“Pérez-Reverte
afirma que «es un error juzgar el pasado con los ojos del presente»” |
Martes, 11 de diciembre de 2007
El escritor describe el 2 de mayo de 1808 en su nuevo libro 'Un día de colera', desde el punto de vista de un reportero que cree que la historia «fue manipulada»
11.12.07 - M. LORENCI
«Contar sin juzgar». Más que nunca, esta ha sido la pretensión de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) que vuelve a fajarse con la historia en su último libro. En Un día de cólera (Alfaguara) el narrador y académico recupera al reportero que fue para echarse a la calle en el convulso Madrid del 2 dos de mayo de 1808. “Es como si hubiera tenido una cámara de vídeo y hubiera salido a la calle a grabar un reportaje. Mi cámara y yo con lo que estaba pasando», dice un Pérez-Reverte aséptico que sabe que «es un error juzgar el pasado con ojos del presente» y que aquella histórica jornada «fue manipulada hasta la saciedad por la historia oficial».
Ha conjugado reportaje, novela e historia en una narración trepidante en la que da cuenta de los hechos a través de 350 personaje reales, «con nombre y apellido» y en tiempo real: de las ocho de la mañana a las cuatro de la madrugada «de una jornada admirable y terrible que cambió la historia sin proponérselo» y que nos cuenta en 400 vertiginosas páginas.
«Es un falso reportaje», advierte el creador de Alatriste que pasó dos años manejando libros, legajos y memoriales con información de primera mano y muy precisa. «Quizá un 75% es historia y un 25% ficción en un libro complejo, con algo de diario colectivo y documental al estilo de El año de la peste de Daniel Defoe», explica el internacional escritor.
«Necesidad didáctica»
«Necesitaba el tratamiento frío y distante para un texto que no es didáctico pero sí tiene intención didáctica», dice. Y es que Pérez- Reverte quiere reinterpretar un episodio crucial de nuestra historia «que no ha dejado de manipularse desde el mismo día de los hechos». «Lo manipuló Fernando VII, el absolutismo, los carlistas, la restauración, la segunda república, pero sobre todo el franquismo, que le confirió un tono épico, imperial, mítico y patriotero que no tuvo».
Especialmente patético fue el tratamiento del dos de mayo del cine franquista. «Era para retrasados mentales, maniqueo, estúpido y elemental. Estaría bien revertirlo y tratar con objetividad episodios dignos, nobles y heroicos como el de Agustina de Aragón o el parque de Monteleón, que de haberse dado en Estado Unidos o Gran Bretaña, sería como nuestro Álamo».
Ese tratamiento «genera un rechazo histórico». «El franquismo contaminó esos hechos a través de la historia y el cine oficiales, haciéndolos inasumibles para gente lúcida, normal o de izquierdas, cuando es un fecha asumible sin problemas para la izquierda y la derecha», propone el escritor.
«Como en tantos casos, estamos pagando la contaminación franquista de la historia. Los progresistas, en vez de limpiar y descontaminar esa parte de nuestra historia, la han arrinconado sin acertar a despojarla de elementos patrioteros, dejándola como patrimonio de la derecha», lamenta.
«No fue la sublevación patriótica y heroica que nos vendieron. Fueron cuatro 'mataos' los que se echan a la calle. Los chulos, putas, rufianes, tenderos, albañiles, criados, mozos de cuadra, o taberneros....: la gente baja, la chusma sin ninguna vinculación con las elites fue la que se enfrentó al ejército mas poderoso del mundo con navajas, palos, hachas, martillos y hoces», advierte Pérez-Reverte.
«Sólo se alzó un aristócrata y dos capitanes, Daoiz y Velarde. Los alzados, y eso es admirable, fueron los marginales de un pueblo cabreado por los abusos, violaciones, robos, expolios y humillaciones a que les sometían los franceses», enumera.
Sin significado patriótico
«No hubo nada de patria o nación. Son explicaciones que vinieron después. Fue un enorme cabreo, la ira popular la que se alzó; la misma ira a veces irracional por la que algunos abuchean hoy a Zapatero o apalean a un ministro», reitera.
«Las clases cultivadas se vieron ante una grave disyuntiva: Francia era la modernidad, el progreso y el desarrollo del saber y las ideas», explica Reverte. «La tragedia de la inteligencia se genera entonces. Tomar partido por Francia era hacerlo por un rey infame y un sistema corrupto, podrido e involutivo apoyado por una iglesia miserable. Hacerlo por el pueblo en armas era sumarse a la chusma». Cree el escritor que ahí esta el germen «de la división y de un drama intelectual y político que, con el pasar del tiempo, conoceremos como el de las dos Españas».