Este articulo
fue publicado en la revista "El Semanal" con motivo de la adaptación
al cine del libro "Territorio comanche".
Cuando uno, por primerá
vez, pasea por los escenarios bélicos de la antigua Yugoslavia, todo
es confusión. No importa que se haya leído. mucho o se haya
prestado atención durante los minutos que la noticia ocupa en la televisión.
La imaginación es incapaz de alcanzar la desnuda realidad. Hace ya
meses que no hay guerra en la periferia de Karlovac, pero la desolación
y los despojos permiten a Imanol Arias y Carmelo Gómez darse de bruces
con el paisaje después de la batalla, apenas horas después
de haberse subido a un avión en Madrid.
He vuelto a pisar aquellos escenarios que un día fotografié
como reportero de prensa diaria. He regresado con los dos actores españoles
que van a protagonizar la película Territorzo comanche, basada en
un relato de Arturo Pérez-Reverte. El escritor también acompaña
a la expedición, capitaneada por el director Gerardo Herrero. Tienen
que dar vida a personajes reales que casi siempre, y especialmente en las
películas norteamericanas, son presentados de forma superficial o
caricaturesca. ¿Quién no recuerda a los periodistas de películas
como Salvador, Bajo el fuego, Los gritos del silencio o la australiana El
año que vivimos peligrosamente? Guapos, vulgares imitadores de rambos,
siempre seduciendo o acompañados de la más guapa. Pero los
verdaderos profesionales también sienten miedo, se indignan y a veces
no pueden enfocar porque las lágrimas cubren sus ojos.
Estamos en la periferia de Karlovac, a una hora de Zagreb, la capital de
Croacia. Hace frío y está névando. La primavera es una
bromá en los Balcanes. Vamos a recorrer los principales frentes de
las guerras de Croacia y Bosnia en busca de escenarios y exteriores naturales
para rodar Territo-
rio comanche, «el lugar donde el instinto dice que pares el coche y
des media vuelta», según lo define el propio autor del relato
que sirve de base a la película.
Imanol y Carmelo escuchan las explicaciones de Arturo. El escritor vivió
la guerra de Croacia de 1991: el cerco de Vukovar, los bombardeos sobre Sisak
y Petrinja, el sonido de las sirenas en Osijek y Vinkovci anunciado el regreso
de los aviones serbios. Entramos en algunas casas destruidas. Él aprovecha
para enseñar a los actores los movimientos que se suelen hacer cuando
se está bajo el fuego. «Un equipo de televisión debe
moverse como si estuviese sujeto por un cordón umbilical. No pegaditos,
pero siempre al unísono», comenta el escritor mientras subimos
la escalera alfombrada de cristales hechos añicos. Hay restos de proyectiles.
Al autor de este reportaje le trae malos recuerdos la visita a Karlovac.
Aquel día de septiembre de 1991 en que
émpezó la guerra en la ciudad, los serbios ocuparon la periferia
de madrugada y los cañones y los carros de combate no dejaron de tronar
durante varios días. Varios periodistas y fotógrafos murieron
o fueron heridos mientras intentaban cubrir otro capítulo de la atroz
guerra yugoslava. Este periodista pasó amargas horas en compañía
de unas nerviosas vacas mientras los cohetes serbios caían por todas
partes.
Buscamos un puente similar al que debe ser volado en la película.
Pararnos en Slunj-Rastoke, a dos horas de Zagreb. Gerardo Herrero, que acaba
de estrenar su tercera película, Malena es un nombre de tango, ordena
a un miembro de su equipo que tome fotografías y ruede con una pequeña
cáma-
ra. Mientras recorremos la Krajina, repasamos en el vídeo los reportajes
para Televisión Española que hicieron en 1992 y 1993 Pérez-Reverte
y el cámara José Luis Márquez, testigos de una realidad
que ahora se convertirá en película.
Entonces la ciudad de Sarajevo ira sometida diariamente a brutales bombardeos;
la biblioteca de
la ciudad fue destruida por bombas incendiarias, los cementerios pronto estuvieron
cubiertos de miles de tumbas, hubo que habilitar campos de fútbol
y parques para enterrar a las víctimas de los mortéros, de
los proyectiles de gran calibre y de la horrenda actividad de los francotiradores.
Volver a ver las imágenes es muy duro para quienes allí estuvimos.
Aunque el horror se diluye con el paso del tiempo, es imposible de borrar
de la memoria los gritos de los heridos llegando al
hospital, el caminar lento y extenuado de los ancianos, los niños
y las mujeres en busca de agua, leña o comida y las profundas huellas
del dolor marcadas en sus caras. como si fueran cicatrices eternas que despiertan
los fantasmas dormidos. Todos tenemos un nudo en la garganta.
