Aquí lo que baja es el valor
          
          
                   
(Articulo publicado en "El Semanal". 17 Octubre 
 de 2004) 
          
          
               
   
    
      
         
     
         
  En este artículo Arturo Pérez-Reverte
 revive en exclusiva para "El Semanal" uno de los momentos previos a la famosa
 batalla de Trafalgar. 
  
  
  El almirante Villenueve busca un pretexto para no hacerse a la mar y permanecer
 en Cádiz a resguardo de los ingleses. El punto era que, bajo el camelo
 de consultar, pretendía echar la culpa a los españoles, más
 conscientes que nadie de la debilidad de sus tripulaciones y el mal estado
 de muchos navíos. Saltaba a la vista que la intención del
gabacho  era decirle al emperador que se plegaba al consejo español
de quedarse  en casita. Esos sucios españoles ya se sabe, Sire, etcétera.
 Todo el día oliendo a ajo, con sus barcos de mierda y sus oficiales
 rezando el rosario. Qué le voy a contar, majestad imperial. lo que
 sufro teniéndolos bajo mi mando. Snif. Pero lo cierto es que salir
 en busca de los ingleses era poco aconsejable, según se planteó
 de común acuerdo al final del consejo: venía mal tiempo y
era  mejor seguir allí, de momento, obligando a los ingleses a un
bloqueo  que desgastaría sus fuerzas. Al cabo ése fue el informe
enviado  por Villeneuvo a París. Pero en el consejo las cosas no transcurrieron
 tan plácidamente como el informe hacía creer. Los franceses,
 pese a que ellos mismos tenían graves deficiencias en sus barcos
y  tripulaciones, diezmadas por la reciente revolución y por el desastre
 de Abukir, empezaron la charla muy sobrados, o-la-lá, confundiendo
 la prudencia realista de los españoles con pura y simple caguetilla.
 Gravina, el almirante español estuvo callado al principio, dejando
 al mayor general Escaño poner las cosas en su sitio: barcos escasos
 de tripulación dijo, insuficiente armamento, el Santa Ana, el San
Justo y el Rayo con la iteuve mal hecha, la marinería reclutada a
hostias, inexperta en la maniobra y el manejo de los cañones, y así.
 Hasta ustedes mismos, les dijo a los gabachos, han tenido que completar
tripulaciones  con soldados de sus regimientos de infantería. Mientras
que los ingleses,  fogueadísimos, llevan en la mar desde que Wellington
era cabo. Además  el barómetro baja, añadió Escaño,
y se avecina  mal tiempo. En ese punto, el almirante franchute Magan (un
chulo de aquí  te espero) dijo:
  
  -Aquí lo que baja es el valor.
  
  Y puso cara de fumarse un puro. Entonces Dionisio Alcalá Galiana,
 comandante del Bahama, hombre por lo general finísimo y mesurado
(con  una biografía impresionante: cartógrafo, científico,
 explorador y excelente marino), dio un puñetazo en la mesa y lo invitó
 a salir afuera para repetir eso mismo con una espada en la mano, a ver si
 lo que bajaba era el valor de los españoles o el nivel de ingresos
 en el barrio chino de Marsella de la madre del señor almirante Magon.
  
      -¿Ha usted comprí o no ha usted comprí?
      -¡NomdedieuL.. ¿,Quesquildit cetespagnoll?
      -Digo que a su señora madre se la tiran pagando.
      -¡Mais vuayons!... ¡Cest inaudit ni jamais
 escrit!
      -Perdona, chaval, pero no hablo catalán. ¿Du
 yu spikin spanish?
  
