“El episodio pasional del Dos de Mayo”

 

Jueves, 13 de diciembre de 2007

 

Pérez-Reverte relata minuciosamente, hora a hora, calle a calle, amotinado a amotinado, los acontecimientos del levantamiento contra los franceses

 

JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

 

En Aranjuez, donde la Familia Real pernocta en su viaje hacia Andalucía para preparar su marcha hacia las colonias americanas, previendo la ocupación de España por Napoleón, se produce en la noche del 17 al 18 de marzo un motín organizado por la nobleza que derriba a Godoy y fuerza a Carlos IV el día 19 a abdicar en favor de su hijo. Murat, duque de Berg, lugarteniente y cuñado de Napoleón, ocupa Madrid con 10.000 soldados que se acuartelan en el casco urbano y 20.000 que vivaquean en los alrededores de la capital. Fernando VII y su padre depuesto viajan Bayona para someter el pleito dinástico al arbitraje del corso. Éste tiene ya decidido sustituirlos, colocando en el trono español a alguien de su confianza para convertir España en otra pieza de su sistema imperial

Desde la ocupación francesa de Madrid los altercados entre los invasores y los madrileños son cada vez más frecuentes. El rey Fernando ha dejado una Junta de Gobierno presidida por su tío, el infante don Antonio, y en el Palacio Real sólo quedan dos miembros de la Familia Real, la princesa de Etruria y el infante niño Francisco de Paula. En la mañana del 2 de mayo, cuando los franceses intentan trasladarlos también a Bayona para impedir cualquier intento de los españoles de apoyarse en ellos para frustrar los designios de Napoleón, una parte del pueblo madrileño se amotina, produciéndose duros enfrentamientos con las tropas francesas en las calles de la ciudad. Esa lucha callejera se concentra en un foco de resistencia militar en el parque de artillería de Monteleón, donde los madrileños acuden pidiendo armas. Los franceses sólo logran reducir este foco de resistencia con gran número de bajas bien avanzada la tarde. La jornada se prolonga toda la noche y madrugada del siguiente día, en una sangrienta y sistemática represión por parte de los franceses.

 

Ésos son los principales personajes y acontecimientos que nos relata Pérez-Reverte en su ultima novela, Un día de cólera (Alfaguara, 2007), que más que novela histórica podría catalogarse como relato novelado. Reverte no pretende analizar o valorar estos acontecimientos ni juzgar a sus protagonistas, sino presentarlos al lector de manera aséptica, identificándolos y describiendo sus actuaciones de ese día con todo lujo de detalles de la misma manera que lo haría hoy un reportero de guerra. Para ello no sólo se ha documentado concienzudamente con las fuentes de la época, sino que ha leído también lo más notable de la bibliografía existente sobre el episodio. Y para construir su relato ha acudido, además, a su propia experiencia de corresponsal de guerra.

Desde las siete de la mañana, casi hora a hora, hasta el sobrecogedor relato de los fusilamientos en Príncipe Pío en la mañana del día siguiente, Reverte hace desfilar ante nuestros ojos con un ritmo vertiginoso, con su habitual capacidad narrativa y un realismo minucioso, los acontecimientos y enfrentamientos en los principales focos del conflicto: plaza Mayor, Sol, plaza de Oriente, puerta de Toledo y, sobre todo, la heroica resistencia en el Parque de Artillería de Monteleón.

El novelista saca del anonimato a los actores concretos y reales de aquella jornada. Los identifica por sus nombres y sus oficios, relata su trágica peripecia ateniéndose fidedignamente a los hechos históricos (sólo he detectado un dato inexacto, cuando sitúa el motín de Aranjuez entre los días 18 y 19 de marzo) y describe sus relaciones ese día utilizando como cemento argumental la ficción cuyo tratamiento responde adecuadamente a la condición básica de la novela histórica, que es la verosimilitud. Son unos trescientos personajes reales que componen algo así como un personaje coral que el novelista disecciona identificando individualmente a sus miembros, entre los que distingue y presta más atención a unos diez personajes más significativos sobre cuya trayectoria de aquel día tiene un mayor conocimiento, que cumplen, además, la función de dar continuidad a su relato. Son éstos, además de los tres protagonistas de Monteleón, Velarde, Daoíz y Ruiz, Blanco White, Moratín, Goya, Antonio Alcalá-Galiano, Blas Molina Soriano, entre otros.

 

Esos amotinados son mayoritariamente gente del pueblo llano, menestrales, aprendices, tenderos, majos, criados, mendigos?; hombres pero también niños y muchas mujeres que participan activamente en la lucha. No hay apenas representantes de la nobleza y el autor sólo hace intervenir a dos miembros del clero participando en los tumultos. El Dos de Mayo es para Reverte un estallido popular provocado no por elevados motivos patrióticos, como después se ha mitificado por unos y otros, sino por causas más pedestres como el descontento de los madrileños con las actitudes prepotentes de los soldados franceses. Porque -como ha comentado el novelista en alguna entrevista- no pagan sus consumiciones en los mesones y las botillerías, insultan y menosprecian a los madrileños o «tocan las tetas» a sus novias (don Arturo debe de ser, por cierto, el académico de la Lengua más «mal hablado» -o al menos tanto como Camilo José Cela- que ha tenido sillón en la docta institución desde que se fundó en el siglo XVIII para «limpiar, fijar y dar esplendor» a la lengua española).

 

Poco o nada que ver, pues, con el correspondiente episodio nacional de Benito Pérez Galdós. El relato de Reverte es más un episodio pasional que un episodio nacional. De ahí la cólera de su título. No son los insurrectos madrileños los representantes de la nación española que simbolizan a la nación indomable que lucha por su independencia, como los caracterizó don Benito en «El 19 de marzo y el 2 de mayo», en el que nos propone una interpretación de estos acontecimientos en clave de episodio seminal de esa historia nacional que se está construyendo en esos momentos para consumo de la emergente clase media española, y apenas los documenta, sino con la información que le proporciona Mesonero Romanos. Aunque la versión de Reverte no deje de estar también contaminada de esa interpretación y presente algunos elementos de ambigüedad. «¡Viva España y viva el Rey!», gritan sus insurrectos, y José de Arango, uno de los supervivientes de Monteleón, dice al final de la novela «(?) por un momento parecíamos una nación? Una nación orgullosa e indomable».