Imanol Arias será Mikel (trasunto de la figura de Arturo Pérez-Reverte),
y Carmelo Gómez, José (José Luis Márquez). Carmelo
considera que se trata de uno de sus trabajos más comprometidos. «Hay
que reflejar el trabajo y la cotidianeidad de unos seres humanos en medio
de la violencia más descamada», comenta el actor leonés
de 34 años, protagonista de Días contados. José es un
personaje complejo. un profesional frío y calculador. Pero también
es emotivo y sincero. Muchas veces los periodistas se muestran duros y los
comentarios rayan la brutalidad. Es su manera de acorazarse contra el miedo.
Del verdadero José Luis Márquez, sin duda uno de los mejores
cámaras de guerra del mundo, recuerdo dos momentos que nunca podré
olvidar. Visitábamos el hospital de Vukovar en octubre de 1991, pocos
días antes de que la ciudad envese en manos de los serbios. Había
muertos por todas partes. Los serbios utilizaban la aviación del antiguo
ejército yugoslavo para meter en cintura a los croatas. Las bombas
de 250 kilos perforaban los férreos edificios austro-húngaros
y los derretían como si fueran de chocolate. En el hospital, los heridos
se hacinaban en el sótano. Fuera, había más de dos docenas
de muertos sin cubrir, destrozados por la metralla y envueltos en plásticos
hasta que los familiares los reconociesen. Sobre el volante de un coche había
una mujer muerta por el certero disparo de un francotirador. Márquez
empezó a hacer su trabajo. Mientras, yo temblaba, no podía
concentrarme. El, en cambio, trabajaba,çon frialdad. Colocó
el objetivo sobre el agujero que había dejado la bala en la sien de
la mujer y comenzó a abrir el plano con una precisión y un
pulso de autómata.
Una semana después recibí la noticia de que el periodista del
diario El País Francesc Relea estaba en un hospital de Osijek. Había
tenido un accidente y estaba conmocionado. José Luis Márquez
fue el primero en ofrecerse para buscarlo. Pero lo hizo sin aspavientos,
en su estilo discreto e introvertido. Durante ese viaje que hicimos juntos.
tuve ocasión de conocerle mejor. Me di cuenta que estaba ante una
de las personas más humanas que cubrían aquella mierda de guerra.
A Imanol Arias, de 39 años, le ofrecieron protagonizar la película
sólo tres semanas antes de iniciar este singular viaje. «He
aceptado porque se trata de recrear personajes universales que trabajan en
sítuaciones límite. Los protagonistas han vivido el horror
de conflictos que no son suyos como si lo fueran; quieren ser neutrales pero
saben que están implicados».
Hacía dos años que Arturo no pisaba la antigua Yugoslavia,desde
que se retiró del reporterismo después de una espectacular
bronca con Televisión Española en 1994. poco después
del lanzamiento editorial del relato en que se basa la película. En
él llamaba mezquinos a los responsables de finanzas del Ente público.
«Parapetados en sus despachos y muy lejos de la realidad de un campo
de batalla, se apuntaban como un éxito rebajar mil duros en una cuenta
de dos o tres millones de pesetas. Preferían gastarse el dinero en
cubrir campañas electorales, fichar tías de tetas grandes o
encargar programas a futurólogos», dice el relato.
Televisión Española contraatacó intentando sancionar
al periodista y éste se despidió con un atronador «que
los den morcilla», dirigido a sus responsables. El enfrentamiento disparó
las cifras de ventas y hoy el libro, que nació como homenaje a los
periodistas muertos en la guerra de Yugoslavia, es un auténtico best
seller.
Después de una escala en Split, la ciudad bañada por el Adriático,
que ha servido de retaguardia a los periodistas durante la mayor parte de
la guerra, visitamos el cuartel de Dracevo donde se encuentra el grueso de
la brigada española desplazada a Bosnia, hoy bajo el mando de la OTAN.
Los sorprendidos soldados aprovechan la ocasión para pedir autógrafos
y fotografiarse con los actores y el escritor. «Yo te conozco»,
le comenta un soldado a Imanol. «Pues yo soy de León y ¿tú?»,
le responde el actor. Mientras tanto, el sargento Pérez-Reverte lleva
al resto del grupo a golpe de
silbato, como si fuéramos miembros de las fuerzas especiales.
La visita a Mostar, destruida por los violentos combates, permite a Imanol
y Carmelo percibir las dificultades con que se desarrolla el proceso de paz.
En la ciudad más multiétnica de lo que fue Bosnia-Herzegovina
viven hoy dos comunidades, croata y musulmana, que no quieren convivir. La
tercera comunidad, la serbia, fue expulsada de la ciudad al principio de
la guerra. La destrucción es tan masiva que recuerda las dantescas
imágenes de algunas ciudades europeas durante la Segunda Guerra Mundial.
