Rodeado de periodistas llegados de toda España y con el océano
 Atlántico y el faro de Trafalgar como telón de fondo, el escritor
 Arturo Pérez-Reverte presentaba ayer su novela Cabo Trafalgar, en
la que rememora la batalla naval que enfrentó a las armadas franco-española
 e inglesa y que le costó la vida al almirante Nelson. Pérez-Reverte
 se quejó de que nada en el faro ni en las inmediaciones del cabo
recordara  ni lo acontecido tal día como hoy, hace 199 años,
ni que 4.000  personas perdieron la vida en una batalla en la que lucharon
con dignidad.  "Ni un monolito, ni una placa, nada, lo han borrado de la
memoria. Si esto  fuera inglés estaría lleno de chiringuitos
y museos, pero esto  es la puñetera España, sólo arena
sobre los cadáveres  y sobre la memoria", criticó. Una memoria
que, recalcó, es el primer paso para la prevención de los errores
futuros. "Los trafalgares  hay que prevenidos, no lamentados", afirmó,
y "al faltarnos la historia  nos faltan los ejemplos. No aprendemos nunca",
dijo, a la vez que destacaba  que "la gente muestra una talla moral muy superior
a los gobernantes". "La  historia de España se resume en una frase:
Dios, qué buen vasallo  si hubiera buen señor". 
  
      El Cabo 
de Trafalgar amanecía taciturno. El gris confundía la delgada
 línea del horizonte que dividía el cielo de una mar revuelta,
 quizá porque el viento era implacable, quizá porque rumiaba
 que tal día como hoy, 199 años antes, ese mismo mar había
 visto morir a 4.000 personas en una de las batallas navales más famosas
 de la historia. El mar se acordaba, aunque nada a su alrededor conmemora
el hecho histórico. Sólo la basura que cercaba un letrero que
irónicamente rezaba: 'Por favor,no tirar basura'. "Ni un monolito,
ni una placa, nada, lo han borrado de la memoria; si esto fuera inglés
estaría lleno de chiringuitos y museos, pero esto es la puñetera
España, sólo arena sobre los cadáveres y sobre la memoria".
Arturo Pérez- Reverte, envuelto en su chaquetón sí lo
recuerda. Yl o recordó ante los periodistas llegados de diversos rincones
del país que asistían a la presentación de su novela
Cabo Trafalgar.
  
      "Quería
 recuperar la historia que nos quitan. Se empeñan en que olvidemos,
 pero somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos. La historia es historia",
 decía el escritor cartagenero, para quien "los trafalgares hay que
 prevenirlos, y no lamentados. Todo se podría evitar con sentido común",
 explicaba, pero "al faltamos la historia nos faltan los ejemplos, la educación.
 Estamos criando generaciones sin ninguna referencia. Vamos hacia el europeo
 blandito, de liberalismo tontorrón y sin capacidad de hacer una reflexión
 sobre su entorno. Educar permite prever".
  
      Pérez-Reverte
 caminaba ante la costa y recordaba en voz alta: "Aquí es donde encontraron
 a los dos náufragos franceses, Oscar", le comentaba a áscar
 Lobato, su amigo, que le acompañó en el viaje por el tiempo
 y por la memoria. "Hay que recordar, reflexionar y debatir sobre ello. Es
 un ejercicio ciudadano importante. Trafalgar es mucho más que una
plaza de Londres". El escritor dejaba que su imaginación y lo aprendido
en los libros pintaran la escena. La Armada española partió
de Cádiz y llegó a esas aguas. La inglesa surgió al
frente. Sólo se escuchaban los disparos, pero el resultado fue un
desastre. "Toda la costa se llenó de barcos varados. El mar echó
durante días cadáveres a las playas. Pero España perdió
 algo más que 4.000 muertos. Toda esa España que pudo ser y
no fue dejó de tener sus posibilidades en Trafalgar. Se perdió
 América. Trafalgar fue el clavo sobre el féretro de la España
 ilustrada que estaba muriendo".
  
      Todo esto
 quiso reflejado en Cabo Trafalgar. Y por eso, indicó, había
 usado un lenguaje divulgativo, anacrónico y moderno, "para que el
lector de 2004 pudiera sentirse como se sintió todo entonces". Un
lenguaje no casual, afinado, porque "los libros aparentemente simples no
lo son". La exhaustiva documentación manejada por sus manos sé
nota en cada página de una novela construida desde sus cimientos.
"Volví, navegué por la zona, vi si se veía o no la costa,
hicimos un recorrido terrestre y náutico, trabajé mucho con
planos y cartas náuticas
de entonces para que el lector entendiera lo que es una batalla naval. También
 hice maquetas de barcos y reconstruí sus movimientos sobre la mesa.
 Eran barcos magníficos, con tecnología y artesanía.
Fíjate si eran buenos que todos resistieron la batalla, se hundieron
por el temporal".
  
