“El
Dos de Mayo desembocó en cosas como la Constitución del 12” |
Jueves, 20 de diciembre de 2007
Para Arturo Pérez-Reverte, fechas como la del levantamiento de Madrid o la proclamación de 'La Pepa' "nos hermanan a todos" · El escritor considera la posibilidad de novelar el Cádiz de las Cortes
Pilar Vera / Cádiz
Arturo Pérez-Reverte, durante el desayuno
informativo en la Asociación de la Prensa.
A falta de grandes hombres, a la Historia le gustan los grandes nombres. Términos como honor, patria, valentía o gesta salpican numerosas crónicas. Sin embargo, al final, todo se reduce a un concepto mucho más pedestre: a una mera cuestión de dignidad. Ese es el mensaje que recorre las palabras de Arturo Pérez-Reverte, presente tanto en su discurso como en sus artículos y novelas.
"Vistos a esta distancia -comenta el escritor, recién llegado a Cádiz para presentar Un día de cólera- lo que producen los hechos del Dos de Mayo es una profunda pena. Ves a un montón de gente huérfana de todo buscando a alguien que los dirija. Y sientes un orgullo y una ternura inevitables por la tragedia de aquella gente buena y humilde que peleó por algo mejor. Una lucha que, al final, no sirvió de nada porque luego llegó un hijo de puta como Fernando VII y lo borró todo".
"Los milagros, en Lourdes", responde, ante la pregunta de si los españoles han tenido alguna vez gobernantes a su altura. "Con cosas como el Dos de Mayo -prosigue Pérez-Reverte- uno se cuestiona qué hubiera hecho esa gente con buenos gobernantes, qué no habría hecho ese pueblo en manos de gente decente y no de gentuza, sometidos por reyes infames, ministros corruptos y curas fanáticos. Te das cuenta de lo que habríamos podido llegar a ser y de lo que somos".
Un día de cólera, el segundo de los episodios nacionales retomado por el académico, narra los acontecimientos ocurridos en Madrid durante la jornada del dos de mayo de 1808: "Me he pasado dos semanas hablando del libro, así que imagino que lo sabéis todo -apunta-. Sabéis que se rebeló el pueblo, pero no todo el pueblo, que fueron cuatro gatos, cuatro mataos de clase baja los que le dieron la vuelta a la historia. En total, no más de tres mil personas salieron a la calle. Fue al día siguiente, el tres de mayo, cuando se tomó realmente conciencia de lo que había pasado y comenzó la guerra. El Dos de Mayo, por sí mismo, fue un episodio menor, una Intifada madrileña que desembocó, sin embargo, en cosas más complejas, como la propia Constitución de 1812".
Para Pérez-Reverte, el Dos de Mayo alberga también otro drama implícito: la tragedia de los lúcidos, "de los que estaban de parte de las ideas nuevas, aunque las llevara otro imperio -se lamenta-. No querían tener nada que ver con todos esos meapilas fanáticos y claro, se preguntaban, ¿quiénes son los míos? Ninguno es el mío. Bajaban a la calle y descubrían que no tenían nada que ver con esa chusma. Ejemplo de esta desorientación fue Blanco White, que se fue a su casa porque no sabía qué hacer".
Reconoce que la información y experiencias atesoradas como reportero le han sido especialmente útiles a la hora de realizar este libro: "Además, por supuesto, de la memoria de los testigos, del ya citado Blanco White, de Alcalá Galiano -explica-. Yo sí he estado en cosas así, me es más fácil imaginar cómo se siente uno en un combate callejero. Además, frente a lo narrado por Galdós, que es inmejorable, ahora podemos tener acceso a los últimos documentos históricos en torno a la época, cosa que él no pudo tener".
Un día de cólera pretende abrir el debate en torno a lo que significa ser español: "El Dos de Mayo -comenta Pérez-Reverte- no fue una fecha gloriosa sino de coraje cívico y social, de vergüenza torera. Fue la primera vez en la Historia en la que España actuó como nación al mismo tiempo, sin coordinación ni ninguna dirección. Y son días como éste, o como la proclamación de la Constitución de 1812 en Cádiz o la del 78, los que nos hacen hermanos a todos".
Reencuentro emocional
a través de la tragedia
Pérez-Reverte y Oscar Lobato recrean el Dos de Mayo en el Palacio de Congresos
Pilar Vera / Cádiz
Pérez-Reverte lee un fragmento de Ángel Ganivet recogido en su libro durante su presentación en el
Palacio de Congresos.
"Como sería una tontería intentar presentar a Arturo Pérez-Reverte -comienza diciendo el presentador habitual del escritor, el periodista Oscar Lobato-, yo voy a dibujar lo que era Madrid en 1808".
Y resulta que el Madrid de entonces apenas llegaba a los 100 kilómetros, entre huertas y terrenos. Era una de las seis ciudades que superaban los cien mil habitantes. Y tenía forma de rueda.
Los franceses lo sabían muy bien y por eso, cuando comenzaron los disturbios narrados en Un día de cólera, "trataron de llegar al centro cortando dos radios y, de allí, ir completando los demás", explica Pérez-Reverte.
"Al principio -continúa- tuvo lugar un degüello masivo de franceses. Y ya ahí, hubo muchos que tenían a gabachos alojados en sus casas que los escondían diciendo 'Usted es francés, pero no me lo matan'. Igual que se indignaban porque habían cogido a Manolo, el vecino de abajo..."
La primera oleada del ejército francés, la paró la gente de la calle a navajazos, con la mujeres clavando las tijeras del pescado en las tripas de los caballos: "Casi podríamos decir que la maceta fue el arma de ese día", comenta el académico.
"Y conforme vas investigando -prosigue-, descubres cosas. Ves, por ejemplo, que en la calle Toledo cayeron un montón porque es cuesta arriba y los franceses iban a caballo. O historias como la de los presos de la Cárcel Real, que salieron a luchar y los últimos que llegaron fueron los muertos... Por eso he insistido tanto en nombres y apellidos. Eran para mí viejos conocidos. He querido sacarlos de los grabados y darles aliento ".
Pérez-Reverte reconoce que estos episodios le han supuesto una "reconciliación emocional con España".
"Todo el mundo sabe que yo le tengo asco al lado bruto e inculto de este país y lo demuestro todos los días -confiesa ante el público-. Pero es cierto que no puedes evitar sentir ternura cuando ves cómo luchaba esa gente. Como diría aquél, son mis hijos de puta. Podríamos decir que Manolo me ha conmovido. No es que ahora de repente haya aceptado España tal como es, porque eso es imposible. Pero sí que ha habido una reconciliación emocional. Quiero a esta gente".
"En Monteléon, nuestro Álamo -indica-, cuatro de cada diez muertos eran mujeres, de trece a sesenta años. Te tienes que conmover aun conociendo lo que defendían: esa religión reaccionaria y esa monarquía nefasta... y ves que Goya tenía razón. ¿Cómo no iba yo a escribir sobre esto?".