An entrar en la famosa ruta del río Neretva comienzan a aparecer los
pueblos destruidos, los puentes volados, la anatomía de la guerra.
Arturo comienza a sentir el cosquilleo de sus años como reportero
de guerra. Hoy es un escritor que todo lo que toca lo convierte en oro, pero
veintiún años que él ha dedicado a ir de una guerra
a otra son muchos para no sentir nostalgia.
Aunque es el relato menos arturista, el escritor le tiene tanto cariño
a Territorio comanche que ha escrito el guión e incluso ha querido
asesorar al director. De las adaptaciones de sus otras obras pasa olímpicamente.
Pero está claro que le gustaría que Territorio comanche fuese
un peliculón. Al fin y al cabo la película hablará de
él y de gente como él. O como yo. Por eso Arturo no para de
dar ideas y de mostrar a los actores los secretos de una profesión
a la que amas con pasión o te parece de locos.
Imanol y Carmelo toman notas como si fueran estudiantes de la escuela de
arte dramático o modosos becarios. Nos damos un homenaje cerca de
Jablanica en un restaurante donde sirven un cordero de primera. También
es un escenario prebélico. En los años duros parábamos
aquí para la última cena
antes de iniciar la ruta final hacia Sarajevo. En ese tramo controlado por
los serbios, el cordero bailaba en el estómago mientras poníamos
caras de circunstancia. hundidos en los chalecos antibalas y los cascos metálicos.
Nos topamos con Sarajevo casi de noche. Vamos a dormir a Zenica, pero antes
todo el equipo quiere darse una vuelta por la capital bosnia. Carmelo e Imanol
contemplan barrios completamente destruidos, observan restos de carros de
combate y el amasijo de hierros retorcidos en que se há convertido
el diario Oslobodenje. Vemos el antiguo edificio de Correos, hoy cuartel
de la ONU. También el inexpugnable edificio de la televisión
bosnia, que ha sido alcanzado por decenas de proyectiles.
Durante los dos días siguientes, el equipo visita con calma la ciudad
mítica. Me sorprende la naturalidad con que entran en el depósito
de cadáveres. Hay suficientes muertos, víctimas de ajustes
de cuentas, accidentes de tráfico y explosiones de minas para que
Imanol y Carmelo se hagan una idea de lo que Arturo y José Luis sentían.
Una de las escenas más desconcertantes de la película,
tal como recoge el guion, sucede en un lugar parecido. Carmelo reconoce que
ha entrado por inercia, pero luego repetirá varias veces que nunca
olvidará aquellos cuerpos lívidos repletos de cicatrices.
Como Arturo está más nostálgico que nunca, termina liándonos
después de cenar y nos vamos a ver cómo los serbios queman
las casas de Grbavica antes de entregarlo al gobierno bosnio. Son palabras
mayores. Es de noche y el barrio está repleto de bandas de radicales
con pocas ganas de bromear. Nos pegamos a una patrulla
italiana de la OTAN y asistimos a una particular noche de San Juan. Imanol
y Carmelo se bajan del coche blindado y observan el trabajo de Miguel y otros
cámaras que allí están trabajando. Carmelo se pega a
la cámara de Miguel y coquetea con ella. La acancia, la sube a pulso
—se nota su origen campesino— y enfoca como si fuera José Luis Márquez.
Imanol se coloca como si fuera a grabar delante de la biblioteca. Al día
siguiente nos internamos en Dobrinja, uno de los barrios más destruidos
de la capital bosnia. Hace apenas dos semanas era territorio comanche en
estado puro. Pero hoy sólo hay colas de morteros clavados en el suelo
y manzanas enteras arrasadas por el continuo fuego de artillería.
Arturo callejea entre los restos de coches calcinados y se mueve como un
auténtico veterano. Explica las muecas y las claves para entenderse
cuando se produce un combate. Carmelo e Imanol imitan sus movimientos, se
refugian en las esquinas evitando la siempre mortífera puntería
de los francotiradores. El equipo de producción rueda con una minicámara.
Después habrá que hacer el presupuesto. Pero Javier López
Blanco, uno de los productores, me asegura que «una buena película
de guerra siempre es cara».
Nos tropezamos con Edo, al que yo conocí cuando era un renacuajo de
cinco años que hacia de guía para los periodistas en el interior
de la destruida biblioteca de Sarajevo. Era una especie de guardián
de las cenizas. Como sabe más que las ratas conecta fácilmente
con los actores.
Desde uno de los barrios altos de la ciudad se ven columnas de humo que ascienden
de las casas quemadas. Pero Sarajevo ya no es territorio comanche. Pronto
nadie reconocerá la ciudad. Aunque todavía los sacos terreros
llenan el aeropuerto, pronto los vuelos comerciales traerán a grupos
turísticos a la capital de una Bosnia traicionada por los mismos políticos
que ahora reescríben la historia a su antojo.