“El
puente de los asesinos. Las aventuras del capitán Alatriste,
VII” |
Arturo
Pérez-Reverte
Alfaguara. 365
pp., 19'50 e.
Santos SANZ VILLANUEVA | Publicado el
04/11/2011
15 años han pasado por Alatriste
desde su aparición. Llega la serie a esta fecha igual de fresca e interesante,
pero mejorada.
Con tanta popularidad a las espaldas, sería
ofensivo dar noticia informativa sobre el capitán Alatriste.
Al igual que en las entregas precedentes de las andanzas de la feliz criatura
literaria alumbrada por Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), en la nueva se
ve también complicado en una enrevesada situación político militar que en esta
ocasión tiene escenario principal en Venecia. La historia se sujeta a un núcleo
central muy estricto, del que nada más se desvía en contadas ocasiones por
aquello de seguir el antiguo principio de la variedad: alguna evocación del
pasado o el apunte sobre la muerte del “héroe” en 1643, en Rocroi,
ocaso del imperio español.
Ahora estamos en
1627 y la acción se concentra en unas pocas fechas alrededor de sus navidades,
salvo un corto tiempo anterior que refiere cómo y por qué desembarca el soldado
de fortuna en la ciudad ducal. El eje anecdótico puede resumirse en escasas
palabras: la monarquía española ha tramado una arriesgada conspiración para
asesinar al dogo veneciano, en exceso proclive a un papado y
una Francia hostiles, y sustituirlo por otro más propicio a sus
intereses. En la conjura, Alatriste desempeña un
papel importante. Aunque el suceso tenga vago soporte real, según aclara una
nota, el autor corre en esta ocasión el riesgo de afrontar un hecho hipotético
dentro de una ideación respetuosa con el verismo histórico. Sale bien librado
del reto gracias a su malicia literaria, de modo que el suceso encaja sin reservas
dentro de lo que históricamente pudo ocurrir, y, aunque tensa la situación
hasta un punto complicado de desanudar, resuelve el lance con destreza de
manera que Alatriste queda disponible para un próximo
cometido. Eso sí, con otra herida más del alma, que es, de lo que viene
hablando Pérez- Reverte en su serie, solo en apariencia inocente.
El ambiente
cálido, un entorno familiar donde uno se mueve entre conocidos de muy vario
pelaje y condición, propio de las sagas narrativas de la literatura popular se
conserva en El puente de los suspiros. Apenas empezada la novela reencontramos
a amigos y adversarios del espadachín: Quevedo, las gentes que han compartido
con él pasadas peripecias (Sebastián Copons o el moro
Gurriato), el sicario Malatesta y, por supuesto, el
joven Íñigo de Balboa. También se confirman los
rasgos y recursos previsibles en un relato de aventuras, adobado ahora con
productivas dosis de misterio: sorpresas, duelos o amoríos. Todo ello bajo la
desiderata de cultivar sin prejuicios, el antiquísimo gusto por contar y
buscando sin inhibiciones la lectura placentera y entretenida, criterio
irrenunciable de la poética de Pérez-Reverte.
Estos
principios, de sobra sabidos en el género del folletín que acoge el ciclo de Alatriste, no se siguen, sin embargo, de forma mimética ni
mostrenca y a cada poco se nos sorprende con grandes aciertos constructivos o
de contenido: aquí un matiz en la caracterización psicológica básica de los
personajes que les proporciona hondura, allí la plasticidad de una descripción,
en otro momento la fortuna de convertir el decorado de una brumosa y gélida
Venecia en alegoría del engaño, o, en fin, en cierto lugar el diálogo sincero y
hondo, revelador de muy callados secretos del corazón, de los dos enemigos
jurados, Alatristre y Malatesta,
un pasaje estupendo, en la cima de las mejo- res páginas de Pérez-Reverte.
Íñigo cuenta las peripecias desde una primera persona que
desborda su limitada perspectiva, la inexcusable del testigo, y actúa como el
narrador omnisciente que dice también lo que no sabe o le es inaccesible, como
los pensamientos íntimos del personaje. Ya he expuesto este reparo, que
Pérez-Reverte no admite, respecto de entregas anteriores y en ésta ejecuta el
procedimiento con tanta intensidad que produce efectos negativos. El arrastre
del argumento arrincona, sin embargo, esta discutible decisión técnica y sobre
ella se impone la abarcadora voz que habla desde una rememorativa ancianidad,
lo cual permite al narrador proyectar un sentido cabal y amplio a las aventuras
de su padrino. Al retablo temático construido con las anécdotas de los
diferentes títulos, El puente... viene a sumar la experiencia moral del engaño
y la indefensión del individuo frente a poderes ominosos. Por ello, ahora el
esquema literario está más cerca del relato de misterio actual que del folletín
decimonónico. Con mano maestra Pérez-Reverte nos acerca a una reflexión sobre
la realidad más próxima a Le Carré que a Dumas.
Quince años han pasado por Alatriste desde su aparición. Llega la serie a esta fecha igual de fresca, interesante y entretenida que en su nacimiento. Y además, mejorada. Menos retórica, menos efectista. Más exacta y contenida en la lengua, más precisa en el mecanismo de su composición. Un poso de equilibrio y mesura clásicos acompañan a la seducción de la aventura en la séptima salida del reconcentrado espadachín.