No soy apostol ni guerrero: Arturo Pérez-Reverte
Por Miguel Angel Quemain
Mañana se iniciarán las presentaciones que Arturo Pérez-Reverte realizará en México de su nueva novela-folletín, El capitán Alatriste, escrita en colaboración con Carlota Pérez-Reverte. Por la mañana se reunirá con la prensa cultural para explicar que esta nueva aventura narrativa consta de seis novelas que aparecerán cada año: Limpieza de sangre, El sol de breda, Misión en París, El oro del rey, La venganza de Alquézar. Se dirá que es una búsqueda instalada en el mundo barroco y poblada de personajes como Francisco de Quevedo y Lope de Vega, que es un universo que indaga en el ámbito de lo popular español de ese tiempo, porque recorre el mundo pendenciero de los hostales y tabernas de ese tiempo donde, al calor de las copas y las botellas de vino, poetas y dramaturgos componían esas obras hoy inmortales.
El capitán Alatriste,
explicará Pérez-Reverte, es un personaje veterano de la espada
que malvive en el Madrid del XVII, como espadachín bajo contrato
que se mete en callejones y aventuras, entre intrigas de la corte corrupta
y decadente para convivir con los personajes típicos de aquellos
años: un inquisidor representado por fray Emilio Bocanegra; Luis
de Alquézar, secretario de realeza que contrasta con Gualterio Malatesta,
evidentemente un criminal que transita los submundos donde un atajo de
seres, como Juan Vicuña y el conde de Gualmedina aderezan el paisaje
espiritual de un siglo cargado de mitologías.
Admiración y envidias
persiguen a esta figura de las letras, con quien sostuvimos un diálogo
que aspira a dar cuenta de las voces que lo cercan, del modo en que conduce
sus imaginaciones, sus creencias y desacuerdos literarios.
Pérez-Reverte es un hombre que viene de la prensa y de la televisión: "El periodismo es aborbente, una pasión. Pero un día de pronto dices, bueno, pues voy a escribir algo, voy a ordenar en un libro ese mundo que estoy viviendo, que estoy leyendo. Escribes la primera novela y te sientes bien, viene la segunda y sigues A gusto, sabes? Por qué?, porque escribo más como lector que como autor. Soy un lector que escribe los libros que le gusta leer. A medida que me consolido, que mis libros son buscados, me voy planteando un plan de vida nuevo".
-Cuando escribiste la primera novela, sabías que vendrían más?
-No, sólo tenía la primera novela en la cabeza. Pero tenía la certeza de que escribiría novelas, es algo que sabe quien se dedica a leer toda su vida, al final terminará escribiendo algo. No sabes si será bueno, pero uno sabe que lo va a hacer. Quería escribir esa novela y ver qué ocurría. No era un paso en una carrera, era un "a ver qué pasa", una experiencia, un ensayo; me satisfizo y seguí.
-Qué ha cambiado en ti desde la publicación de tu primer libro?
-Mi primer libro lo escribí en 1983. He cambiado mucho, he cambiado como periodista, como persona, como escritor. Mis planteamientos literarios son distintos a los de entonces. Antes releía por placer, ahora lo hago para aprender, leo estudiando. Releo a Dumas, a Conrad, a Stendhal, buscándoles los trucos, para aprender técnicas o contrastar experiencias.
-Hablas de trucos, de ilusionismo literario, en vez de recursos, de retórica.
-Claro. Todos los escritores profesionales utilizan trucos, pero los hay con complejos y no lo dicen. Utilizo unos personajes, una trama, trucos narrativos, instrumentos nobles del oficio. El truco debe ser noble, aunque los hay innobles, bajos, baratos, para esa literatura que está hecha para leer y tirar. Cuando digo trucos me refiero a esos recursos nobles que nos permiten contar historias de la forma más eficaz y bella. Los aplico y los confieso, por qué no? Hay quien se avergenza de ello. Me parece muy bien, pero yo trabajo, soy un artesano de los libros. No soy ningún genio que se sienta a hacer la obra de arte, ni a esperar a que Dios baje y me coja la mano para escribir una novela. Cada novela tiene detrás días y meses de trabajo. Muchos lectores me comentan que mis libros se leen con mucha facilidad, pero esa facilidad me cuesta sudores y sangre; pero bueno, de eso se trata. El hombre de final de este siglo ya no va a crear nada nuevo, la única vía que existe es la reinvención.
-Esa afición por el pasado está peleada con los recursos de la literatura moderna, Joyce, por ejemplo?
-Se le ha hecho tanto daño a la literatura, a la cultura en general, con el esnobismo y la demagogia, con la estupidez de algunos críticos y lectores que dicen, "hay que escribir como Joyce y no como Sthendhal, porque resulta que Sthendhal es anacrónico, es Joyce lo que es actual". Dicen, "Dumas es superficial". Y resulta que apasionaba a las masas. Todo lo que no es Joyce resulta que no vale. Sucede lo mismo con Faulkner, dicen que está pasado de moda. Eso hace mucho daño a la cultura y a la literatura. El mundo ha caído en una especie de demagogia, de esnobismo, que sólo satisface a unos cuantos. En realidad se escribe para críticos, para los amigos, no para el público. Me propongo recuperarlos, reescribirlos para recuperar esa memoria. Quiero levantar los puentes que nos han roto todos estos bellacos, todos estos magnates, todos estos bocazas y rehacer ese nexo con el lector que, por suerte, esta ahí todavía, aún no esta en el cine o en la televisión.
