuadro. Picasso sabía que fue
admirado cuando lo pintó… Goya era un viejo gruñón que sabía que el mundo es un
territorio hostil, difícil y duro. Picasso era un
niño mimado por el mundo. Hizo el Guernica como pudo
haber hecho cualquier otra cosa. Goya pintaba con las tripas, el corazón, la
memoria; Picasso pintaba para la Historia.”
Faulques, el personaje de la novela, ha comprendido
que el horror no se puede mostrar con los intrumentos
de hoy en día, ya que estos instrumentos están contaminados por el mundo
actual. Solamente las pinturas de otros tiempos, piensa él, no mentían,
“¡Atención! Precisa Pérez-Reverte, en esa época, las pinturas también mentían.
Un pintor religioso del siglo XVII, por ejemplo, pintaba su cuadro según las
reglas de la época y según los deseos de quiénes le pagasen, pero en el fondo
del cuadro siempre se podía descubrir la verdad del pintor.
El escritor es muy consciente que con esta novela –en la que se valorará
largamente la conmoción- se muestra más al descubierto que en sus otros libros.
Era necesario que ahora escribiera: “Si no se escribe una novela en el momento
justo, se pierde. Esto era para mi una manera de ordenar los armarios.” De
vaciar su memoria.
Entonces Ivo Markovic
matará a Faulques? En cualquier caso el croata
pensaba matar a un hombre vivo pero el pintor en su torre no es más que, en el
fondo de su conciencia, una habitación oscura, un moribundo.
(traducción
cortesía de Mar de … dudas “hecha por Alba, una joven estudiante de segundo
curso de francés y futura traductora e intérprete” ;-) para el foro Icorso.)