En “El pintor de batallas” están
muchas claves que explican mis libros anteriores |
Sábado, 21 de enero de 2006
El escritor y académico Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ha terminado su nueva novela. Se titula El pintor de batallas, aparecerá en marzo en Alfaguara con una tirada inicial de 250.000 ejemplares y ahora el escritor está revisando galeradas, dando los últimos retoques, firmando sentencia sobre la versión que será ya la definitiva. Se trata de una de sus obras más rotundas -tiene 300 páginas-: una pieza destilada que evita cualquier artificio redundante y que va directamente al grano. Estrictamente no pasa gran cosa, lo reconoce el propio escritor, y el peso entero lo sostienen dos personajes ("y medio", dice Pérez-Reverte, refiriéndose a una mujer que está ahí, pero que no participa en la acción, si es que se puede hablar en estos términos) en un texto donde los diálogos son esenciales. No hay mucho movimiento, todo se desarrolla en un espacio prácticamente clausurado. Es una novela que habla del orden y del caos, de la piedad y del horror, de la responsabilidad de cuantos viven de cerca la brutalidad de la realidad, ahí donde las categorías de bien y mal quedan en suspenso, desbordadas por la lógica cruel que gobierna los hechos del mundo.
José Andrés Rojo
Pregunta. Es un libro un tanto diferente en su trayectoria. ¿Cómo surge y cómo lo aborda?
Respuesta. Era una novela que tenía que escribir. Se la debía a mis lectores y me la debía, sobre todo, a mí mismo. Puede interpretarse como un tablero de ajedrez, como la revelación de las claves que explican mis otras novelas. Aquí muchos personajes y tramas anteriores encuentran su porqué.
P. ¿Cómo ha trabajado con esta novela, qué es lo primero que surge, qué elemento resulta esencial?
R. Una novela podría ser como esta misma habitación, que está llena de objetos. Puedes acercarte a ella a través de cualquiera de las piezas que la llenan. Cuanto más conoces cada objeto, mejor darás cuenta de lo que hay. Hay novelas que surgen de un personaje, otras de la estructura, otras de la historia, hay muchos caminos. Ahora tengo 54 años y una biografía detrás, que te impone unas obligaciones. Hay que correr riesgos. Más aún cuando llevas 15 años escribiendo ficción, y sabes que no eliges tú, que son las novelas las que te eligen.
P. Pocos personajes, mucho diálogo, y la guerra como telón de fondo.
R. No es una novela autobiográfica, no es una novela de periodistas, no es una novela de guerra. Lo que yo quería contar es la desolación que produce la certeza de descubrir el caos del universo. Lo que ocurre cuando se constata que la naturaleza no tiene sentimientos, y que gobierna el horror. Los hombres antiguos estaban preparados para semejante desorden, pero el hombre moderno ha preferido ignorarlo. Y llega un tsunami y lo arrasa todo. Y se toma como una novedad cuando ha ocurrido siempre.
P. Aun así, la guerra impregna toda la novela...
R. Pero eso ocurre únicamente por un detalle biográfico. Conozco las guerras, las he vivido muchos años, pero el eje, lo esencial de la novela, es otra cosa. Para contarlo sirve la guerra, es verdad, pero también podría haberse narrado a través de un médico de urgencias o de un policía de barrio.
P. La anécdota es, pues, secundaria...
R. Hay tres ejes que arman el libro y que se proyectan en los tres personajes principales. El arte, la ciencia, la guerra: el pintor, la mujer que ama, el visitante que llega de manera sorpresiva. Pero las cosas no son tan simples, todas las cuestiones terminan por mezclarse. Lo escribí en una antigua novela, La tabla de Flandes, donde decía que el tablero donde se juegan las cosas es gris, nunca blanco y negro.