-No suponíamos que el cine y la televisión eran los enemigos de la literatura?
-Pero ha sido el único que ha mantenido la vieja cultura literaria. He decidido utilizar el cine como recurso, incluso sus técnicas como herramientas. Intento recuperar ese tipo de narraciones y de historias para jugar con esa memoria del lector que se ha educado en el cine. Hay que reescribir Los miserables para un público que ve televisión y que le asaltan los drogatictos en la esquina y que tiene una hija que ha sido violada por un tal. Reescribirlos para el mundo de Blade Runner, por ejemplo. Es una empresa muy ambiciosa, pero en ese terreno me muevo. No soy apostol ni guerrero.
-En tu literatura está presente una tendencia a la cita literaria, pero también a la construcción de personajes y atmósferas que forman parte de otros universos literarios, desde la novela gótica, hasta el naturalismo decimonónico, pasando por la novela de capa y espada; tal vez se pudiera comparar este procedimiento al collage tan frecuentado por algunos arquitectos que se autodenominan posmodernos...
-No!, vamos a entendernos. Una cosa es un collage o un pastiche, o un Almódovar y otra cosa es una recreación, es diferente. Yo acepto la recreación, utilizo esos elementos, pero en lo que no estoy de acuerdo es en el término posmoderno. Lo posmoderno significa que vale mezclar la salsa de tomate con Andy Warhol, con Cervantes, con la música dodecafónica y con la chirimía de los pastores griegos. Eso me parece una barbaridad, vomitivo, de mal gusto, que es lo que menos tolero en arte y literatura.
-Te has propuesto hacer una literatura pensando en los lectores, salir de los círculos cerrados por el narcisismo de los críticos y los autores, y lo has logrado. Cómo cumplir esa aspiración de ser leído de manera masiva?
-No lo sé. No sé si hay fórmulas, no sé si yo he tenido suerte, o si he conectado con los lectores, por alguna razón que ignoro. Realmente no lo sé. Lo que sí sé es que no me planteó grandes análisis críticos de mis obras, no me gusta. Lo que debe hacer el escritor es escribir, después que vengan los críticos y decidan si eso que escribo se inserta, o no, en la historia literaria y que tracen líneas e interpretaciones. Yo escribo y punto. No me planteó ni mi obra ni la literatura en términos tan intelectuales. No soy un intelectual, soy un periodista que ha vivido una vida agitada. Quizá lo que tanto daño hace a la literatura sea eso, ese continuo averiguar por qué se escribe una cosa y cómo se debe escribir una novela. Diablos!, las novelas se escriben y se leen y lo demás son palabras.
-Hoy se habla mucho de la novela histórica, crees en esa categoría?
-Qué nos importa o para qué nos sirve la pasión de tus personajes en este siglo? La historia me interesa por dos razones: primera, porque el problema del hombre de hoy es que le han borrado la memoria. Ahora resulta que somos huérfanos. Para muchísima gente, la literatura moderna se inicia con Kundera, en cine empieza en Godard y en pintura con Picasso. No exagero, realmente se piensa así, por desgracia. El sentido histórico se ha reducido a la nada. La respuesta a las preguntas esenciales (de dónde venimos, a dónde vamos...) se encuentra fácilmente en el ayer más inmediato. Pronto, ni en eso. Nos están borrando las diferencias, lo que nos identifica y nos estamos conviertiendo en una papilla homógenea. Estamos sometidos y a merced del primero que llega, nos pone una televisión o nos vende dinosaurios. Mañana nos venderá cualquier otra cosa. En cuanto a lo técnico, la historia es un recurso narrativo extraordinario. La historia me da una dimensión de misterio, de mima, de pasado, de encanto, que me gusta.
-Lo autobiográfico se inmiscuye también en los temas del pasado más lejano?
-Mi vida no han sido sólo
guerras, también han sido libros. Gran parte de mí se ha
fundido en los cuadros, en la esgrima, está mi ciudad, mi familia,
mi origen, mis gustos y aficiones. Sin embargo, no hay autobiografía
en mis novelas, porque no hay personajes puros. A cada uno les cedes una
herencia, una parte de ti mismo, todos ellos tienen algo de mí:
puntos de vista, tics, caracteres que se toman también de los que
te rodean. Lo que hay mío realmente es ese tipo de lucidez escéptica,
resabiada. A veces amarga, pero no por eso pesimista, sino que asume los
hechos de esos héroes cansados que salen en mis novelas y las protagonizan.
Quizá les haya dado de mí esa especie de ecepticismo retorcido
y cansado. Mis personajes son como soldados cansados, como héroes
fatigados. Quizá, ahí sí reconozca alguna cosa mía.
Creo que el mundo ya no es un lugar de héroes solidarios sino de
héroes solitarios; las grandes causas y las grandes banderas de
batalla han terminado. El "héroe" de hoy es el hombre que libra
su guerra personal, es un hombre que escoje su campo de batalla, es un
mercenario que escoje su bandera y su patria.