“He visto en paredes obras de más valor que las de
algunas galerías” |
Miércoles,
27 de Noviembre de 2013
Pérez-Reverte se
adentra en el mundo de los grafiteros en su nueva
novela, El francotirador paciente
CÉSAR COCA
Un
grafitero famoso pero que vive oculto, una experta en
arte contemporáneo que lo busca para hacerle una propuesta irresistible y unos
sicarios de medio pelo que siguen a ambos. Con estos mimbres ha tejido Arturo
Pérez-Reverte El francotirador paciente, su última novela, que es una
exploración en un mundo complejo, con sus propios códigos y que da al autor la
ocasión de reflexionar sobre la comercialización del arte de hoy y la dureza de
la vida de muchos grupos sociales.
"Yo sabía
muy poco del mundo de los grafiteros antes de ponerme
con esta novela", ha explicado el autor en una entrevista a elcorreo.com.
Después de documentarse y ver cuanto circula en internet,
se puso en contacto con algunos grupos. "Mi experiencia de reportero que
ha negociado con un francotirador para que me deje filmarlo me sirvió para
esto", comenta divertido. No solo eso. En varias ocasiones acompañó a
algunos grupos en noches de pintura y carreras entre las vías, una vivencia que
le ha permitido narrar con gran verosimilitud algunas escenas de la novela.
"No apruebo
lo que hacen, pero hablar con ellos ha hecho que los comprenda", dice. Y
le ha puesto en contacto con sus héroes, como el célebre Lose, que tiene el
récord inverosímil de haber pintado 503 coches del metro de Madrid. "No se
consideran artistas. Ni siquiera los que luego han evolucionado hacia un mundo
más mercantil lo hacen. Pero yo he visto en paredes obras de más valor que en
galerías que había dos manzanas más allá". Seguramente por eso, el novelista
no se corta a la hora de asegurar, en la entrevista tanto como en su libro, que
en el arte contemporáneo abundan los galeristas farsantes y los críticos
venales que han situado en lo más alto del mercado obras que ni de lejos tienen
el valor que se paga por ellas.
Hay entre los grafiteros personajes de todo tipo: buenos y malos,
respetuosos con los monumentos y verdaderos terroristas del espray,
héroes cansados y perdedores sin remedio. "Todo novelista coherente está
escribiendo el mismo libro. Yo quería llevar mi mundo y mis obsesiones a otro
escenario y es lo que he hecho en esta novela", sostiene. Y ahí están, en
una historia de misterio, las derrotas y los sueños frustrados, la ética de
quienes se enfrentan a la hipocresía del sistema con un bote de pintura como
arma y el grito sin más función que dar un sentido a la vida de tantos
escritores, como ellos se llaman.
"He
encontrado a chicos casi analfabetos que dicen que lo hacen solo porque se
sienten bien, porque notan la adrenalina, por el orgullo que supone que sus
colegas vean cómo rula (circula) ese metro que han pintado". Ahora los
entiende, pero Pérez-Reverte reitera que no los justifica ni los juzga.
"Me pasa como con el pirata somalí que aborda un pesquero. Me parece muy
mal, pero entiendo por qué lo hace. En todo hay un móvil, reprobable o
admirable, pero lo hay".