P. Arte, ciencia y guerra, pero al final lo que está en juego es cómo convivir con el desorden.
R. Si cuanto pasa es totalmente casual la existencia resulta insoportable y sin ninguna salida. Cuando se desencadena el horror, caben distintas respuestas. Una es estremecerse, y desentenderse de cuanto pasa. Otra es negar lo que ocurre, y lavarse las manos. Pero también se puede asumir que las cosas son así y aprender a vivir sabiendo cuáles son las reglas de juego. Frente al horror, se puede pensar que existe un orden secreto que desencadena las cosas. Lo ha hecho la ciencia, que ha encontrado que el caos obedece a un cierto orden. Es quizá una postura más optimista que entender que todo se rige exclusivamente por el azar: consuela saber que hay un orden que gobierna el mundo.
P. La mujer dice que sólo hay dos maneras de comprender el mundo: la lógica y la guerra.
R. La guerra es la manifestación más evidente de la irrupción de esa crueldad innata que forma parte de todos los hombres (y de la naturaleza). Y aunque hablemos de una ficción, y no pueda hacerme cargo de lo que dicen en la novela los personajes, sí estoy de acuerdo con esa observación. La guerra de la que trato no procede de una elaboración teórica. Si me sirvo de sus horrores es porque los conozco de manera real y directa.
P. La novela plantea, sin resolverlos, muchos problemas existenciales, morales. Como el de la responsabilidad. ¿Cómo podemos responder de actos y situaciones que nos superan?
R. Cualquier novela que tenga una cierta ambición tiene que ser ambigua. El escritor tiene que dejar muchos cabos sueltos para que el lector los amarre cuando lea el libro. La responsabilidad debe entenderse siempre en ese contexto donde mandan las reglas de juego que están detrás del desorden del mundo. ¿Hasta qué punto es responsable el que roba, viola y mata en una guerra? ¿Cuánto hay en lo que hace de ciega respuesta a una vorágine que lo arrastra? ¿Y quiénes somos nosotros para juzgar la situación?
P. Los tres personajes fundamentales del libro conocen la guerra de primera mano.
R. Creo que es muy importante estar cerca de lo que ocurre para poder contarlo. Sobre todo porque cuanto más te acercas al objeto, más confuso se vuelve el foco de la lente. Todo es más complejo ahí cuando se ve de cerca.
P. En la novela, el fotógrafo abandona su cámara y se convierte en un pintor de batallas. Sólo así, a través del arte, puede comprender y expresar lo que ocurre.
R. La fotografía sustituyó en su día a la pintura para dar cuenta de la realidad. Pero la sociedad actual lo machaca todo, y las fotos ya no sirven para contar el mundo. Desde que una imagen de guerra ilustra una campaña publicitaria, su eficacia está gravemente cuestionada. Habla ya de un mundo que no es real, que es virtual. El pintor de batallas cree que solamente el arte puede dar respuesta a esas cuestiones que no se pueden responder. Vuelve a los viejos métodos, a los maestros antiguos.
P. Quienes observan su trabajo dicen que en su cuadro se mezcla lo viejo con lo moderno...
R. El pintor quiere atrapar la esencia de la guerra, de Troya a las Torres Gemelas. Y si hay un regreso a los maestros antiguos es porque ellos sabían que habitamos un mundo hostil, no se hacen ilusiones. Volvamos a las tragedias griegas, a Homero, a Cervantes. Ellos transmiten esa verdad terrible: que la naturaleza es fría, que no hay compasión, que reina el desorden. Basta ver cómo los dioses utilizan a los humanos como piezas que sucumben a un destino que ellos mismos traman. El mundo moderno nos protege de esa verdad, y nos hace frágiles frente al caos de la vida.
P. ¿Qué sentido tienen los valores de cuantos presumen de buena conciencia ante esa realidad que no se ciñe a categorías simples?
R. Es incomprensible que haya gente que pueda dormir tranquila después de decir unos cuantos lugares comunes. Hay que asumir, con estoicismo y lucidez, nuestra naturaleza, y nuestra naturaleza es cruel. Es así, y eso no es bueno ni malo. El mal no es ajeno a nosotros, somos nosotros.
P. Los dos protagonistas comentan que esa crueldad del mundo es aún mayor cuando tiene que ver con los hombres, porque son más inteligentes.
R. El talento de un hombre brillante al servicio del mal puede ser terrible. Aquello de que la maldad es torpe, y no lo es la bondad, no tiene ningún sentido.