  Al fin se puso paz a duras penas. pero luego fue Villeneuve quien volvió
 a la carga, viendo el cielo abierto, diciendo que bueno, que si los españoles
 no querían salir, que no se salía. Pas de probleme, mes amis.
 O sea. Dacord. Y ahí fue el educadísimo y diplomatiquísimo
 almirante Gravina, que también empezaba a mosquearse, quien se vio
 obligado a precisar que los españoles estaban dispuestos a salir
si  se les mandaba que salieran. ¿Comprí, mesanfants? Nus sortons
 silfó y si no fó también sortons (corno era tan finolis,
 Gravina sí que hablaba un francés de puta madre). Y recordó
 al señor almirante Villeneuve que, en vez de marear tanto la perdiz
 (mareer la perdrix), más le valía tener en cuenta que siempre
 que se operó con escuadras combinadas (combinés), los navíos
 españoles fueron los primeros en entrar en fuego y bailar con la
más  fea (danser avec la plus espantase); corno en Finisterre, y no
es por señalar  (pur signaler), donde los navíos franceses
de ustedes, tan intrépidos,  desampararon al Firme y al San Rafael
y se quedaron rascándose los  huevos (se touchant les oeufs) mientras
después de batirse los nuestros  corno leones (su propio emperador
lo dijo), se los llevaban apresados los  ingleses por el morro. ¿Nespá?..
Dicho lo cual. como los franchute  s aún se miraran unos a otros con
ojitos de guasa, corno diciendo a nosotros nos la van a dar con fromage estos
pririgadillos, Gravina se olvidó  de la diplomacia, de las recomendaciones
de Godoy y de sus bailes con la reina, se puso en pie y dijo: pues vale,
colegas. Hasta aquí hemos llegado. Jusqua icí exacteman oujurdui.
Para cojones, los míos.
  
  -A la mar ahora mismo, todos. Y maricón el último.
  
  y los otros españoles se levantaron con él. diciendo eso, 
qué hostias, a la mar todo Cristo y que salga el sol por Antequera, 
Cagüentodo ya. Tras lo cual Villeneuve recogió velas y dijo pardón, 
mesiés, tampoco es para ponerse así, jamais de la vie, no es 
cosa de salir de cualquier manera, veamos. Voyons, mes camarades, Serenité, 
egalité y fraternité, Votemos. Y votaron, claro. Magón 
votó por levar anclas. El resto, los españoles, Villeneuve y
también sus tigres gabachos de los siete mares que se comían 
a los ingleses sin pelar, votaron por no salir, de momento. Y ahí quedó
la cosa. Lo que pasa es que, a los pocos días, Villeneuve se enteró
de que Napoleón, que estaba de él hasta la punta del nabo,
mandaba al almirante Rosily para relevarlo y con la orden de que volviera
a París, donde los periódicos lo estaban poniendo también
a caer de un burro. O sea: que se quite de en medio ese subnormal y se presente
aquí cagando leches; que uno de estos días tengo que irme a
machacar un poco a los austriacos y ganar la batalla de Austerlitz o alguna
de ésas, pero antes le vaya arreglar el pelo. Entonces a Villeneuve
le entró el pánico, claro, porque el Petit Cabrón, a
las malas, era peor que Nelson un rato largo. Y decidió que, en fin,
mejor salir a jugársela, aunque fuera sin esperanza de comerse un
colín, a verse en el paredón o con la cabeza metida en el invento
del doctor Guillotin después de un consejo de guerra sumarísimo,
 Y bueno. Llamó a Gravina; y éste, que después de lo
dicho ya no podía volverse atrás, y además tenía
encima de la chepa al hijo de puta de Godoy diciéndole por correo,
a diario, que tragara cuanto hubiera que tragar y que cumpliera las órdenes
del franchute a rajatabla, no se fuera a cabrear el Napa de los huevos, no
tuvo otra que encogerse de hombros y decir, vale. Okey, Mackey. Levemos anclas,
 y que sea lo que Dios quiera. Como dijo el mayor general Escañol
cuando  los capitanes españoles se despedían unos de otros:
que no quede nada por hacer, hijos míos. Así al menos, salvaremos
el honor. Y allí estaban todos ahora, salvando el honor a falta de
otra cosa, cerca del cabo Trafalgar, metidos en la mierda hasta las cejas,
arrastrando consigo, en tan inmensa gilipollez, a miles de desgraciados a
los que el honor, el valor, el pundonor y toda aquella murga terminada en
“or” se la traía, la verdad, bastante floja. .   
     
       
   
                     
