“Alatriste me reconcilia con España” |
El escritor cartagenero publica El puente
de los asesinos, séptima entrega de su popular saga, con su héroe atrapado en
el laberinto de canales de Venecia
Alberto OJEDA | Publicado el 26/10/2011
El capitán Alatriste
se va haciendo mayor. A Arturo Pérez-Reverte, que le dio vida con su pluma, su
ingenio y su experiencia en mil guerras, le pasa lo mismo. El uno y el otro
comparten “una amistad” que ya tiene quince años. En 1996 salió la primera
entrega de la saga de su popular héroe y este miércoles llega a las librerías
la séptima, El puente de los asesinos (Alfaguara). Entretanto, son ya cuatro
millones de ejemplares los que ha vendido entre España e Hispanoamérica. Un
auténtico milagro de la literatura en español. Los dos se conocen ya casi de
memoria, son capaces de leerse el pensamiento sin que concurran las palabras,
como dos viejos camaradas que se sientan a la par de una chimenea para
compartir una botella de vino.
Pérez-Reverte
explica esa simbiosis: “Empecé a escribir Alatriste
con 45. Ahora tengo casi 60. Evidentemente, he cambiado. Ahora soy más
reflexivo, más descreído, todavía más. Yo le presto ahora mi mirada cansada. Y
el capitán es cada vez más oscuro, más sabio y más desesperadamente lúcido”.
Tan lúcido que cuando un alto jerarca de la diplomacia española le cita en
Nápoles y le ofrece una copa de vino, Alatriste
rápidamente activa todas sus alarmas: “Cuando a un soldado le dan de beber, o
está jodido o le van a joder”. Y no falla en sus recelos: ahora le toca
asesinar al dogo de Venecia, en la basílica de San Marcos, en plena misa del
gallo. Una auténtica encerrona.
Ahí arranca la
trama de El puente de los asesinos, que coloca al veterano militar en mitad de
un laberinto de canales del que le va a resultar muy complicado escapar.
“Alatriste me reconcilia con España”, advierte su autor.
“Hay días que me levanto y pienso que este país merece que le llueva napalm. Y luego, cuando bajo al bar
de la esquina, pides un café, pones la oreja y empiezas a escuchar a los alatristes que hay a tu alrededor:
el que acaba de venir de su Flandes que es su oficina, el que acaba de venir de
su guerra con el turco que es el matrimonio, el jefe, el político... Te das
cuenta de que esa gente, gobernada por personas honradas y cultas, haría cosas
estupendas, de hecho cuando tiene oportunidad las hace. Eso me devuelve la fe
en la gente y hace que me reconcilie con mi país”. Un país que según
Pérez-Reverte quedó truncado en ese siglo XVII que tan exhaustivamente está
reconstruyendo. “De ahí vienen muchos de los problemas de hoy. Esta España no
se comprende sin aquélla. Allí fracasó una España cuyos
despojos todavía padecemos. Somos lo que somos porque no fuimos lo que pudimos
ser cuando pudimos serlo”. Valga el juego de palabras.
Confiesa
Pérez-Reverte que cuando está arremangado con sus alatristes
muy frecuentemente le da la sensación de que escribe sobre la actualidad. Y la
crisis tampoco le es ajena. No hemos aprovechado ahora la época de bonanza para
apuntalar un país más sólido. Igual que entonces. Igual que siempre: “Nuestra
historia es una sucesión de oportunidades perdidas, de intentos loables y
grandiosos que se quedaban en charlotadas circenses”. “Durante el imperio
malgastamos el oro y la plata de América, no quedó nada. Lo gastamos en
guerras, en fiestas y en hogueras de la inquisición. En estos últimos años
tuvimos construcción, ladrillo, dinero... ¿Y qué? Lo hemos tirado todo en el Audi, el viaje a Cancún, en política... Cada vez que pasa
el oro por nuestras manos lo tiramos, por vanidad, por puro derroche, por
irresponsabilidad”, remacha.
Ahí está sin
duda una de las claves del éxito de esta serie de aventuras de capa y espada:
en esa conexión entre pasado y presente, que cada vez se va haciendo más
nítida. Aunque, eso sí, señala Pérez-Reverte, “Alatriste
no tendría ninguna oportunidad en
En ese tiempo,
el siglo de Oro en las letras, y de plomo en la política, fueron vecinos de
Madrid, en cuatro o cinco calles aledañas, Quevedo, Lope de Vega, Cervantes,
Calderón de