      "Para hacer
 una novela hay que poner andamios", los de la documentación, "que
en este caso han sido muy complejos, y cuando los quité quedó
este libro que es el que quería escribir". "Documentalmente, el libro
es impecable, cada dato es riguroso. Cada novela es un problema narrativo
que se tiene que resolver". Y, explicaba, "Trafalgar es una batalla tan documentada
 que no tenía libertad novelística, y por eso inventé
 el Antilla, el navío en el que embarco a los lectores".
  
      Vuelve
a  mirar la mar, y sobre el destino de los barcos, señala al frente:
"Aquí están. Se sabe dónde están pero esto es
España y esto es la historia, y la historia cuesta dinero. Nunca se
le presta atención a esto". "Los políticos de antes no son
los políticos de ahora, pero el patrón es el mismo", dice,
criticando la actitud de los gobernantes que empujaron a tantos hombres a
una batalla perdida de antemano. "Ese nunca asumir el error, que el muerto
quede muerto decir no he sido, el no dar la cara ocurría antes y ocurre
ahora. Ahora hay dignidad pero siempre la da el pueblo. La gente da lecciones
de dignidad y vergüenza. La historia de España se resume: “Dios,
qué buen vasallo si hubiera buen señor", dijo, recordando el
Cantar del Mío Cid.
  
      Una vez 
recorrido Trafalgar, el autor de La carta esférica partió hacia 
Cádiz, donde paseó ante los castillos de San Sebastián 
y Santa Catalina. "De aquí salieron", volvía a recordar. "Tardaron 
dos días porque hacía poco viento, se fueron y volvieron los 
que volvieron". Y vuelve a hacer hincapié en la importancia de la educación
y la memoria, porque "es mejor que no se produzcan trafalgares, que los cretinos
que nos llevan a los trafalgares no nos sigan llevando. Sólo con memoria
y con cultura puedes educar a la gente. Hay que evitar los trafalgares".
  
      Siente
que  un joven de 15 años "no sabe lo que ocurrió", y por eso
aboga  por conmemorar la batalla, porque "van quitando lámina a lá
 mina la historia y así repetimos y repetimos los mismos errores.
España  es un país complejo y plural, y la única argamasa
que nos une  es la historia, y si nos la quitan sólo nos queda la
memoria del agravio,  la guerra civil que todo español lleva en la
sangre". y Trafalgar puede ser un ejemplo, porque, como recordó, "había
vascos, santanderinos, gallegos, catalanes, gaditanos, cartageneros, todos
en el mismo barco. Allí estábamos todos, usted también
tuvo que ver".
  
      Los ingleses,
 le consta, están "encantados" con Cabo Trafalgar. Un periodista del
 Daily Telegraph le comentó hace poco que en Inglaterra no tenían
 constancia de la participación española en la batalla; creían
 que era una batalla entre Inglaterra Y Francia. Pero allí estaban
los españoles, peleando, como destaca, con dignidad, y "por el que
pelea siempre hay respeto. En la novela está muy claro. Aprendí
en mi trabajo -como periodista de guerra- que aquel que sufre y pelea siempre
 lo merece. Otra cosa es el político". "Si Marsé hubiera estado
 en esa guerra hubiera peleado", dijo, cuando se le preguntó por Juan
 Marsé, el escritor al que dedicó la novela. "Con Delibes,
es  uno de los grandes vivos que nos quedan". Y también recuerda a
Galdós,  cuya obra sobre Trafalgar es "fundamental", aunque "es otro
libro. Yo soy  más concreto, más parcial. Soy más riguroso
técnicamente,  dicho sea con toda la modestia", gracias a la ventaja
del paso del tiempo  y de la documentación manejada, con la que Galdós
no contó.  "Pero a la sombra de ese libro está todo lo demás".
  
      Atardecía
 ayer en Trafalgar sin un recuerdo, sólo acompañado por los
turistas y por los surferos que nadaban sobre unas aguas que un día se tiñeron de rojo
 sangre y sobre las que flotaba el olor de la pólvora mezclado con
el de la sal y el yodo. Porque "a la historia sólo pasan los nombres
ilustres, pero se olvida a los que murieron, a los que quedaron en la miseria"
.