La deriva de Coy
El personaje de "La Carta Esférica" que más me llena de emoción
es Coy. Coy es un personaje perdido por estar fuera de su ambiente natural.
A las pocas líneas de conocerle sentimos simpatía y ternura
al comprobar que es torpe en todo aquello ajeno al mar, comportándose
en ocasiones como un niño. Precisamente fue de niño cuando se
alejó definitivamente de la tierra firme. Como resultado de su desconocimiento,
Coy es un barco a la deriva en tierra firme a merced de los acontecimientos
e incapaz de seguir un rumbo fijo. Esto se debe a que no posee las cartas
y las normas necesarias para adentrarse en la tierra, ni en el mundo de los
hombres y ni en la Mujer.
El estado de desamparo de Coy se agrava por el hecho de encontrarse solo. Sus amigos de travesía se quedaron más allá de la estela de popa y de ellos solo le queda sus recuerdos. Así nos encontramos a Coy, como el "holandes errante", un marinero solitario navegando a través de su memoria a bordo de un barco lleno de fantasmas.
La precaria situación de Coy, inhabilitado para volver al mar, recomienda la búsqueda de un refugio donde guarecerse hasta que con el tiempo mejore su situación. Pero no es precisamente este el destino de Coy. Coy es un hombre valiente y curtido por las penalidades del mar y en lugar de ser prudente y buscar refugio en la costa, prefiere arriesgarse mar a dentro para seguir el rumbo que trazan las dos únicas estrellas que brillan sobre su mar de dudas: los ojos de Tanger Soto. Es digno de admiración el coraje con el que Coy acepta su fatal destino al lado de Tanger Soto. Es Coy quien se adentra en Tanger aceptando tácitamente sus reglas. Al igual que el hombre se adentra en el mar aceptando con resignación y fatalismo sus caprichos y sus peligros.
Aunque los peligros empiecen a hacerse cada
vez mayores, conforme se adentra en Tanger, a Coy no le parece importarle,
aunque este rumbo signifique hundirse de una vez por todas. Porque más
que hundirse a Coy le preocupa hacerlo con dignidad, luchando en el mar.
Para Coy la lucha es el fin más noble para barcos y hombres; un fin
lejos de los desguaces y asilos de tierra firme. Cualquier lucha es válida,
sea cual sea su motivo: por descubrir un tesoro, por conseguir una hazaña,
por alcanzar un sueño, por conservar la vida durante una batalla,
o por conquistar un amor. De todas estas luchas, a las que el hombre dedica
su vida, el mar es testigo inmutable e indiferente. Porque el mar siempre
será el mar sin necesidad de los hombres, ni de sus sueños,
ni de sus naufragios, ¡ni maldita la falta que le hace!.