Alatriste vuelve al barro de la trinchera”

 

La serie de Arturo Pérez-Reverte regresa seis años después con su séptima entrega, 'El puente de los asesinos', una aventura de intrigas políticas en la Venecia del siglo XVII

 

Una saga millonaria

 

GUILLERMO ALTARES Madrid 8 SEP 2011

 

Dos frases pueden resumir el espíritu de ese soldado de infantería viejo, descreído y cansado llamado Diego Alatriste, que contempla el Siglo de Oro desde el barro de las trincheras y las traiciones. "Cuando a un soldado le dan de beber, o está jodido o le van a joder" y "Viví como pude, lo que mi tiempo quiso que viviera; y ningún camino es malo, excepto el que te lleva a la horca". Las dos aparecen en El puente de los asesinos, séptimo volumen de una serie que ha vendido tres millones de libros solo en español.

 

El último Alatriste, Corsarios de Levante, se publicó en 2006 y desde entonces Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se ha dedicado a otros menesteres, como sacar adelante dos novelas complejas, Un día de cólera y El asedio. Sin embargo, este otoño el capitán y su leal compañero, Íñigo Balboa, regresarán a las librerías el 27 de octubre de la mano de Alfaguara con una aventura teñida de intrigas políticas que transcurre en su mayor parte en la peligrosa Venecia del siglo XVII.

 

"Alatriste es un territorio en el que una serie de lectores nos encontramos, nos reconocemos y nos reunimos. Allí voy como lector más que como autor", explica Pérez-Reverte. La conversación tiene lugar en el Barrio de las Letras de Madrid, un espacio muy alatristiano, en el que convivieron Quevedo, Góngora, Lope de Vega y Cervantes. El autor espera leyendo un ensayo sobre Tintín, un personaje que le convirtió en periodista y, seguramente, luego en narrador. "Soy un escritor de línea clara", explica para definir un estilo preciso que, sin entorpecer la narración, se detiene a menudo en unas descripciones en las que cada detalle tiene su importancia.

 

La serie sobre Alatriste nació hace ahora 15 años y el primer sorprendido por el éxito fulminante que alcanzó desde el primer volumen fue su propio autor, que pensaba que sus ya entonces millones de fieles lectores no le iban a seguir en ese lance. "La serie empieza como un divertimento personal, como un homenaje a la literatura del Siglo de Oro combinada con los libros de capa y espada", señala el escritor, y añade: "Era también un intento de explicar a la generación de mi hija una época que había desaparecido de la literatura española, los siglos XVI y XVII, una etapa que tanto nos ha marcado para lo bueno pero sobre todo para lo malo".

 

Con los años, seguramente por la mirada cada vez más adulta, y por lo tanto acerada, del narrador Íñigo Balboa, la serie se ha ido haciendo más cínica y también más contemporánea. La historia de un país que se creía el centro del mundo sin ser consciente del desastre que acechaba a la vuelta de la esquina no parece tan lejana. "En realidad, hablo de la España de ahora, somos lo que somos por aquellos siglos de hipocresía, de religión omnipresente, de Iglesia, de confesor junto a la oreja del rey diciendo a quién había que quemar y a quién no, de guerras absurdas, en las que derrochamos todo el oro de América", señala el novelista. "Perdimos el tren de la modernidad por esa España que nos asfixió. Siempre he dicho que en Trento nos equivocamos de dios. Mientras que los países con futuro apostaban por un dios moderno, comerciante, luterano, un dios abierto que permitía leer libros y progresar, nosotros apostamos por un dios oscuro, tétrico, de sacristía, gruñón y malhumorado que nos dejó en la ruina en la que todavía estamos. Ha habido cretinos, que no han leído los libros, que dicen que Alatriste es un canto a la España imperial. Es mentira. Creo que se han escrito pocas cosas tan descarnadas sobre España como Alatriste".

 

Uno de los puntos de contacto de esta serie con el resto de la literatura de Pérez-Reverte es la pasión por la documentación, el estudio profundo de un universo que luego será convertido en literatura. "Una novela es un pretexto estupendo para leer", interrumpe.

 

"Quise con Alatriste retratar España de distintas maneras. En El oro del rey explicaba la economía; en El sol de Breda, la guerra; en Corsarios de Levante, el Mediterráneo; en Limpieza de sangre, la religión y la Inquisición y en este he querido explicar la política veneciana, que fue muy importante para España". Seguramente sea una herencia de su pasión por el cine clásico de Hollywood -y por el cine en general-, pero hay dos elementos que recorren toda la serie: unos secundarios cuidados y reales, llenos de vida, y un malo, el peligroso palermitano Gualterio Malatesta, que está a la altura de su oponente. Umberto Eco decía que los superhéroes lo son siempre que tengan un enemigo tan grande como ellos. Y la norma se cumple en Alatriste. "Todo héroe necesita un oponente. Alatriste es un héroe muy ambiguo: ha torturado, le ha cortado la cara a una mujer, ha matado, no es un personaje nada recomendable. Ha caído en ese lado de la historia, como podía haber caído en otro. Esos son los héroes de verdad, yo he conocido a muchos alatristes, que podían haber sido una cosa u otra. Es esencial dotarlo de viejos enemigos con los que, al final, pueda tener una complicidad mayor que con los amigos. A un personaje lo definen también sus enemigos. Todo aquel que camina por la vida, que se arriesga, que se moja, que pelea, que ama, crea enemigos, deja cadáveres en la cuneta. Vivir significa elegir y tomar partido y cuando tomas partido estás en un bando. Siempre he desconfiado de los que dicen no tener enemigos: o mienten o son idiotas".

 

Como no podía ser de otra forma en una serie que relata las aventuras de un viejo soldado, la guerra es un elemento importante en Alatriste y también en las últimas novelas de Pérez-Reverte, que durante una parte de su vida se dedicó a recorrer como reportero frentes de batalla en medio mundo. El autor ha visto los suficientes combates, y ha leído lo bastante sobre ellos, como para saber que pueden cambiar las armas y los lugares, pero que los soldados y la muerte son siempre los mismos. "La guerra es como el alcohol: saca lo que tienes dentro", asegura. "No hay diferencias en cómo se siente el sujeto.Da igual que tengas un lanzagranadas o una espada, la sensación de tensión, de miedo, de soledad no cambia. Mi ventaja es que, al haber vivido un tiempo en esos lugares, puedo prestar a mis personajes impresiones reales... Hay novelistas que escriben desde la imaginación, muy respetables, y otros que escribimos desde el recuerdo".