“El
espesor de la sangre” |
Sábado, 29 de diciembre de 2007
ENRIQUE TURPIN
SINOPSIS Relato de la contienda librada en Madrid el 2 de mayo de 1808 entre las tropas napoleónicas y las fuerzas civiles y militares españolas.
Si las novelas incluyeran instrucciones de uso, las que acompañasen a Un día de cólera, el nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), advertirían sobre la necesidad previa de extender el mapa que se adjunta con la edición, aconsejarían encender un puro habanero, servirse un brandi añejo gran solera, colocar en el tocadiscos cualquier grabación de la música anfetamínica producida por la Fanfare Ciocarlia e imprimir el abdomen el tiempo que durase el proceso de lectura, para contrarrestar la somatización de la cólera que viene disuelta en la tinta de estas páginas.
Que nadie espere encontrar la carga subjetiva que trascienden las columnas de opinión de Pérez-Reverte. La bilis negra, amargosa y abrojuda que supura la novela viene de las mismas entrañas de la historia que se relata. El escritor resuelve el dilema del tono adoptando una perspectiva distanciada, externa, que evita cualquier atisbo de implicación emocional, lo que aquí ya es un verdadero triunfo, dada la sana tendencia al caldeamiento del académico. La técnica recibe los parabienes de los grandes cronistas de la historia, de algunos artistas de la ficción documental y de pocos periodistas del reportaje.
En ese afán por dotar de fuerza vital los sucesos del Dos de Mayo, Pérez-Reverte se obliga a convertirse en narrador objetivo, con la veracidad de la mirada del testigo pero sin la omnisciencia que diluiría la estrategia documental. Se muestra lo que pasó con todo lujo de detalles, sesudamente escrutados y religados, ajenos a cualquier intento de falacia. El lector asiste desde las primeras horas del alba a la condensación de energía que se va apoderando de la villa hasta el estallido final y los rescoldos de la sofocación por parte de las fuerzas de Napoleón.
Fue aquel un encuentro entre dos formas dispares de entender el honor, de apreciar el espesor de la sangre y de tratar de hacer historia: la bravura del gentío madrileño, armado con navajas cachicuernas de dos palmos de hoja, sartenes, tijeras oxidadas o tiestos, contra la de los adiestrados jóvenes soldados franceses y los expertos mamelucos egipcios. El resultado fue medio millar de bajas.
La mirada narradora traza agresivos movimientos zigzagueantes, presentando todos los frentes, como si el narrador complementara sus palabras con la imagen procedente de una cámara plantada en una grúa de poderoso brazo articulado. De la Puerta de Toledo a Fuencarral, del Buen Retiro al parque de Monteleón, deteniéndose en cada esquina, compendiando centenares de legajos en sus 400 páginas. La novela "huele a entrañas rotas y vísceras abiertas", pero también a osadía, a vileza y a ocasión perdida. Pocas veces se estuvo tan cerca de una renovación social en España, pocas veces un pueblo estuvo más cabreado. ¡Feu!